Tamed

67 12 0
                                    

Jakhis despertó, mas no abrió los ojos, no se movió ni un ápice. La noche anterior se reflejo en sus recuerdos tan nítida como si aun estuviera pasando. Inmediatamente su miembro se endureció y su cuerpo entero se tenso.

Se dio la vuelta rápidamente, esperando encontrar a su lado a la Qudo quien le había hecho sentir tanto la noche anterior, ansioso por repetir tan dulces placeres quiso despertarla pero encontró la cama vacía.

Se levanto como un lobo que de pronto se descubre en cautiverio. Dio una vuelta por la habitación antes de encontrar las sabanas atadas colgando por la ventana.

Su boca se seco. La ira lo invadió aunque la ira iba entremezclada con un inmenso miedo.

Asomo su cabeza de a poco, deseando no encontrarse con el cuerpo de la Qudo a metros, en el suelo.

Su alivio fue inmediato y abrió paso a su frustración.

La Qudo había escapado.

Corrió por el castillo desnudo, gritando maldiciones y órdenes a sus guardias.

-¡Caleb! ¡Mi caballo!

-Estará listo en cuanto se... vista, mi señor. – Soltó su jefe de guardia tratando de no ofender al emperador.

Jakhis bajo la mirada y su expresión fue de sorpresa y vergüenza.

Entro en su habitación y se vistió lo más rápido que pudo. Cuando llego a los establos su caballo y su guardia real estaban listos.

-¿Hacia dónde emperador? – pregunto Caleb.

¿Hacia dónde? ¿Hacia dónde abría ido esa maldita Qudo?

-Envía tropas hacia todas las salidas. No puede estar muy lejos. No puede haber ido muy lejos... ¡¿Cómo demonios es que nadie se percato?! – grito a sus hombres desesperado.

-Lo sentimos señor, teníamos ordenes de vigilar su puerta, jamás pensamos que... la ventana era muy alta...

-Pudo haberse lastimado, pudo haber muerto... - alego Jakhis más para él que para sus hombres.

-¡Encuéntrenla! – ordeno a sus hombres antes de comenzar a galopar hacia la salida del reino más cercana.

....

Sabina, acurrucada junto a un montón de becerros pensaba que habría sido mejor permanecer en el reino. Seguramente el ejército del emperador la buscaría fuera. Había sido una tonta, había estado tan desesperada por huir que no había pensado bien las cosas. El hombre que llevaba a los becerros y ovejas no tardaría en encontrarla y Sabina no tenía idea de cómo hacer para que no la delatara o peor...

Se tenso cuando el carro se detuvo. Tal vez si salía ahora, no la notaria.

Comenzó a deslizarse por un lado del carro pero los becerros le impedían poder salir de ahí agachada, debía levantarse. Pensó en aferrarse al estomago de uno de los animales y salir de ahí en cubierta como había hecho el valiente Ulises alguna vez, su padre adoraba contarle aquella historia cuando era niña, pero los becerros eran demasiado pequeños para que ella pudiese ocultarse bajo ellos.

Antes de que pudiese pensar en algo mas, el hombre bajo y se acercó a la carreta, Sabina se agacho cuanto pudo pero de nada sirvió cuando los animales comenzaron a bajar del carro.

La Qudo cerró los ojos con la esperanza de que cuando los abriera se encontrara en su carromato de nuevo.

Pero no fue así.

El hombre la zangoloteo con una de sus enormes manos.

-Eh niña... no me agradan los polizones. – le dijo con una fuerte voz.

La prisión del emperador Donde viven las historias. Descúbrelo ahora