La venganza de Celia

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Anduvieron por la plaza comprando los suministros para la rebelión, fingiendo ser tres hermanos mercaderes de paso por el pueblo.

La Qudo adoraba el bullicio del gentío, sentía ganas de pararse en el centro de la plaza y bailar. Pero no lo hizo, en cambio siguió a Tamed por dondequiera que iba.

Celia los seguía unos pasos atrás, ninguno se dio cuenta de que la chica esperaba el momento oportuno para atacar.

Tamed revisaba que los guardias no los observaran, pasar desapercibidos era necesario. Aunque no había mucho alboroto y los guardias eran los mismos de siempre, no se había reforzado la seguridad ni había carteles con el rostro de la Qudo en cada puerta aunque si había algunos pidiendo dar aviso sobre cualquier pista que tuvieran de la rebelión o de Tamed.

El hombre ahora rubio rio. No lo encontrarían, jamás lo harían. Y si la atención estaba en él era mucho mejor, la Qudo ya no les interesaba. Eso pensaban ambos y estaban equivocados.

Sabina miraba hacia el palacio constantemente.

-Descuida – susurro Tamed cerca de su oído – estas a salvo.

La Qudo sonrió fingiendo alegría y continuaron caminando. Al parecer no habría ninguna matanza de seres mágicos por lo que decidieron regresar.

Cuando traspasaban las puertas de salida Celia tiro de la mascada que cubría el llamativo cabello de la Qudo. El guardia abrió mucho los ojos y comenzó a dar alerta.

-¡Es ella! ¡Es ella! ¡Es la Qudo! ¡La encontré! ¡Es la Qudo!

Los guardias se amontonaron alrededor de la carreta con rapidez. Tomaron a Sabina por la fuerza y la bajaron del carruaje. Tamed golpeo a cada guardia que se atrevió a enfrentarlo de frente pero al ser tantos, lograron someterlo. Entre gritos y protestas los llevaron hasta el palacio.

Celia había huido en cuanto quito la prenda del cabello de la Qudo. Cuando todo se calmo espero pacientemente a tener la oportunidad de ir por Tamed. La Qudo... no le importaba realmente que sucediera con ella, aunque no podría evitar sonreír si la guillotina fuera su destino.

......

Los guardias los llevaron hasta la entrada del palacio, una vez dentro fueron separados, quienes llevaban a un desmayado Tamed arrastrando tomaron el camino hacia la derecha: el calabozo.

Quienes llevaban a Sabina, a rastras pero no lastimada, tomaron el camino de la izquierda.

La Qudo luchaba histerica por liberarse pero fue en vano. De nuevo, volvía a la prisión, y no sabía si su corazón latía tan rápido debido al miedo, o los nervios por volver a verlo.

La retuvieron en una especie de sala, circular y sombríamente decorada. La Qudo reconoció al hombre encargado de la guardia. Caleb la miro, en sus ojos había alivio. Reviso su cabello, su rostro, su lunar en el hombro y asintió.

Entró por la puerta que estaba frente a la Qudo y después de un rato de intenso silencio la puerta se abrió de golpe.

Jakhis atravesó el umbral haciéndola perder el aliento. Miedo, si, seguro era miedo.

Se acerco a ella tan despacio que Sabina comenzó a temblar, era como si una enorme fiera se acercara para darle el golpe mortal.

-Trae las cadenas.

Sabina abrió mucho los ojos y se retorció queriendo escapar pero el agarre de los guardias no ceso y la mantuvieron sentada sobre la silla sujeta por lo hombros. Para después ser levantada y llevada hacia la habitación que había detrás de la puerta.

-No... no... por favor, no... - suplico mirando al emperador a los ojos. – por favor.

Jakhis no la escucho, tomo los grilletes que venían soldadas a unas pesadas cadenas y se los coloco en las muñecas. Hizo lo mismo con los tobillos. Obligándose a no acariciar sus piernas como tanto había soñado se levanto y la miro a los ojos.

-No volverás a escapar. Jamás.

Su voz fue suave pero llena de resolución, de poder, como solo lo es la de un emperador.

Anclaron las cadenas a un par de grilletes que había en la pared. Y el emperador les ordenó retirarse.

-Por favor... por favor, déjame ir... por favor...

Jakhis se encontraba de espaldas a ella. La Qudo se encontraba pegada a la fría pared arrodillada y llorosa.

No debió haber venido, ahora estaba atrapada de nuevo, Tamed y Celía corrían peligro.

-Jakhis... por favor...

El emperador se volvió, parecía meditar. Se acerco de nuevo a ella con lentitud. Como si hubiese planeado el momento con anticipación.

-Me han dicho que has regresado al pueblo junto a un par de forasteros ¿Quiénes son?

La Qudo paro de suplicar.

-No lo sé, los conocí hoy mismo, los encontré en el camino, me llevarían a Coraj...

Jakhis asintió como quien se ríe de la mentira de un niño.

-Por favor... suéltame... Jakhis... por favor.

Jakhis tomo una silla y se sentó frente a ella, aun pensativo. Sabina se dio cuenta de que intentaba controlar su rabia y prefirió guardar silencio.

-¿Dónde has estado durante este tiempo?

La Qudo bajo la vista, jamás delataría a la rebelión.

-¿Con quién? – la voz de Jakhis era tan baja, pero tan grave que Sabina se estremeció.

El emperador rio sin humor al entender que la Qudo protegía a quien fuera que fuese su aliado.

-Dímelo - Sabina miraba al suelo así que Jakhis estiro su brazo, levanto su mentón y repitió: - Dímelo Sabina.

La Qudo negó cerrando fuertemente los ojos.

Jakhis no logro controlar su furia más tiempo y se levanto, lanzo la silla contra la pared, tan fuerte que se hizo añicos y grito con furia:

-¡Te largas por la noche como una sucia ladrona...! ¡Huyes al desierto como los más viles asesinos! ¡Regresas aquí vestida con harapos! ¡¿Crees que no sé dónde estabas?! ¡¿Con quién?!

La Qudo no podía pegarse mas a la pared pero lo intentaba, intentaba fundirse con ella y así huir de la furia de Jakhis.

El emperador continuaba gritando improperios y maldiciones y ella solo atino a tomar su cabeza entre sus manos con desesperación.

Sintió como el hombre se acercaba a ella en un par de zancadas y la levantaba del suelo por las muñecas.

-Maldita Qudo... ¿realmente creíste que podrías huir de mi? Te encontraría aun si huyeras al fin de Kiev.

Unió fuertemente sus labios con los de Sabina reclamándola como había deseado tan desesperadamente. Dejo la ternura de lado, como aquella primera noche en la que habían estado juntos y había deseado hacerla sentir segura, ahora solo deseaba dejarle en claro a quién pertenecía y lo que ocurriría si se atrevía a intentar escapar nuevamente.

La prisión del emperador Donde viven las historias. Descúbrelo ahora