La advertencia de una adolescente

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Sabina entro en la tienda exhausta, caminar por el desierto el día entero no era agradable y jugar con bebes dragón purpura dejaba el cuerpo adolorido. Quería darse un baño pero estaba tan cansada que mejor lo haría temprano en la mañana, cuando el sol entibiara el agua de la laguna.

Su cuerpo se tenso cuando vio una sombra acercase a ella. Se toco el pecho aliviada cuando vio el rostro de Celia.

-Me asustaste.

La chica llevaba el cabello negro corto hasta la barbilla, su rostro era delgado, en forma de corazón y sus labios eran rosados y tersos. Parecía un verdadero ángel, sus ojos en cambio, ardían con el fuego del infierno.

Le extendió un par de prendas. Sabina las tomo a sabiendas de que era la ropa con que había llegado al campamento, la había lavado y colgado detrás de la tienda de las mujeres.

-Gracias – soltó sin saber bien que decir.

-De nada – Celia hizo una mueca que trato de pasar por sonrisa. – la necesitaras, te irás mañana ¿no es así?

Sabina asintió. Tamed iría al pueblo y ella iría con él como habían acordado quisiera él o no.

-Así es.

La sonrisa de Celia se ensancho.

-Haznos un favor a ambas: no regreses jamás.

La Qudo frunció el ceño. Celia tenía unos 17 años, aunque su mirada aparentaba años y años de sufrimiento, aun así, no dejaría que una adolecente la amenazara, por más fuego que controlara.

-Escúchame bien niña. Soy una Qudo, iré a donde el viento me lleve, y tú, no puedes prohibirme nada.

Celia la miro sin inmutarse.

-No te lo estaba prohibiendo, te he advertido, si vuelves aquí, hare de tu vida un infierno Qudo. No te acerques a Tamed nunca más, es mío.

Sabina frunció el ceño de nuevo. Sintió unas inmensas ganas de abofetearla pero se contuvo, con la mano hormigueando. Tamed no parecía estar interesado en Celia. Además, aunque así fuera, Sabina no tenía nada sentimental con Tamed, la había salvado del desierto y del emperador pero... lo único que Sabina sentía era un profundo agradecimiento.

-¿Me has escuchado Qudo? Aléjate de él.

Sabina volvió a la realidad cuando los ojos de Celia brillaron.

-Descuida, mañana me iré, y no volveremos a vernos jamás.

Celia sonrió, de verdad esta vez y se dio la vuelta para salir de la tienda.

......

Jakhis despertó bañado en sudor, de nuevo. Las caderas de la Qudo y esa dulce sonrisa lo perseguían cada noche. Su erótico baile lo alteraba, aunque se tratase de un simple sueño.

La poca cordura que le quedaba no le bastaba y temía perder la cabeza antes de encontrarla.

Sabina. Sabina. Sabina.

Repetía su nombre constantemente, necesitaba encontrarla... y apretarla entre sus brazos hasta partirle los huesos. La encerraría en el calabozo, esta vez no la dejaría escapar, la tomaría cada vez que quisiera, fuese de día o de noche, la encadenaría de ser necesario.

El emperador rugió lleno de furia.

La locura jugaba con él como un gato con un ratón. Necesitaba a la Qudo para refrescar su incendiada alma.

Sabina. Sabina. Sabina.

Gritaba su mente. Se dio cuenta de que se encontraba de rodillas sobre la alfombra de su habitación. Se levanto jadeando y se acerco al ventanal para tomar aire.

Era la última noche de luna llena, mañana, habría luna nueva. No sabía ya cuántos días había pasado sin ella, a él le parecía una eternidad. ¿Dónde estaría su Qudo? ¿Estaría bien? ¿Estaría herida? ¿Estaría bailando por alguna parte descalza, con el cabello flotando en el viento para después caer como cascada naranja sobre sus hombros?

Sabina. Sabina. Sabina.

-Te encontrare pronto Qudo... y cuando lo haga, no volverás a escapar. - prometió. 

La prisión del emperador Donde viven las historias. Descúbrelo ahora