En la oscuridad

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Sentía su aliento ardiente sobre su piel, las caricias bruscas en la oscuridad la llevaron a un lugar en el que jamás había estado antes. Sus labios buscaban sus rincones más secretos y la Qudo no podía, no queria ocultarselos.

Las manos ávidas de Jakhis se deshicieron del camisón de la Qudo y lo lanzó lejos, al igual que sus propias ropas. Piel contra piel se poso sobre ella, quien rápidamente se abrazo a su cuerpo desnudo y reanimo sus caricias.

La mujer lanzo un grito de placer que se mezclo con el gruñido casi animal del emperador cuando este por fin entró en su cuerpo.

Sabina se aferro al cuello del hombre cuando esté comenzó a embestirla fieramente.

Lanzo otro grito cuando sintio la mano de Jakhis deslizarse entre los dos cuerpos y llegar a su punto más sensible, acariciandola casi tiernamente en contraste con los bruscos movimientos de sus caderas.

De nuevo, sus gemidos se encontraron cuando ambos llegaron al clímax. Era más intenso que nada que hubiesen sentido antes, como siempre.

Jakhis había pensado que al estar con la Qudo una vez su deseo iría dimitiendo, pero se equivoco. Cada vez que la tomaba, el deseo se intensificaba más y más... y el miedo y la rabia lo invadían como si una espada lo atravezara en el pecho. Se sentía molesto consigo mismo por la debilidad mostrada y no soportaba ni ver a la mujer después del acto, por lo que apresuradamente salía de la habitación cada noche para pasar el día entero retorciéndose de agonía por no tenerla junto a él.

Siempre se prometía que esa sería la última noche, que no volvería, que la mandaría a la guillotina cuando el sol saliese, y siempre se mentía.

Siempre volvía...

La vergüenza quemaba dentro de su alma. Se odiaba a sí mismo por ser tan débil.

Sabina pensó que esta vez el hombre también se levantaría, se vestiría y se iría en la oscuridad sin decirle una palabra, como cada noche desde la primera vez que había entrado a hurtadillas en su habitación, pero esta vez el emperador se volvió y la miro a los ojos, parecía cansado y triste.

-Por favor Qudo, ya no lo soporto más... levanta esta maldición... siento que me estoy consumiendo en vida.

Sabina se congelo, no pudo evitar que su corazón se estrujara al escuchar tales palabras.

-Ya te lo he dicho... - logro articular. Su voz sonó triste y apagada - no he sido yo... no soy una bruja... no te hechice...

El emperador miro el oscuro techo, la habitación estaba precariamente iluminada por la luz de Airlia que entraba por la ventana. Sabina podía distinguir la tristeza del hombre a su lado.

Pudo ver en su rostro cuando este, al fin, se rindió.

-Bien... si no fuiste tú ¿quien? ¿Quién lo hizo? ¿Para que? ¿Cuál es su fin?

Sabina lo miro con los ojos bien abiertos. No tenía respuestas.

-¿Ha sido Tamed? Una vez me dijiste que eras aliada de ese... hombre. - soltó las palabras con rabia contenida. Sabina adivino que ese tal Tamed era alguien muy detestado por el emperador.

-De nuevo... lo lamento... pero lo que sea que dijé... aquella tarde en la celda... solo fue un intento desesperado por ser liberada... no conozco a Tamed ni a nadie que quisiera hechizarlo...

Jakhis devolvió su mirada al techo.

-Tuvo que ser alguien que estaba en la corte esa noche... en la celebración.

Sabina miró al techo también. Récordo aquella noche, que parecía tan lejana ahora, en la que vio al emperador por primera vez... los Qudo llegaron por la tarde, la luz comenzaba a ocultarse, desmontaban sus carromatos para armar su precario teatro cuando los guardias del emperador les ordenaron subir al palacio.

-Fue usted quien nos llamó... nosotros actuariamos para el pueblo... como siempre...

-Teniamos una celebración- soltó Jakhis con voz tranquila - habían pasado algunos bailarines... bufones, actores pero todos me aburrían... escuché que los Qudo había llegado y pensé... pensé que sería... divertido...

-¿Qué celebraban? - pregunto Sabina sin pensarlo.

-Mi cumpleaños...

La mujer sonrió. Cierto era que cuando entro al enorme salón de mármol blanco decorado con adornos de oro y lo vio, ahí, con una capa roja y una corona sobre su cabeza, enfurruñado en su trono, le había parecido un niño berrinchudo. Y eso habia sido, un cumpleañero molesto porque no le habían dado de regalo lo que él había querido.

-Tal vez... si me liberaras... - comenzó la Qudo.

-No - solto tajante el emperador y  comenzó a levantarse.

-Me iré... jamás volverás a verme... entonces el hechizo se romperá... estoy segura. - soltó la Qudo levantándose sobre la cama.

-¿Y que si no se rompe? ¿Y si me vuelvo loco por tu ausencia? ¿Qué pasaría con mi pueblo entonces?

Sabina se sentó sobre sus talones y bajo la mirada.

-Pero yo... esto no fue culpa mía... fue husted quien me ordeno que bailara... ¡yo no hice nada! Y soy quien esta pagando... aquí, encerrada como una criminal.

Jakhis la miro con tristeza.

-Lo lamento Qudo - se acerco y acarició su mejilla. - pero no te iras. No hasta que descubra como romper este maldito hechizo que me ancla a tu cuerpo.

Dicho esto se fue. La dejo en la oscuridad, sola, como todas las noches.

La prisión del emperador Donde viven las historias. Descúbrelo ahora