Visita al calabozo

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-Señor, hemos traído a la Qudo. – soltó su jefe de guardia arrodillado ante él.

El emperador se levanto. Casi temblando por la ansiedad.

Estaba aquí, al fin.

-Llévame con ella.

Caleb frunció el ceño, pero no dio objeciones. Era muy extraño que el emperador pidiera ver personalmente a una ladrona pero también había sido extraño que la mandara a buscar con toda la guardia real. Se levanto y lo escoltó hasta la celda en donde se encontraba la Qudo.

La tensión fue en aumento mientras se dirigían al calabozo, ninguno de los hombres hablo en todo el camino hacia abajo.

Jakhis tenso la mandíbula cuando entro por esa puerta. El lugar apestaba a orina y suciedad. La imagino ahí, con su cabello naranja sucio y su blanca piel magullada. Una oleada de tristeza mezclada con rabia lo invadió. La alejo rápidamente dejando entrar a la razón. Ella se merecía estar en aquel lugar, era una bruja.

-Aquí esta, su majestad. – soltó el jefe de guardia.

El emperador asintió rígido.

-Déjanos.

De nuevo, Caleb se sorprendió, abrió mucho los ojos y la boca pero se retiro de prisa.

Jakhis esperaba verla desahuciada, eso deseaba, mientras más rota, mas fácil sería que se rindiera, que disolviera el hechizo que le había lanzado. Esperaba verla llorando desesperada. Gritando incluso. Pero ella no estaba haciendo ninguna de esas cosas.

Lo miro, con esos ojos de fuego helado que ella cargaba.

Se levanto, tan alta era, que no era mucho, un metro y medio apenas. Y lo encaro.

-Así que usted es quien me ha mandado encarcelar. – soltó fría.

Jakhis la miro sorprendido, aunque ella no lo noto. Nadie podía notar las sensaciones o pensamientos del emperador. Había practicado toda una vida para eso.

-Así es. – soltó él.

-Y ¿puedo saber qué es eso tan preciado que he robado para merecer tal condena?

El emperador entrecerró los ojos, molesto. "Como si no lo supieras" pensó.

La chica Qudo ladeo la cabeza como un pajarillo, sus cabellos naranjas le acariciaron su hombro y mejilla mientras lo estudiaba.

Dio un par de pasos y de pronto, estaba más cerca de él que nuca, aunque las rejas los distanciaban más que un mar. Aquella única vez que la había visto había estado demasiado lejos, como una hermosa ave que solo puedes ver volando en el cielo, pero ahora, él había enjaulado a esa hermosa ave... la tenia para él... era suya...

-¿Y bien? Emperador. – Lo saco de sus pensamientos - ¿Qué es eso tan preciado que he robado? – pregunto con un tono calmado que denotaba la furia que llevaba en el interior. Tomo las rejas con sus pequeñas y pálidas manos acercándose tanto como podía a él, estaba tan llena de ira que le parecía estúpido que solo un par de días atrás había estado pensando en este hombre con dulzura, con deseo, ahora lo odiaba más que a nadie.

El emperador no lo resistió, como halado por un gigantesco imán tomo las rejas también y se agacho un poco para ver sus ojos azules como el cielo, como el hielo.

-Tú sabes bien lo que has hecho, bruja. – soltó en un susurro que ella apenas y escucho.

La joven frunció el ceño y los labios. Él sonrió sin humor, más bien una mueca.

-Es sabido por todos que en Kumora no se admiten brujas ni hechiceros, que en este reino no toleramos la brujeria... lo sabía antes de pisar mi reino ¿no es así?

-Si... - soltó la Qudo contrariada. 

-Y aun así te haz atrevido, a sabiendas de lo que ocurriría, haz querido burlarte de mi. Del emperador de Kumora. Quítalo, deshaz el hechizo que has impuesto en mí, ahora. Te lo ordeno.

Ella se alejo. Tan pronto como lo hizo, él deseó meter la mano a la celda por entre las rejas y jalarla para devolverla a donde había estado. Pero contrario a sus deseos, él se alejo también.

Se ergio de nuevo y la miro desde arriba con el ceño fruncido, como el gran emperador que era.

-¿Hechizo? Te equivocas... No soy una bruja.

El emperador se lleno de rabia. Se atrevía a contradecirlo, lo negaba, no le quitaría el hechizo.

-¡Hazlo! – grito zarandeando las rejas.

Ella no se movió. Permaneció erguida en medio de la celda, tan seria como una estatua, con el ceño fruncido.

-No soy una bruja – soltó de nuevo con voz fria. – Y tú estás tan loco como una cabra.

Él se quedo helado de pronto. ¿Cómo se atrevía?

Se dio la vuelta y se alejo, tomo las llaves que colgaban en la puerta, volvió y abrió la reja. No le preocupo que ella intentase escapar porque él abarcaba toda la salida. Se acerco poco a poco a la Qudo, como una pantera sobre un conejillo valiente. Ella no se movió ni un centímetro.

-Bruja. – Soltó a un centímetro de su rostro.

-No soy una bruja. – repitió con tranquilidad. – Ni tampoco una ladrona.

Él temblaba. Ella era una bruja, si no, ¿cómo explicar las sensaciones que le provocaba?

Aun tan cerca de ella no se atrevía a tocarla, ¿y si al hacerlo quedaba reducido a cenizas? él pensaba que era posible, ya sentía que ardía.

Ella sentía la respiración del emperador sobre ella. Su olor, tan varonil, tan exquisito. Por los dos dioses, sentía que se derretiría ahí mismo. Jamás pensó volver a verlo por más que lo hubiese deseado y mucho menos tenerlo tan cerca. Tampoco pensó jamás que la encarcelaría por bruja.

-Lo eres. Admítelo.

-No soy una bruja.

El emperador golpeo. Ella al fin se movió para tratar de cubrirse pero el golpe no iba dirigido a ella, sino a la pared tras ella.

Sus respiraciones estaban entrecortadas, la de ella por miedo, la de él por todos los sentimientos encontraos que tenia.

-Acepta que eres una maldita bruja, deshaz el hechizo y tal vez... considerare perdonarte la vida. - soltó el emperador tomando una bocanada de aire claramente tratando de tranquilizarse.

-Soy muchas cosas. – Soltó Sabina con calma - Soy una huérfana, soy una bailarina itinerante, soy una Qudo. Pero. No. Soy. Una. Bruja.

El emperador temblaba de rabia, lo veía en sus ojos. Estaba hecho una furia.

-¡Acéptalo!

-Jamás aceptare ser algo que no soy. Prefiero morir antes que hacerlo.

-Bruja. Eso eres, dilo.

-Jamás.

La tomo por los hombros, sabía que no debía hacerlo, que no debía tocarla, su suave piel, si tan solo su aroma lo volvía loco, su toque seria la muerte. Pero no pudo contenerse más y la toco.

Él había pensado zarandearla hasta que lo aceptara pero lo olvido en cuando su tersa piel estuvo en contacto con sus manos.

La prisión del emperador Donde viven las historias. Descúbrelo ahora