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El sonido de la puerta me hace tomar el cuchillo apresurada, me quedo dormida solo un momento, y mi madre me saca el susto del año

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El sonido de la puerta me hace tomar el cuchillo apresurada, me quedo dormida solo un momento, y mi madre me saca el susto del año.

—Hola, hija—Me saluda con la mano—Voy de salida.

—Hola—No disimula la decepción, ella odia que sea tan cortante—Pues cuídate.

—¿No tendrás un par de dólares? Tu padre es un imbécil que no ha querido dejar ni un centavo en mi cuenta bancaria.

—No, no tengo.

Me levanto buscando la cocina dejando el cuchillo en su lugar, reviso la hora en mi móvil, ya debo empezar a alistar a mis hermanos, tienen actividades hoy.

Escucho el portazo y mamá llega a la cocina también, se apoya en la barra viéndome con cierto enojo.

—¿Trabajas y no tienes dinero?—Reclama—¿En qué te lo gastas o qué? Tu padre te da una buena cantidad cada quince días.

—Me lo gasto dándole a tus hijos, lo que se supone que tú debes darles—Hablo con enojo, me jode que me reclame estupideces.

—¿Me estás echando en cara las cosas?

—Voy a pasar de ti mamá, debo despertar a los niños.

Sujeta mi brazo cuando paso por su lado, me voltea quedando a centímetros de mi cara, y pone más fuerza en su agarre.

—¿Qué pasa, mamá?—Reúno toda la paciencia posible.

—Sé que tienes dinero, dame veinte dólares, no seas tacaña.

—Ya te dije que no tengo—Gruñó.

—Yo sé que tienes, siempre tienes los bolsillos llenos de billetes, y si no tienes efectivo, depositame.

—Pues mira que sí tengo, pero para tus mierdas no, así que sueltame.

—¿Qué te cuesta prestarme un par de dólares?

Siento como mi paciencia se acaba, esta situación no deja de joderme, entiendo que el divorcio le afectó, a todos nos dolió, pero no podemos seguir así, mis hermanos necesitan una madre, y yo también.

—¿Y a ti que te cuesta ser una buena madre?

Su mano impacta contra mí mejilla, volteandome la cara con la cachetada que me propina, no sé si la miro decepcionada, o enojada, pero me devuelve la mirada cargada de ira.

Se encarga de hacernos la vida más complicada cada día, de asustar a mis hermanos cuando llega que no puede mantenerse de pie, o cuando les grita solo porque la abstinencia está por matarla, y aún así tiene el descaro de reclamarme, y golpearme porque no le doy dinero para que se ahogue en sus porquerías, que no ha hecho más que volverme esclava de un hogar que yo no debo mantener, y la madre de dos niños que aunque amo con mi vida, no son mi responsabilidad.

Las cicatrices de MadelaineDonde viven las historias. Descúbrelo ahora