Pasaron dos días en los que Sabina camino sin llegar a ninguna parte, debía aceptar que estaba perdida. Lloro de hambre, sed y cansancio, hasta que encontró una naciente de agua. Se lanzo a ella llorando ahora de alegría. Bebió hasta que su estómago se infló y comenzó a lavarse un poco. Se volvió para ver las dunas doradas mientras el agua recorría su rostro. El agua nacía y se perdía en un pequeño riachuelo pero serbia. Se pregunto si Tamed estaría bien, si Jakhis estaría de verdad muerto y de nuevo las lagrimas la invadieron.
-No puede estar muerto... tampoco Tamed. Me encontrara en cualquier momento y me reprendera por haberme perdido... ellos están bien.
Tenía mucha hambre, tenía los pies destrozados y el cabello lleno de arena. Podría simplemente tirarse en la arena y morir pero sabía que debía resistir. Aguantar hasta que Tamed la encontrara.
Si Jakhis la viera, hambrienta, sucia, protegiéndose del sol bajo una enorme roca, se pondría como loco. La mandaría bañar y alimentar y luego le haría el amor... casi podía sentir sus enormes brazos rodeándola, sus labios calientes sobre su piel... si tan solo Jakhis estuviera allí... suspiro. Debía dejar de perderse en sus pensamientos, pero mientras más débil estaba, más difícil era regresar a la realidad.
Debía apresurarse, no había escuchado a la guardia desde que Tamed la dejó pero sabía que volverían, aunque Tamed se hubiese deshecho de ese grupo ella sabía que Kumora tenía cientos de soldados a su servicio y si era verdad lo que aquellos hombres habían dicho entonces... la estarían buscando... por el asesinato del emperador... No. No podía volver a esos pensamientos, nego y se levanto, dispuesta a seguir, miro en todas direcciones, si tan solo supiera hacia donde demonios ir.
El desierto es tan peligroso, más para una Qudo acostumbrada a las carreteras y a los carromatos. Los aullidos de los coyotes se escuchaban bastante cerca y las sombras eran espeluznantes. Esperaba encontrar un camino pronto. Debía haber uno. Recordaba que Tamed la había llevado por un largo camino aquella vez que la encontró en su carro, entre el ganado... parecía tan lejano aquel día.
Escucho un grito, un grito fuerte y luego un golpe... como si alguien hubiese caído desde varios metros.
Corrió y se oculto detrás de una ruina.
No escucho cascos de caballo, gritos de hombres ni el resonar de espadas por lo que se asomo de a poco para ver quien era el desafortunado ser que se encontraba en medio del desierto de Kumora.
Vio un cuerpo tendido sobre la arena, completamente solo y parecía desmayado.
Sabina mordió su labio inferior con aprensión. ¿Debería acercarse? ¿Sería alguien de la guardia de Kumora?
Se acerco un poco, como un cervatillo asustado.
Ya era de noche pero Airlia brillaba sobre ellos iluminandolos.
Era un joven. Un joven muy hermoso... cabello rubio y de rasgos suaves.
Sabina lo movió intentando despertarlo.
¿De donde había venido?
La Qudo miro en todas direcciones. No había señales de ningún caballo ni carro... ni siquiera habia huellas a su alrededor a excepción de las suyas. Era como si el chico hubiese...
-Esa fue una fea caída... - soltó el joven sobando su cabeza. - creo que me he partido uno o dos huesos...
-¡Estas vivo! - soltó la Qudo alegre. - ¿De donde saliste?
El joven abrió los ojos, unos hermosos ojos azules como el océano la miraron. Era el hombre más bello que ella hubiese visto pero de una manera... suave. Él no tenía la belleza férrea de Jakhis, este chico era lindo como un ángel o una muñeca.
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La prisión del emperador
FantasyJakhis gobernaba el desierto infinito de Kumora. Era un emperador. Un gran emperador. Podía tener a cualquier mujer que él quisiera. Todas y cada una de ellas estarían a su merced y disposición y no se revelarían como esta. ¿Por qué no podía tomar a...