Sabina conto:
-3... 2... 1...
El guardia llegó con su compañero a relevarlo en la guardia.
Desde su ventana podía ver mucho del palacio del emperador, había aprendido los horarios de los guardias y tambien sus costumbres, este especialmente se quedaba dormido seguido. Cada vez que pensaba que todo estaba muy calmado se recargaba en el muro de piedra, sentado en su banco de madera y dormía unos minutos.
También sabia cuando abrían y cerraban las puertas, donde llevaban a los caballos y donde se guardaban las carretas.
Llevaba un par de meses encerrada en aquella torre, seguramente su trova ya estaría mucho, muy lejos de Kumora. Pero también sabia hacia donde se dirigan, cuales caminos les gustaba tomar y sabía que tardaban de dos a tres noches en cada pueblo... dependiendo del buen o mal recibimiento de los pueblerinos.
Si saliera esta misma noche y se diera prisa... tal vez los alcanzaría dentro de unos diez días...
Escucho pasos fuera de su puerta y se apresuró a esconder sus sabanas llenas de nudos.
Esperaba a Jakhis, era el único ser que la visitaba, además de las dos criadas que le subían agua para su baño cada mañana y comida tres veces al día pero ellas se rehusaban a mirarla o a dirigirle la palabra, pero se extraño puesto que era muy temprano aun, Jakhis siempre la visitaba pasada la media noche.
Cuando la puerta se abrió y en lugar del emperador entró un anciano vestido con una túnica roja, de mirada fría, Sabina supo que estaba en peligro.
Fue un presentimiento. Los vellos de su nuca se erizaron como los de un gato cuando se ve acorralado. Sintió un frío atroz pero no en su piel, sino dentro de ella, en sus huesos.
La Qudo miro al anciano durante un buen rato sin atreverse a hablar, se quedaron mirándose en los ojos fijamente, los azules como el cielo de la Qudo contra los negros como el ala de un cuervo del anciano.
Por fin, el hombre habló.
-Y bien, Qudo ¿que es lo que quieres?
-¿Perdón? - soltó Sabina sin saber que responder.
-¿Qué es lo que deseas? Has venido aquí, seducido a nuestro emperador... pero ¿para que? Seguramente hay algo que quieras de él. Bien, te lo digo ahora, yo te lo daré.
Sabina no sabia que responder, ¿sería posible que este hombre le diera su libertad?
-Yo... solo quiero irme, quiero salir de aquí - soltó esperanzada.
-No hagas eso - soltó el anciano con voz fría- tus falacias no funcionarán conmigo. Tampoco tus hechizos. Dime que es lo que quieres ¿oro? ¿Poder?
-No, lo juro, solo mi libertad, déjeme salir de aquí y...
El anciano levantó la mano para hacerla callar. La miro fijamente y hablo con voz un poco más gruesa.
-Dime chiquilla... ¿Quién te envió? ¿Qué es lo que buscas de Jakhis?
La Qudo sintió como si algo caliente y viscoso entrara por su garganta y la obligara a hablar.
-Nadie me envió, vine aquí con mi trova, soy una Qudo... no busco nada...
El hombre frunció el ceño. Parecía creerle pero al mismo tiempo no parecía entenderla. Era como si las respuestas de Sabina no le agradaran. Él también pensaba que ella era una bruja.
-Solo una Qudo eh... no buscas nada... supongo que en ese caso... no habrá ninguna repercusión si te echamos a la hoguera.
Sabina se congelo.
Una imagen de una enorme hoguera encendió su mente.
El humo entrando en su garganta... los gritos desgarradores cargados de dolor... su madre... su padre...
-No... no, no, no... por favor, se lo suplicó. No soy una bruja... yo no hice nada... por favor...
Pero el hombre no la escuchaba, se dirigía a la puerta y cuando Sabina tomó su túnica de la manga se volvió y le dio una bofetada.
-No te atrevas a tocarme, sucia ramera, yo soy un venerable anciano del consejo de Kumora.
Sabina que había dado un par de pasos atras debido al impacto del golpe, lo miro con ojos llorosos por el dolor.
-Por favor... saqueme de aquí... me iré y jamás volverán a saber de mi.
El hombre la miro de arriba a abajo con asco.
-Una asquerosa Qudo, Kiev no perderá mucho... escoria solamente.
Dicho esto salió de la habitación y Sabina perdió toda esperanza de salir de aquel lugar con vida.
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La prisión del emperador
FantasíaJakhis gobernaba el desierto infinito de Kumora. Era un emperador. Un gran emperador. Podía tener a cualquier mujer que él quisiera. Todas y cada una de ellas estarían a su merced y disposición y no se revelarían como esta. ¿Por qué no podía tomar a...