Jakhis se dirigía a la habitación que le había asignado a la Qudo. Estaba alejada de todas las demás habitaciones del palacio, ni siquiera se le podía nombrar habitación ya que era en realidad una torre. Anteriormente había sido donde se guardaban telas, reliquias valiosas, oro. Ahora albergaba a una bruja.
Los ansíanos estaban molestos con él por su decisión de mantener con vida a la Qudo, pero ¿cuando no estaban molestos con él? Nada de lo que hacía (a no ser que callara y asintiera a las ordenes del consejo), agradaba a los ancianos y estaba verdaderamente harto, cansado de no poder gobernar a su pueblo como creía mejor, se había instruido para esto toda su vida y cuando al fin tenia la edad suficiente para reclamar su imperio... le era negado.
Refunfuñando subió las más de cien escaleras hasta la torre. Sus piernas eran muy fuertes, gracias a la equitación y de más entrenamientos que un emperador estaba forzado a realizar pero ahora las sentía de gelatina.
No quería subir más, no quería llegar con ella. No quería ver a la bruja. Y al mismo tiempo, sentía como si una invisible cuerda lo halara hacia ella.
Al fin, llego hasta la puerta, custodiada por dos de sus mejores soldados. Ante un asentimiento de cabeza los hombres se apartaron para dejarlo entrar.
En el instante en que traspaso el umbral, el olor de la Qudo lo embriago. Llenaba toda la habitación y se descubrió inhalando aquel exquisito aroma con ansias.
Maldijo. En la celda del calabozo no era tan difícil, la peste del lugar lograba opacar el aroma de la Qudo.
La miro sobre la cama, leyendo un grueso y antiguo libro sobre la historia de Kumora.
Llevaba un camisón blanco de lino que le llegaba hasta los tobillos, toda ella estaba cubierta, sus mangas eran anchas y el único trozo de piel nívea y tersa que mostraba la prenda era el de su cuello.
Ella se levanto al verlo entrar.
Lo miro con aprensión un momento hasta que él hablo. Pero no dijo lo ya acostumbrado.
Había optado por otra táctica, si las órdenes no funcionaban con la bruja, tal vez la falsa hospitalidad lo haría.
-¿Sabes leer?
Ella lo miro con rabia. Tal vez la falsa hospitalidad tampoco funcionaria.
-Sí, se leer.
Él asintió. No muchas mujeres sabían leer, no en Kumora al menos, solo las de la corte y algunas cuantas más que teneian la suerte de ser acaudaladas. No había pensado que una Qudo supiera mucho más que bailar.
Se aclaro la garganta y prosiguió.
-Espero que estés cómoda. Ya no estás en el calabozo. Así que...
-No, pero aun sigo prisionera.
-Y lo estarás hasta que quites tu maldito hechizo. – soltó él molesto con la mandíbula tensa.
Ella se sentó de nuevo en la cama y soltó desesperada:
-¿Y qué hechizo se supone lance sobre ti?
-Tú lo sabes perfectamente, no puedo... sacarte de mi mente – soltó con los dientes apretados. – Tu aroma... me sigue a todas partes... sueño contigo cada noche... y... y...
La miro, su respiración era agitada al igual que la de él.
-Yo no... se... como es que... - comenzó ella sin saber que decir. – Yo no... hice nada...
-¿Dices que no lo hiciste a propósito? - soltó entrecerrando los ojos.
Sabina estuvo a punto de gritarle de nuevo que ella no era una bruja, pero se contuvo.
-No, no sé como lo hice. Tampoco sé cómo deshacerlo.
-Inténtalo – dijo él acercándose a ella lentamente.
La habitación era pequeña, circular, solo había una cama enorme con dosel, una ventana con hermosas cortinas negras adornadas con flores doradas y rojas que daba a una caída de más de cuarenta metros y un librero con volúmenes viejos de la historia de su imperio. Las sabanas de la cama eran blancas y estaban desordenas. Al parecer ella había estado recostada todo el día, ¿y qué más podía hacer ahí?
Toda la habitación tenía impregnado su aroma y ella parecía, una visión. Se reprendió a sí mismo como siempre que se descubría pensando en ella. Sabía que era por el hechizo pero no podía evitarlo. La deseaba.
Su cuerpo entero estaba tenso sobre todo su parte más noble y sus pies se acercaban a la bruja sin su consentimiento.
Ella se recargo en el cabecero de la cama tratando inútilmente de alejarse de él.
Cuando había estado en el calabozo había sido más fácil resistirse al hechizo, ella había estado sucia y arisca. Ahora parecía una ninfa en lugar de una bruja. Sus cabellos naranjas estaban limpios, sedosos y ella parecía más relajada, no lanzando lanzas por sus ojos.
Sin darse cuenta sus manos ya estaban recargadas en la cama, una a cada lado de las caderas de la Qudo. Sus rostros estaban tan cerca. Ella entreabrió los labios y cerró los ojos. Y él... no pudo seguir resistiéndose. En el fondo de su mente se reprendió por ser tan débil pero su cuerpo le llamaba hacia la Qudo, como un imán, sin que él pudiese hacer nada por evitarlo. Era el terrible hechizo que la bruja le había impuesto. Pero ahora con sus labios sobre los de él, con sus pequeñas y gráciles piernas enredadas en su cintura y sus manos tersas entre su cabello, se sentía en el cielo en vez del infierno. Con un ángel en lugar de una bruja. Con una bendición en donde debería haber una maldición.
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La prisión del emperador
FantasyJakhis gobernaba el desierto infinito de Kumora. Era un emperador. Un gran emperador. Podía tener a cualquier mujer que él quisiera. Todas y cada una de ellas estarían a su merced y disposición y no se revelarían como esta. ¿Por qué no podía tomar a...