04: Arrats gorri, goiz euri

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Atardecer rojizo, amanecer lluvioso

De manera oficial la fiesta había terminado a la una de la mañana

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De manera oficial la fiesta había terminado a la una de la mañana. La mayoría de invitados habían subido a sus habitaciones, a excepción de nuestro grupo de Barcelona y los amigos de Gavi de Sevilla.
Estábamos todos sentados en un círculo cerrado en el jardín.

—¿Por qué no bajamos a una discoteca? —pregunta Djeny mirando la hora en su móvil. —Aún es pronto.
—A mi me da igual —respondo encogiéndome de hombros y terminando de un trago lo que quedaba en el fondo de mi vaso.
—Por mi —apoya Fran, uno de sus amigos sevillanos.

Todos están de acuerdo así que llama pidiendo dos taxis de las máximas plazas posibles, ya que éramos dieciséis personas y tampoco queríamos provocar un desfile de taxis. No se demoraron mucho y a los diez minutos estaban allí dos taxis de ocho plazas cada uno. Fui la primera en subirme a uno de ellos, en la zona más atrás, a mi lado se sento mi hermano y a su lado Djeny. El trayecto se me hizo corto y lo agradecí, porque como me empezara a entrar el sueño ya no había vuelta atrás.

Al entrar fui la primera, pero al salir tenía que ser la última. Todos fueron abandonando el taxi poco a poco y los del otro fueron entrando a la discoteca. Cuando me toco a mi y salí, vi una imagen que, entre el alcohol y lo guapo que estaba, casi hace que pierda la cordura en segundos. Gavi estaba mirando hacia atrás con el ceño fruncido, pero mis ojos se chocaron con esos de color marrón que, si antes pensaba que no había sentido nada, ahora me temblaban las piernas como la primera vez que me beso. Joder, es que yo sabía que lo del traje era muy mala idea, por lo menos para mí.

—¿Quieres moverte? —pregunta Gavi aún con el ceño fruncido girándose a mirarme

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—¿Quieres moverte? —pregunta Gavi aún con el ceño fruncido girándose a mirarme.
—Joder —murmuro intentando caminar un poco más rápido sin conseguirlo, echo la mano hacia abajo para quitarme los tacones y caminar con ellos en mano, pero una mano me frena.
—Quieta —murmura sujetando mi muñeca y subo mi mirada hasta la suya. —No le hagas caso, camina al ritmo que puedas. Nadie nos va a ver por aquí.

Asiento y le sigo hacia la puerta del local, estamos entrando por la parte trasera. Pedri camina un par de pasos delante mía dejándome espacio, pero cada vez que escucha que mis tacones paran, se gira a mirar a ver qué sucede. Entramos a la discoteca, Quevedo retumba por todo el local y, mientras canto en voz baja, sigo a Pedri hacia el reservado.

Sueños compartidos I y II | PedriDonde viven las historias. Descúbrelo ahora