La noche en la que el tiempo se detuvo

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Como cada vez que estaba cerca de ella, el fuego ardió. Ambos sentían sus cuerpos, sus almas estallar. ¿Cómo era posible tanto calor?

Las inmensas y suaves manos del emperador apretaban su cintura con fuerza, manteníendola tan cerca de él. 

Subió una de sus manos acariciando su espalda hasta llegar a su nuca y la apretó contra su rostro, pudiendo así introducir su lengua aun más profundo en su garganta.

Sabina jadeo pero el sonido se perdió en la boca de Jakhis.

El emperador no podía pensar, el humo le llenaba la cabeza y su mente estaba convirtiéndose en cenizas. Sintió los brazos de la Qudo abrazar su cuello, aceptando sus caricias, sus besos ardientes. Sus piernas abrazaron su cintura en una exquisita agonía. Él también jadeo y la Qudo se trago el sonido.

Mordisqueo y lamio sus suaves y tiernos labios tanto como quiso y bajo a su terso cuello. El camisón se le había levantado hasta los muslos debido a la posición y aprovecho para acariciar sus largas piernas.

No podía parar, no lo hubiese hecho, la hubiera tomado ahí, en ese instante, perdiendo su alma para siempre de no ser por los golpes que sonaron en la puerta.

Sus guardias habían aparecido para salvar a su emperador justo como él les había ordenado.

"Si pasa un cuarto de hora y yo no he salido de esa habitación, sacadme, a la fuerza de ser necesario"

Por un momento maldijo a sus guardias y sus propias instrucciones pero después recobro la conciencia.

Se alejo de ella y la vio con odio. Parecía una criatura divina, ahí tirada sobre la cama, con sus naranjas cabellos sobre la almohada, sus labios rojos e hinchados y su respiración entrecortada. Era una mentirosa que jugaba con su mente.

No debió haber subido a la torre en primer lugar.

Se dio la vuelta al no poder articular palabra alguna. Estaba tan molesto, con ella... y con él mismo.

Sabina lo miro salir colérico y azotar la puerta dejándola encerrada de nuevo.

Apretó los dientes furiosa, queriendo gritar y maldecir. Él iba, la besaba como nadie jamás la había besado y luego la miraba con una rabia absoluta, como si fuese todo culpa suya. ¿Cómo hacerle entender que ella no era responsable de la supuesta maldición de la que él la culpaba?

Quería gritar de frustración, ese hombre la volvería loca.

Jakhis entro en su habitación dando grandes zancadas, se deshizo de su capa azul brillante con bordados en oro lanzandola lejos, le siguieron los pantalones...

Sus manos temblaban bruscamente cuando sujeto su miembro, sentía el sudor caer por su rostro y cuello, tenía los dientes apretados y sentía que desfalleceria en cualquier momento.

Sacudió su miembro con brusquedad, su sangre hervía dentro de sus venas, la necesidad por la Qudo era tan grande que sabía que no bastaría con masturbarse, lo sabía, pero ayudaría a quitar la neblina de su mente al menos por unos momentos.

El hechizo empeoraba cuando ella estaba cerca, pero cuando la tocaba...  cuando la besaba... un hombre más débil que Jakhis se hubiese rendido hacia mucho... pero él se rehusaba. Era el emperador por los dos dioses... no se dejaría doblegar por esa bruja.

Sabina se asomo por la ventana, estaba oscuro y las antorchas iluminaban un hermoso jardín, más alla, un enorme muro se levantaba separando el palacio de la gente común de Kumora. La Qudo miro todo con detenimiento por milésima vez en el día, tenia que grabarse bien los caminos, tenia que grabarse bien las salidas y las posiciones de los guardias de día y de noche. Se volvió y saco debajo de la cama sus sabanas atadas entre sí con nudos.

Quito las que se encontraban sobre la cama, unas exquisitas sabanas que ella jamás había pensado siquiera en tocar, ahora no solo se había recostado sobre ellas, sino que la ayudarían a escapar.

Sacudió la cabeza para alejar el recuerdo del emperador mientras hacía el nudo entre las dos sabanas. Al estúpido, maniático y supersticioso emperador quien había llegado, la había besado, casi le había hecho el amor y luego se había alejado para no volver en días. Podría ser el hombre más hermoso que hubiese visto jamás y su cuerpo lo deseaba sin duda, pero la había mandado encarcelar y la había llamado bruja, ahora lo odiaba y se iría de ahí en cuanto pudiera... desearía que su cuerpo se aliara con su mente ante esta razón puesto que cada fibra de su ser quemaba por volver a ser tocada por ese hombre.

Sumida en sus revueltos pensamientos apenas escucho los pesados pasos que subían por la escera cuando ya estaban demasiado cerca.

Rápidamente escondió las sabanas anudadas y se metió entre las pocas sabanas que había dejado sobre la cama para no levantar sospechas.

Fingió que dormía pero apretó contra su pecho un candelabro de plata que usaba como arma, o intento de arma.

Todos los vellos de su cuerpo se erisaron en cuanto el hombre traspaso la habitación. Era él, su traicionero cuerpo lo reconocia.

La puerta se cerró encerrandolos a ambos en la oscuridad de la torre. La tensión la hizo sentir un inmenso calor, como si al entrar Jakhis, una hoguera entrase con él. El tiempo se detuvo...

Sintió como el enorme hombre se acercaba a la cama, despacio, como si no tuviera prisa por tocarla, se deslizo entre las sabanas y la acarició en la oscuridad.

No lo ataco, dejo el candelabro de lado, sin siquiera pensarlo se volvió hacia él recibiendo sus caricias con agrado, no podía resistirse más, lo deseaba, tanto como él la deseaba a ella.

Jakhis la apretó contra su pecho desnudo mientras su boca se unía a la de la Qudo, tomo con fuerza sus muslos haciendo que los enredara en su cintura, tomando su lugar en el mundo. Entre sus piernas.

Había luchado contra sí mismo para no regresar a ella por días pero esta noche no había podido mas... su cuerpo y su mente lucharon frenéticamente contra su razón... y esta última perdió. Sucumbió al deseo que sentía por la Qudo, así fuese un maldito hechizo, su alma no encontraría la paz hasta que su cuerpo no se encontrara dentro del de ella.

La luz de Airlia iluminaba precariamente a los dos amantes que no deberían de estar juntos, estos dos seres que jamás debieron haberse encontrado... pero que lo habían hecho... porque el destino se había escrito, mucho antes de su nacimiento.

Aquella noche duro una eternidad, y al mismo tiempo un parpadeo. Hicieron el amor en la penumbra y fue como si... como si sus almas se conocieran de otra vida. Lastimosamente en esta vida... jamás podrían amarse a plenitud.

La prisión del emperador Donde viven las historias. Descúbrelo ahora