Una gran ofensa

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Los labios del emperador la tomaron por sorpresa, los labios con los que había estado soñando desde hacía días...

Los labios que jamás pensó poder tener...

Su cabeza daba vueltas y más vueltas. El aroma del hombre la embriagaba, su sangre se calentó tanto que ella pensó que se evaporaría. ¿Cómo era posible sentir tanto y no acabar muriendo?

Con los pensamientos revueltos pensó que tal vez era él, era el emperador el brujo, porque no era posible que su cuerpo reaccionara tan violentamente sobre algo, lo que fuera, aunque fuera un beso.

El emperador al fin se alejo, con los ojos como el fuego mismo.

Ella se descubrió acorralada contra la pared y él.

Él parecía más lleno de rabia que hacia un rato y ella se lleno de terror. Ahora si la mataría. Oh que noble había sido al dejarla experimentar tal placer antes de mandarla al otro mundo, se dijo.

En los ojos del emperador había un oscuro mar de confusión.

De pronto, la rabia se esfumo y el miedo lo invadió. Pudo verlo en su mirada.

Salió de la celda tan rápido como un rayo, cerró la puerta enrejada con violencia y se fue de ahí dejando a Sabina más confusa que antes.

Ella se quedo ahí, dándose cuenta de que aun respiraba, contra todo pronóstico, seguía con vida. Aunque no sabía cuánto duraría su suerte. 

Bruja, la creía una bruja, nada la hubiese podido ofender más, nada. Después de lo de sus padres... ella odiaba a las brujas, odiaba la magia... por causa de tales tonterías sus padres habían muerto... y ahora, al parecer ella sufriría el mismo destino solo que en lugar de pueblerinos supersticiosos ella estaba bajo el yugo de un emperador supersticioso.

Cayó en el viejo catre sucio. ¿Qué podía hacer? Al parecer el emperador estaba loco, creía que ella lo había hechizado y era su palabra contra la de una Qudo... ni más ni menos. Estaba perdida... ese hombre ni siquiera necesitaba una razón, era el emperador, podría mandar decapitar a quien quisiese solo porque si.

Tomo su cabeza entre sus manos tratando de pensar.

Maldito emperador estúpido. ¿Cómo había podido pensar en él con anhelo hacia solo un par de noches?

Sabina bufo con frustración. El único hombre en el mundo a quien deseaba y resultaba querer contarle cabeza. Era casi divertido. Casi.

Tenía que idear una forma de salir de aquel calabozo... y rápido, presentía que tenia los días contados, si no es que las horas.

La prisión del emperador Donde viven las historias. Descúbrelo ahora