Recorrieron el desierto todo el día y cuando el sol se escondió entre las dunas, Tamed bajo del carro y encendió una hoguera.
Sabina se sentó junto al fuego pero su miedo era palpable.
-¿El fuego no atraerá a los dragones... o los soldados?
Tamed la miró con una chispa curiosa en sus ojos.
-No te preocupes por los soldados de Jakhis mientras estés conmigo... en cuanto a los dragones... ya no hay tantos como antes, el imperio se ha encargado de casi exterminarlos, si uno viniera seria su mejor decisión.
-¿Por qué? Nos comería.
Esta vez Tamed sonrió, incluso sus ojos brillaron con alegría.
-No son tan malos como su reputación puede hacerte creer. Los dragones solo atacan cuando se asustan o los obligan a defenderse. Claro que tampoco son mascotas y sería mejor que no te acercaras a uno si lo puedes evitar. Pero su mala fama viene de unos cuantos que han matado "caballeros en armadura" que buscaban sus corazones.
Sabina entendía aquello, a los Qudo les sucedía lo mismo. Por uno o dos Qudos que habían robado algo, el mundo pensaba que todos eran ladrones. Hubo una Qudo que tenia magia en sus venas, esta la volvió loca y comenzó a devorar niños. Ahora, según el resto de Kiev, todos los Qudos robaban niños para devorarlos.
-A sí que, te agradan los dragones ¿eh?
-Son... criaturas incomprendidas. – Dijo Tamed atizando el fuego.
Después de cenar, Sabina agradeció a Airlia por haberla guiado hasta Tamed y se recostó entre una manta que el hombre le había prestado, él se quedo sentado junto al fuego, vigilando.
Sabina se cubrió con la manta y se preguntó que estaría haciendo el emperador en aquellos momentos... deseó que estuviese bien, deseó que desidiera no buscarla y se olvidara de ella. Y con el recuerdo del rostro de Jakhis en sus parpados se quedó dormida.
Cuando el sol salió de nuevo Tamed la despertó y después de desayunar pan, queso y algunas uvas se pusieron en marcha de nuevo.
-¿A dónde vamos?
-Ya lo veras. Estamos cerca.
Tamed contestaba a todas sus preguntas a medias o solo con la más necesaria información.
Sabina se cruzo de brazos y no pregunto mas, estaba agradecida de que aquel hombre no la hubiese dejado morir en el desierto, o mucho peor, devolverla al palacio a ser atrapada por Jakhis y... aquel anciano malvado.
-¿Y... como es que has logrado escapar? He escuchado que es imposible escapar los calabozos del palacio. - soltó Tamed, Sabina creyó notar un dejo de burla en su voz.
Jugó con sus pulgares algo nerviosa.
-Me confinaron a una habitación... a una torre. No... estuve en los calabozos durante mucho tiempo...
-¿Una bruja en una de las habitaciones del palacio? – pregunto Tamed con el ceño fruncido. – No es algo que Jakhis haría... dime la verdad ¿Por qué te encerraron?
Sabina lo miro con los ojos muy abiertos.
-Te estoy diciendo la verdad.
-No te juzgare, lo prometo, no soy quien para hacerlo...
-¡Te he dicho la verdad!
Tamed levanto los hombros y dejo las cosas así, aunque no le creyó del todo. Conocía a Jakhis y meter a una bruja a su palacio no era algo que el emperador haría. Si algo estaba claro para Tamed, era que Jakhis temía a las brujas más que a nada en Kiev. Los ancianos se habían encargado de llenar su corazón con odio hacia la magia.
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La prisión del emperador
FantasyJakhis gobernaba el desierto infinito de Kumora. Era un emperador. Un gran emperador. Podía tener a cualquier mujer que él quisiera. Todas y cada una de ellas estarían a su merced y disposición y no se revelarían como esta. ¿Por qué no podía tomar a...