Sabina paso el siguiente mes haciendo amistad con los dragones de Tamed y con la rebelión en sí. Aunque fuesen brujas y magos, le agradaban. Le recordaban a su trova. Todos eran una gran familia que charlaba alrededor de una fogata, contaban historias por las noches y cantaban y bailaban.
Sabina sonreía ante todo lo que hacían, los niños correteaban por ahí, jugando con fuego, agua y montículos de tierra. Cuando llegabas a acostumbrarte a aquel lugar, era muy ameno.
Mientras escuchaba a la anciana Kehli contar sobre como su aldea había sido encontrada y destrozada por el rey de su pueblo y como habían peleado hasta hacer correr a los guardias de aquel reino, Sabina se enredo en la manta y bebió de la taza que tenía en las manos, era un vino hecho por los "renegados" como ellos se solían llamar algunas veces. Era fuerte, sabia a cítricos y hiervas y reconfortaba el alma.
Miro a Celia quien la veía con fuego en la mirada desde el otro lado de la fogata, trato de ignorarla hasta que la hoguera se levanto hasta el cielo y se apaciguo de nuevo. La adolecente se levanto y se alejo molesta.
Sabina se mordió los labios, tal vez era solo una adolecente caprichosa pero cuando quería, daba miedo, mas estando cerca del fuego.
Sintió las enormes manos cálidas de Tamed sobre sus hombros y se dio cuenta de por qué la chica se había molestado tanto.
-Lindo traje - observo Tamed cuando se sentó a su lado. El también bebía de ese raro vino.
Sabina sonrío. Había encontrado entre la ropa de las chicas un traje rosa, de seda, lleno de brillantes piedrecitas y con colgantes. Era como los que usaba en sus espectáculos con los Qudo, las chicas dijeron que no era de nadie en particular, que algunas veces las niñas lo usaban como disfraz en sus juegos pero ella lo amaba.
-Lave la otra ropa y encontre esto. Es como suelo vestir cuando estoy con mi trova - soltó envolviendose mejor en la manta.
-Todos están haciendo algo. Deléitanos con una narración o alguna canción - pidió Tamed.
-Oh, no soy buena cuenta cuentos, ni tengo buena voz.
-Debes de tener algún talento. Eres una Qudo. Dime que hacias.
-Bailaba. - soltó como si fuese lo más obvio del mundo, como si fuese lo único que ella pudiera hacer.
-Hazlo entonces.
-Yo... no... - Sabina negó con la cabeza. Ellos no eran un público deseoso de verla mover las caderas. Eran una rebelión.
-Por favor - pidió Tamed.
Sabina iba a negarse de nuevo pero cuando desvió la mirada de Tamed se dio cuenta de que todos las miraban expectativos.
Algunos jóvenes la ovacionaron y ella sonrió. Hacia tanto que no bailaba, que sentía que moría cada día un poco más.
Para alentarla uno de los hombres que tocaba un pequeño tambor comenzó a tocar a un ritmo más alegre.
Sabina bajo la mirada y se decidió. Se levanto y dejo caer la manta al lado de Tamed, camino lentamente moviendo sus hombros y caderas al ritmo de la música del tambor mientras los demás instrumentos se unían a la melodía.
Bailo con gracia, como siempre, su cuerpo prácticamente se movía solo, ella solo se dejaba llevar por la música. Deleito los ojos de todos los presentes, hombres, mujeres y niños. Sus manos hacían que la atención se desviase a su rostro, a sus caderas o al mismo cielo. Era como una serpiente hipnotizando a un público bastante sumiso.
Durante mucho tiempo, no se escucho nada más que los tambores, el laúd y las flautas resonando. Nadie se atrevió a despegar sus ojos de la Qudo y cuando termino, los aplausos no se hicieron esperar.
Sonriendo Sabina volvió a su lugar, estaba sudando y su pecho subía y bajaba violentamente. Se sentía feliz. Hacia tanto que no se sentía tan feliz.
Cuando encontró la mirada de Tamed dejo de sonreír. Él parecía pensativo.
Los demás continuaron con el baile y las risas y algunas niñas trataban de imitar los pasos de Sabina.
-¿Qué sucede? - pregunto la Qudo con el ceño fruncido. La seriedad de Tamed la desconcertaba.
-¿Aun lo dudas? Que hay magia dentro de ti.
-¿Por que mencionas eso ahora?
-Lo acabas de hacer Sabina, has hechizado a todos aquí...
-Estas loco - rio la Qudo - el baile es algo hipnotisante pero...
-Pero tú, con tu magia...
-Solo bailo bien.
-Liberas magia con cada movimiento. No me extraña que Jakhis te aprisionara cuando te vio bailar. Es tan obvio, cualquiera puede verlo.
-¡No! No es verdad, yo no hago nada. Solo me muevo al ritmo de la música.
-Puedes mentirte a ti misma Sabina, pero no intentes mentirme a mi.
Los ojos de Tamed brillaron en rojo y humo comenzó a emanar de sus fosas nazales y boca.
Sabina dio un paso atrás, aterrada.
-Yo no... hice magia... jamás.
-Llegará un momento en el que no podrás seguir mintiendo - zanjó Tamed.
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La prisión del emperador
FantasiaJakhis gobernaba el desierto infinito de Kumora. Era un emperador. Un gran emperador. Podía tener a cualquier mujer que él quisiera. Todas y cada una de ellas estarían a su merced y disposición y no se revelarían como esta. ¿Por qué no podía tomar a...