50| Varapalo

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Jueves 07 de abril de 2022

Bajo por el ascensor hacia el portal y espero apoyada contra la pared hasta que veo un Mini Cooper verde acercarse. Camino con las muletas hasta llegar a la zona y Gavi se baja para dejarme subirme. Había decidido ir en la parte trasera, a pesar de que ambos se negaran al principio, porque tenía menos visibilidad para la gente que la delantera.

—¿Qué tal estás hoy?
—Mejor —aseguro colocando las muletas hacia el otro lado. —Mañana empiezo la rehabilitación por las tardes. Quiero que me quiten todo ya.

Pedri conduce en silencio, hace unos días que le noto extraño. Todas las mañanas él, a veces en compañía de Gavi y otras no, pasan a recogerme porque tampoco puedo conducir. Me siento mal, inútil y dependiente de los demás, estoy intentando seguir haciendo las cosas por mi cuenta y no depender de nadie, pero a veces se me hace muy difícil.

—¿Te ayudamos a subir? —pregunta Gavi y rápidamente niego.
—Ya puede ella sola, tranquilo —responde Pedri en un tono sarcástico y me quedo mirándole confundida. No espera a que entre, ni yo, ni Gavi, simplemente se adelanta dejándonos atrás y yendo hacia el vestuario.
—¿Sabes qué le pasa? —preguntó comenzando a caminar lo más rápido que puedo en muletas. Es la primera vez que usaba unas en toda mi vida así que estaba cogiendo practica.
Gavi se me queda mirando, como dudando si decirme o no, hasta qué decide abrir la boca: —Le parece mal que no cuentes con él y le pidas ayuda con lo que necesites —admite mirándome unos pasos más adelante.
—Es que siento que soy una carga para todo el mundo últimamente —admito yo también deteniéndome un momento. —Y sobretodo para él. No puedo hacer nada por mi misma, siempre tiene que dar un rodeo hasta mi casa para poder traerme aquí y ya me parece que hace suficiente. No quiero que tenga que estar pendiente de mi todo el rato.
—Pero él quiere —responde y antes de que pueda hablar vuelve a interrumpirme. —Creo que deberías decírselo y hablar con él para que os podáis entender mutuamente.

Asiento dándole la razón y nos despedimos cuando él se va hacia los vestuarios. Llego a la oficina y disfruto cuando me puedo sentar en el sillón relajando mi pierna. Enciendo el ordenador y me pongo a redactar lo que va a pasar en el entrenamiento de hoy.

Sobre la una y cuarto de la tarde recojo y voy bajando, debido a que me lleva un largo tiempo llegar hasta él piso de abajo y los chicos suelen llegar al aparcamiento sobre y media. Me lo tomo con bastante calma y cuando llego aún no están, así que me apoyo contra el Mini dejando las muletas a un lado.

—Gavi no viene ahora —escucho la voz de Pedri a mis espaldas. Abre el maletero guardando su mochila de entrenamiento y cuando pienso que va a girar hacia el asiento del conductor, se coloca delante mía. —¿Te ayudo a entrar?
Las palabras de negación casi se escapan de mi boca, pero recapacito y pronuncio las contrarias. —Si quieres —susurro por la cercanía que se encuentra de mi cuerpo.
—Siempre quiero —responde en mi mismo tono y se acerca a dejar un suave beso sobre mis labios. —Sabes a café, qué raro —utiliza un tono irónico bromeando y haciendo que me relaje y me ría también. Me ayuda a subirme al coche, coge mis muletas y las deja en el maletero. —¿Quieres venir a casa? Están mis padres, mi madre te trajo algo de Canarias porque le conté que estabas mala.
—Tu madre es monísima —admito con una sonrisa.
—Te quiere mucho. Le caiste muy bien el primer día que te conoció —reconoce mientras pone el coche en marcha saliendo por la salida trasera donde esperamos que no haya fans. —Yo creo que a veces se piensa que eres su hija.
—¿Estás celoso? —bromeó intentando picarlo.
—Ya quisieras, guapa. A mi me trajo croquetas, a ver qué te da a ti.
—Igual el doble de croquetas.
—Pero las compartirías conmigo.
—No —niego rápidamente. —Tú no querías que las comiera el día que dormí en tu casa la primera vez.
—¿El día que me dijiste que era el que más te ponía del grupo?
Mis mejillas se ponen rojas y escucho su risa. Me giró a mirarle y sonríe. —No sé de qué me hablas.
—Era obvio.
—Sí, claro. Si fuera tan obvio no me hubieras preguntado.
—Porque sabía que me ibas a decir la verdad.
—¿Y por qué no me dijiste nada más?
—Porque se lo comenté a los chavales y me dijeron que me tocaba mover ficha a mi.
—¿Y la ficha fue darme un beso?
—Exactamente —responde con el brazo sobre el volante esperando a que el portón de su casa se abra mirándome con una sonrisa.
—¿Sino nunca hubieras hecho nada? —pregunto ahora un poco más en serio.
—No lo se —responde sinceramente apagando el motor del coche.

Espero a que me traiga las muletas y cuando las tengo voy adelantando el camino mientras él vuelve al maletero a por la bolsa de entrenamiento. En nada me alcanza y se queda detrás de mi en las escaleras.
—No tengo queja ninguna en que tardes más en subir —dice cuando ve que me quedan dos escalones. Al principio no entiendo la referencia hasta que cuando termino de subir las escaleras me doy cuenta de porque lo dice. Me giró y le doy un suave golpe con la muleta en el muslo. —Oye —protesta abriendo la puerta de entrada y la voz de Rosi inunda la casa.
—¿Ya llegasteis Pedri?
—Sí, mamá.

Camino unos pasos por detrás del canario, su madre sale rápidamente de la cocina a recibirnos y viene directamente a verme. Me recibe con un caluroso abrazo que acepto como puedo.
—Ya me contó Pedri lo de la pierna, ¿qué tal estás?
—Mejor —admito volviendo a emprender el camino hasta el sofá. —Mañana ya empiezo la rehabilitación por fin.
—¿Y sabes cuánto tiempo tardarás?
—No —niego dejando las muletas a un lado. —Me lo dirán mañana según me vean.

Asiente y anuncia que va a ir a terminar de hacer la comida dejándonos solos. Veo que Pedri se me queda mirando y deja la mochila en el suelo para sentarse a mi lado.

—Quiero hablar contigo —dice y asiento esperando a que diga algo. Pero su acción es cogerme y llevarme colgada sobre su hombro por las escaleras hacia arriba. No pongo resistencia porque sé que va a hacer lo que quiera y noto como mi cuerpo acaba sobre algo blando, su cama. Se sube arriba mía, dejándome entre sus brazos y bajo su cuerpo, y se acerca a besarme. Con gusto le sigo el beso hasta que se va haciendo más intenso y le paro.
—Quieto. Se supone que íbamos a hablar.
—Me desconcentras —admite con una sonrisa pilla y se tumba de lado mirándome posando su cabeza sobre su mano. —Estuve hablando con Gavi y fui un tonto por la mañana al decirte eso. Es que me molesta que rechaces mi ayuda. Cada vez que te digo de hacer algo por ti, me dices que no y no entiendo por qué.
—Es que siento que últimamente soy una carga para todo el mundo —admito intentando retener las lágrimas. Estoy en mis días y siempre suelo estar más sensible de lo normal. —Tienes que hacer un recorrido para ir a por Gavi, luego para venir a por mi y no quiero que hagas más por mi, ya me parece molestarte bastante.
—Ni se te ocurra decir que me molestas —advierte utilizando un tono más serio. —¿No ves que lo quiero hacer? Me da igual hacer un recorrido más largo, estar contigo en casa cuidándote sin salir, que me mandes ir a comprarte aunque vengan cincuenta fans a hacerme fotos o que me digas que vaya a Tarragona a por tus dulces favoritos. Te quiero ayudar ahora que lo necesitas y no quiero que me apartes todo el rato.

Permanecemos en silencio unos minutos, yo tratando de encontrar las palabras precisas para la situación, pero vuelve a hablar rompiendo el silencio: —¿Por qué no me dejas ayudarte? —pregunta en un tono de voz bajo jugando con un mechón de mi pelo.
—Es que me siento mal cuando alguien hace algo por mi. No quiero estar dependiendo de la gente todo el rato y últimamente siento que lo hago. Y además siempre que alguien hizo algo por mi, después me lo echo en cara. Entonces siempre tengo la necesidad de hacer las cosas por mi misma, porque no quiero reproches de nadie después —hablo apurada y antes de que pueda hablar continuo. —Quiero dejar en claro que no lo digo por ti, pero es un instinto que me sale solo, el aislarme, el proporcionarme mi propia ayuda.

Su semblante cambia hacia uno más tranquilo y sigue acariciando mi mejilla. Algunas lágrimas se escapan por mi cara. —No te quiero hacer sentir mal, pero tiendo a poner una coraza que no deje que nadie me ayude. Lo siento.
—No quiero que llores —pronuncia limpiando las lágrimas que caen por mis mejillas. —Mierda, nena. No quiero que llores —repite de nuevo volviendo a acercándose más a mi y dejando muchos besos por mis mejillas que me hacen reírme.
—Es que tengo la regla —admito secándome con el dorso de mi mano. —Estoy muy sensible.
—Solo quería hablar contigo porque me di cuenta que estaba enfadándome y no te lo estaba diciendo. Y Gavi me echo la bronca en el entrenamiento por la mañana y me hizo darme cuenta que estaba siendo un capullo. Debería de habértelo dicho en vez de haberme puesto a la defensiva.
—Te noté raro algunos días —confieso intentando dejar de llorar. —Pero no sabía si era cierto o no.
—¿Me vas a dejar que te ayude? —pregunta con su cara muy cerca de la mía. —Sabes que yo no quiero nada a cambio, ni que nunca te echaría nada en cara, hago las cosas por ti, porque quiero y porque me nacen, nunca te pediría nada a cambio. Pero no me rechaces cada vez que lo intento hacer.
—Lo intentaré, pero dame tiempo —confieso y decido añadir algo: —Te deje ayudarme antes cuando saliste del entrenamiento porque Gavi también habló conmigo y me di cuenta de que debería de dejar de cerrarme a la gente que me quiere ayudar solo porque otras personas me hicieran daño.

Sueños compartidos I y II | PedriDonde viven las historias. Descúbrelo ahora