Sabina se detuvo en la entrada al ver a Tamed y una chica charlando dentro de la tienda. El hombre tenía a la chica por el hombro y le hablaba muy seriamente la chica parecía molesta, Sabina estaba a punto de darse la vuelta y salir por donde había venido cuando Tamed levanto la vista y esos enormes ojos amarillos la encontraron.
El hombre se erguió tan alto era y su espalda se ensancho. Asintió con la cabeza y la chica asintió molesta. La chica se volvió para salir y cuando vio a Sabina sus ojos destellaron con furia.
Al pasar por su lado Sabina creyó ver una chispa roja en sus pupilas pero se dijo a si misma que había sido todo un truco de luz, como las que usaban en la trova para hacer las obras más dramáticas.
Tamed se acerco a ella.
-Creo que no le caigo muy bien – bromeo Sabina tratando de romper el hielo.
-Celia está molesta porque pospuse la clase.
-¿Clase? - Tamed asintió.
-Celia tiene habilidad para el fuego. Estoy tratando de que la controle lo mejor posible.
-¿Tú controlas el fuego? – pregunto la Qudo. El hombre asintió con una sonrisa en lado. Sabina entendió el porqué cerca de Tamed se encontraba siempre tan cálido. - ¿Por qué has pospuesto la clase?
-Quería dar un paseo... ¿vienes?
-¿A dónde?
-Pasearemos por ahí. Cerca de la laguna grande.
La Qudo asintió, adoraba esa laguna del color de los zafiros desde donde se veían las doradas dunas.
Caminaron por la orilla de la laguna en silencio. Hasta que Sabina hablo.
-Creo que será mejor que me vaya, han pasado tres días, no puedo dejar que mi trova avance hasta el mar porque si no... seria muy difícil saber que camino tomaron. Si ustedes fueran considerados y... me prestaran un caballo y algo de comida... podría...
-¿Has pensado en la profecía de la que te hable?
Sabina no levanto la mirada de la brillante laguna llena de nenúfares y flores de loto a la que habían al fin llegado.
Pasaron un momento en silencio hasta que Sabina reunió el valor necesario.
-Tamed, te agradezco todo lo que has hecho por mí, de verdad... te lo agradezco con el alma, y a todos ellos – dijo levantando su mano hacia el campamento – pero... esta no es mi guerra, yo no soy una de ustedes... y... tengo que regresar con los míos. Se que quieres creer que puedo ayudarte pero... no puedo. Lo siento.
Tamed asintió con pesar mientras veía las dunas.
Sabina por alguna razón sentía que lo traicionaba. Pero ese reino no era el suyo, esa guerra no la involucraba. Y, además... no quería dañar a Jakhis, aunque la hubiese tenido encerrada en un calabozo, o en una torre, o... la hubiese acusado de brujería... algo dentro de ella... la obligaba recordarlo con... algo bastante parecido al cariño. Algo que la hacía sentirse avergonzada consigo misma.
-Tamed... de verdad lo siento. – dijo de nuevo al darse cuenta que le hombre no dejaba de ver las dunas.
-Como tú decidas. No te obligare a nada... es solo... que... - dejo salir el aire de sus pulmones ruidosamente – alguien como tú, debe de permanecer aquí...
-¡Yo no soy como ustedes! – grito la Qudo desesperada.
Ya se había dado cuenta de que todos ellos eran tan diferentes como podían serlo, pero todos compartían algo en común: magia.
Había personas blancas, morenas, de diferentes edades pero todos hacían magia. Había visto a un grupo de chicas rodear un grueso y viejo libro escrito en runas. Un par de hombres levantando la arena con sus manos, sin tocarla. Una niña se divertía haciendo olas en la laguna solo con mover sus manos.
El rostro de Tamed se contrajo en una mueca que Sabina pensó era de tristeza.
-Lo siento, no, no digo que sean malos... pero... no soy como ustedes.
-Lo eres - soltó él poniendo sus manos sobre las de la Qudo - puedo sentir la magia en tus venas. Yo... puedo...
-No.
Sabina se alejo de él negándose a escucharlo. No llevaba sangre en las venas, no... su madre... no había sido...
-Sabina, no puedes negar lo que eres.
-No soy... una bruja.
-No he dicho que lo seas, pero podrías, con la instrucción adecuada, hay hechiceros entre nosotros, ellos pueden...
-¡No quiero ser una bruja! – grito furiosa. – Mi madre fue quemada en una enorme hoguera por la mera sospecha de brujería. Mi madre grito hasta con su último aliento que no lo eran, ¡ella no era una bruja Tamed! Ni yo lo soy.
Se dio cuenta de que temblaba cuando bajo la mirada a sus pálidas manos, en las que cayeron un par de gruesas lagrimas. Sintió los brazos de Tamed alrededor de ella consolándola. ¿Cuánto hacia que no mencionaba a su madre? No recordaba jamás haber mencionado su muerte. Procuraba ni siquiera recordar el rostro o la voz de sus padres, era tremendamente doloroso, así que bloqueaba cada recuerdo muy en el fondo de su mente, desde hacia tanto.
El calor siempre presente en el tacto de Tamed la envolvió y la hizo sentirse segura. Como dentro de una manta. Se aferro a él sin siquiera pensarlo y no supo cuanto tiempo la sostuvo entre sus fuertes brazos. Cuando al fin se separo de él, había dejado de llorar y se sentía más ligera. Como si se hubiese deshecho de un enorme saco que llevase a cuestas.
-No me quedare, regresare al único hogar que conozco... el camino. Con los Qudo.
Tamed asintió sereno.
-Me gustaría que te quedaras... pero es tu decisión. Aunque yo te protegería... todos lo haríamos, lo que sucedió con tus padres... no se repetirá, es por lo que peleamos Sabina, por un lugar en la sociedad, porque no nos discriminen mas, porque no lastimen a los nuestros solo por ser lo que son.
Sabina se mojo los labios y cerró los ojos, era una buena causa, pero... no quería, no podía... la oscura y profunda mirada del emperador taladro sus pensamientos y negó fervientemente.
-No me pondré contra él.
Tamed la miró un par de minutos y Sabina supo que se había equivocado al decir aquellas palabras tan llenas de vehemencia hacia el emperador.
-Te llevare al camino que va al este cuando regrese al pueblo. En un par de días - soltó con seriedad.
Aun con la mirada llena de decepción se volvió y se alejo de ella a grandes zancadas.
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La prisión del emperador
FantasyJakhis gobernaba el desierto infinito de Kumora. Era un emperador. Un gran emperador. Podía tener a cualquier mujer que él quisiera. Todas y cada una de ellas estarían a su merced y disposición y no se revelarían como esta. ¿Por qué no podía tomar a...