Profecía

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Airlia brillaba hermosa sobre las doradas dunas de aquel interminable desierto. Sabina se detuvo a contemplarla, rogándole la fuerza necesaria para regresar pronto a su trova, con los suyos. Seguro estarían preocupados por ella, probablemente ya la habrán llorado, habrían dejando algún monolito en la carretera que indicaba la caída de uno de los suyo y hubiesen continuado su camino sin esperanza alguna de volver a verla con vida.

Se hundió en la laguna, el agua era rosada pero ante los rayos de Airlia se veía purpura. Tallo su piel con un pañuelo y lavó su cabello que estaba lleno de arena y polvo.

El agua estaba fresca, lo que era bueno porque el intenso calor del día aun no terminaba de disiparse.

Aprovecho para lavar su camisón y el manto azul que había tomado del castillo de Jakhis, lo extendió sobre una roca y al ponerse el vestido de lino que le habían regalado las mujeres del campamento se dío cuenta de lo diferente que eran las telas.

El camisón también parecia de lino pero no lo era, debía ser otra tela porque el vestido de las mujeres lucia viejo, desgastado y opaco a comparación de este. Y el manto azul estaba bordado con hilos plateados, simplemente no encahaba en aquel lugar.

Sabina suspiro, Jakhis también desentonaria en aquel lugar, él con su porte y educación simplemente no encajaria entre aquellas personas, pero ella lo hacía. Ella se pondría ese vestido de lino, se cubriría el cabello y sería una más de aquel pueblo, por ahora.

Se dirigía de nuevo a la carpa de las mujeres cuando choco con un inmenso hombre en la oscuridad.

Se disculpo y pretendió continuar pero antes paso la mirada por el rostro de aquel hombre.

El hombre le sonrió. Era alto, delgado, de gruesos labios rojos y ojos... amarillos, sus pupilas apenas una línea como suelen tenerlos los gatos.

Sabina dio un paso hacia atrás. Lo único que le impidió correr lejos de aquel extraño hombre fue el hecho de su cabello era verde. Un verde que evocaba las esmeraldas.

-¿Ta... Tamed?

El hombre sonrió, mostrando unos enormes colmillos.

-¿Qué... que te... ha pasado?

Ella lo recordaba de la ultima vez que lo había visto hacía algunas horas. Había dejado de tener barba y bigote pero seguía pareciendo... humano.

Este hombre sin embargo lucia distinto. Sabina no sabía lo que era pero no era un humano.

El cabello verde oscuro, ojos amarillos, colmillos y su piel... era morena pero tenia... líneas doradas que destellaban. Daban la impresión de ser escamas pero al parecer estaban debajo de su piel. Debía admitir que a pesar de su apariencia seguía siendo bastante atractivo.

-Podría preguntar lo mismo. Sin tus prendas de princesa, pareces... una más de nosotros. – solto el hombre de nuevo evadiendo sus preguntas.

-¿Qué eres?

-¿Qué soy? Pues... eso es difícil de explicar. ¿Cómo te han tratado las mujeres?

-Han sido muy amables.

-Siempre estarás segura aquí, en la rebelión.

Tamed sonrió y Sabina sintió confianza a pesar de los colmillos.

-A sí que... ¿puedes cambiar a voluntad?

Tamed miro sobre su hombro frunciendo el ceño.

-Algo así.

Sabina se dio por vencida. Tamed no revelaría nada de sí mismo, así que trato con algo más.

-Entonces ¿que es esto de la rebelión de la que hablaban?

-Planeamos una revolución - soltó el hombre, si se le podía llamar así, bastante seguro de si mismo.

-Revolución, contra Jakhis... - dijo Sabina recordando lo que Marishca le había contado antes.

-Si... ¿Por qué hay miedo en tus ojos?

-¿Qué?

Tamed se acerco a ella y se inclino un poco, hasta que sus ojos quedaron frente a frente. El hombre de ojos amarillos desprendía un intenso calor, como si fuese una hoguera andante.

-Si eres una espía de Jakhis, dímelo ahora.

-No lo soy - soltó recordando que hacía un par de meses Jakhis la había acusado de ser espía de Tamed, de estar confabulada con él, era extraño haber terminado justo ahí, justo de donde Jakhis pensaba que había salido. - Yo solo... quiero irme de esta tierra.

Tamed se alejo de nuevo al parecer, convencido con su respuesta.

-Tú más que nadie deberías quedarte.

-¿Yo más que nadie?

El hombre frunció el ceño de nuevo. Sabina supo que había algo que necesitaba decirle pero no estaba seguro.

-Por la profecía- dijo al fin.

-¿La profecía? ¿Cuál profecía?

Tamed dudo de nuevo pero pasados unos minutos volvió a hablar.

-Hay una antigua profecía en Kumora. Estoy seguro que es por esa razón que Jakhis te tenía presa.

-¿Qué dice? - pregunto la Qudo intrigada.

-"Vendrá una mujer, con cabellos de fuego, y derribara todo cuanto habeis construido, hasta los simientos. Con su magia fundara un nuevo imperio sobre las cenizas del anterior y restaurará la paz para que al fin, la magia vuelva a sentarse sobre el trono".

Sabina miró a Tamed con los ojos entrecerrados, el parecía solemne.

-¿Y tú... crees que esa mujer, soy yo?

- Si, y creo que Jakhis también lo piensa.

Sabina se echo a reír.

-Estas equivocado, no... no soy yo...

-¿Como lo sabes?

-¡Lo sé! No soy esa mujer que vendrá destruyendo todo a su paso, mírame. ¿De verdad crees que podría?

- El tiempo me ha enseñado a jamás pensar que una persona es débil o fuerte basándome en su apariencia - solto el hombre con tranquilidad.

-Pues lo lamento, lamento si querías mi ayuda en tu... rebelión, pero no podré hacerlo. Dejé mis hechizos destruye imperios en mi carromato - soltó con ironía.

-Es tu destino.

-Te equivocas de chica. Yo no soy la destructora de ninguna profecía solo por tener este color de cabello.

Tamed la miraba tranquilo, como si hubiese sabido desde el principio que reaccionaria de esa manera.

-Ya lo veras... te sorprenderás.

Dicho ésto el hombre se alejo de ella.

-¡Estas equivocado! - le grito Sabina antes de perderlo en la oscuridad.

La prisión del emperador Donde viven las historias. Descúbrelo ahora