Tenia que salir de ahí.
Sabina estaba segura de que las palabras del anciano eran verdaderas. La quemarian en una hoguera... no tenía tiempo que perder...
Se sobresalto cuando el emperador entró de nuevo en la habitación.
Las lágrimas aún surcavan su rostro pero ya no estaba desesperada, se había calmado un poco y ahora estaba decidida. Habia estado planeando su huida desde el momento en que la habian encerrado ahí. Sólo tenía que poner en práctica su plan...
Jakhis se acerco a ella, la miro con ternura... tomo su rostro entre sus manos y la beso lentamente.
-He hablado con Morde, descuida... nada te sucederá... - le aseguro.
La Qudo asintió pero no lo creyó. De todas las charlas que había tenido con el emperador desde que estaba prisionera había comprendido que el consejo de ancianos gobernaba Kumora aún más que el mismo emperador. Si esos hombres querian asesinarla, lo harían.
Las lágrimas volvieron y el hombre beso sus parpados con dulzura. Pero esta vez las lágrimas no eran de miedo sino de tristeza. Tenía que irse... debía dejar a Jakhis... ¿Por qué era tan dificil solo el pensar en dejar al hombre que la había apresado?
-Ya... ya... - soltó el emperador abrazandola y besando su frente - yo te protegeré...
-No... no puedes... si ellos quieren...
-Yo soy el emperador, ellos me obedecerán. Todos lo harán. - soltó con tono autoritario.
-Incluyéndome - susurro la Qudo.
-Si. - respondió el hombre.
-Déjame ir - soltó contra su pecho.
-No...
-Jakhis... déjame ir... no pertenezco aquí... a esta torre... déjame ir, pertenezco a los caminos... a mi trova...
-No te iras... - soltó con los dientes apretados - si debo encerrarte en el calabozo o atarte lo haré. No me retes Sabina.
La Qudo levanto la mirada, sus ojos negros estaban llenos de decisión.
Él la mantendría a su lado hasta que esos hombres del consejo se la arrebataran por la fuerza sin importar cuanto ella le suplicara su libertad. Como si fuese un niño con perro al cual sus padres le han prohibido llevar a casa.
Este razonamiento le rompió el corazón pero al mismo tiempo le dio el coraje que necesitaba.
Jakhis comenzó a besarla. La Qudo le devolvió aquellos besos tiernos sabiendo que sería la última vez que lo hiciera. Le haría el amor por última vez a su emperador y luego se iría... se marcharía de aquel palacio, se perdería en los caminos y no volvería a ver sus hermosos ojos.
Cuando la Qudo estuvo segura de que el emperador dormía, se levanto sin hacer ni el más mínimo ruido, algo en lo que era experta, miro por la ventana hacia el rincón en donde el guardia rubio siempre dormitaba, ahí estaba... como cada noche. La chica suspiro para tomar valor. Ató un extremo de sus sabanas anudadas (que después de todos esos días ya era bastante larga) a la pata de roble de la enorme cama y lanzó el otro extremo por la ventana.
Antes de lanzarse ella misma por la ventana lo miro... Airlia iluminaba tenuemente sus facciones, aunque Jakhis siempre llevaba el ceño fruncido y los labios tensos, cuando dormía parecía sereno y casi tierno. Su largo cabello descansaba sobre la almohada y su musculoso cuerpo estaba cubierto por la blanca sabana. Sabina sintió una aguda punzada en el pecho, recordó la primera vez que miro al emperador Jakhis, ella había pensado que había sido amor a primera vista... jamás pensó que podría estar tan cerca de él, después de todo... era un emperador y ella una Qudo... pero el destino había tenido otros planes para ella. Ahora ella debía tomar las riendas de ese destino y cambiarlo...
Sonrió ante la graciosa idea del príncipe que escala hasta la ventana de la princesa que duerme en la torre más alta y la despierta con un beso de verdadero amor... esta vez la Qudo se deslizaba por la ventana con cuidado de no despertar al príncipe... emperador.
¿Por qué tardaba tanto? Debía irse ya, debía dejar de verlo... debía...
Sintió un curioso dolor cuando se subió hasta la ventana... era como si algo le dijera que debía quedarse...
No... ella no tenía nada que hacer ahí, ella no pertenecía ahí y seguramente de quedarse... terminaría muerta...
Debía huir ahora... como... como lo que no era... una ladrona.
Guardo dentro de su mente el recuerdo del emperador... sus dulces besos y sus apasionadas caricias, sus sonrisas y sus miradas llenas de pasión, su tierna imagen mientras dormía... y en silencio, se deslizo por el hueco de la ventana.
Sus brazos sintieron el peso de su cuerpo y pensó que no lo lograría... ¿como demonios había pensado que esto era una buena idea? Colgaba de la ventana con una cuerda hecha de sabanas a metros y metros de altura, era una locura, sus flacos brazos no resistirian... la cuerda seguramente no resistiría...
Moriría... seguro moriría, pensó mientras poco a poco lograba posicionarse con los pies en el muro, la cuerda enredada en su cintura de forma que se se fuera recorriendo mientras bajaba y aferraba las manos fuertemente entre los muchos nudos de aquella improvisada cuerda.
Lo logro... demonios... lo hizo... se dio cuenta una vez que las plantas de sus pies tocaron el techo de la torre contigua a la suya.
Maldijo a las historias que contaban sobre mujeres capturadas que hacen ver la huida con sabanas atadas tan fácil, porque ella había pensado que moriría en más de una ocasión. Aun así, debió sufrir su agonía en silencio, se habia mordió la lengua y no grito, no podía arriesgarse a despertarlo.
Temblando entro por la ventana de la torre contigua, era una habitación pero estaba vacía, abrió el armario y encontró algunas prendas, se cambio con estas y tomo una enorme túnica azul intenso que utilizo para cubrir su cabello, tomo una jarra que se encontraba en una mesita junto a la cama y salió al pasillo como si fuera una más de las mujeres que trabajaban en el castillo. Bien cubierta por una túnica que no dejaba ver su inusual cabellera y con la cabeza siempre baja salió hasta el jardín. Para su suerte, no se encontró con nadie en su camino debido a la hora que era, Sabina se apresuró, no faltaba mucho para que los sirvientes comenzarán a levantarse puesto que lo hacían antes incluso de que la luz de Airlia se ocultase.
A cada paso que daba sentía el terrible miedo de ser capturada de nuevo. Si lo hacían, sin duda la matarían, había dejado al emperador en el lecho y había huido, si Jakhis la descubría...
Sabina atravesó el patio con las piernas temblorosas, llegó hasta donde se guardaban las carretas y subió a una que ya estaba cargada con ganado, la lana de las ovejas la ayudo a ocultarse. No pasó mucho tiempo antes de escuchar a un par de hombres hablar bastante cerca de ella.
-Bien, esto es por los animales - Sabina escucho la voz potente de un hombre hacercarse a la carreta en donde ella se encontraba oculta y el tintineo de monedas - y esto... por tu amabilidad...
-No es necesario... - soltó el segundo hombre, pero aun así se escucho el sonido de nuevas monedas chocar en su mano y mezclarse con la anterior paga. - ¿Necesitas algo más?
-Por el momento es todo.
Un costal pesado cayó cerca de la Qudo y se le sumo un par más, al parecer llenos de grano.
-Bien, bien... un placer hacer negocios contigo... ammm lo siento... olvide tu nombre - soltó el sujeto.
-No te lo dije... nos vemos.
Dicho esto Sabina sintió la carreta por fin emprender movimiento. Se dio cuenta de que temblaba, si los guardias por alguna razón decidían inspeccionar el ganado... ¿habría Jakhis despertado ya? ¿Estarían los guardias buscándola?
Pero sus temores no se vieron realizados. Escucho como los guardias dejaban pasar sin mas al hombre que la llevaba sin saberlo a su libertad.
El sol comenzaba a alzarse entre las dunas cuando aquella carreta traspaso el muro de Kumora hacia el desierto.
Cuando a lo lejos vio el castillo del emperador se sorprendió al darse cuenta de que sus mejillas estaban húmedas.
Lloraba de alivio seguramente, no podía estar llorando por extrañar su prisión. Eso solo lo haría una loca.
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La prisión del emperador
FantasyJakhis gobernaba el desierto infinito de Kumora. Era un emperador. Un gran emperador. Podía tener a cualquier mujer que él quisiera. Todas y cada una de ellas estarían a su merced y disposición y no se revelarían como esta. ¿Por qué no podía tomar a...