Partiremos hoy ¿cierto?
-No – respondió Tamed – hoy no hay luna. Cuentan que cuando ni siquiera la luna es capaz de asomarse en el cielo, cosas terribles pasan.
-Supersticiones. Vamos Tamed, debo regresar.
Caminaban por el desierto de camino a ver a los dragones recién nacidos.
-Mañana. Lo prometo.
La mirada que le dedico Tamed la hizo quedarse callada, parecía triste. Sabina pensó que un día más no importaría mucho, su tropa ya estaría muy lejos ahora, llegar a ellos sería una de las pruebas más difíciles que hubiese encontrado por el camino. Pero sin importar qué, llegaría, regresaría con los suyos.
.....
Sabina evito a Celia durante todo el dia, aunque su curiosidad le gano la batalla cuando vio a Tamed y la chica caminar hacia una sombra y comenzar a colocar las manos en distintas posiciones curiosas.
Se acerco tratando de que no la vieran y observo como Celia hacia aparecer fuego en sus manos, una enorme llama que se convirtió en una chispa y desapareció rápidamente.
Tamed tomo sus manos y las coloco de la forma correcta, la llama permaneció en las manos de Celia durante más tiempo esta vez.
Sabina pensó que sería genial poder prender una fogata sin complicaciones y después se reprendió a sí misma. Todo esto era una locura, era de lo que había huido tan fervientemente, era lo que había matado a su madre.
Desvió sus pensamientos y camino hasta la tienda tratando de no derramar lagrimas.
Cuando estaba al fin quedándose dormida escucho un susurro. Alguien gritaba su nombre, lejos, muy lejos. Un tremendo calor comenzó a abrasarla y despertó sudando y sin poder respirar.
Salió por aire, tal vez por un baño en la fría laguna pero se encontró con los enormes ojos amarillos a los que se había acostumbrado ya. Y esa sonrisa repleta de dientes puntiagudos que le parecía tan curiosa.
Las estrellas resplandecían en el aterciopelado cielo oscuro pero no había luna esta noche.
-Ya era hora, empezaba a temer que no escucharas mi llamado.
-¿Tu llamado?
-Estaba gritándote.
Sabina sobo su rostro y trato de aclarar su mente.
-¿Cómo... como hiciste eso?
Tamed sonrió y tomo su mano.
-Vamos, tengo algo que mostrarte.
La fresca brisa nocturna aclaro los pensamientos de la Qudo y la ayudo a serenarse mientras Tamed la dirigía por el oscuro desierto.
Sabina lo siguió en la oscuridad. Tamed de pronto parecía algo nervioso, se removía y se volvió para ver si lo seguía.
Se detuvo después de haber andado algunos metros y se volvió para verla a los ojos.
-No te espantes. No correrás peligro mientras no te apartes de mi lado.
Sus palabras en lugar de tranquilizar a la Qudo la pusieron más nerviosa.
-¿Qué es lo que quieres mostrarme?
Tamed suspiro y sonrió algo nervioso. De pronto, silbo. Muy alto, Sabina tuvo que taparse los oídos, ese silbido no fue algo que cualquier ser humano podría hacer.
Cuando al fin el ruido ceso Sabina se dio cuenta de que también había cerrado fuertemente los ojos, se erguió y aparto sus manos de sus oídos.
-¿Qué fue eso? – pregunto confundida.
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La prisión del emperador
FantastikJakhis gobernaba el desierto infinito de Kumora. Era un emperador. Un gran emperador. Podía tener a cualquier mujer que él quisiera. Todas y cada una de ellas estarían a su merced y disposición y no se revelarían como esta. ¿Por qué no podía tomar a...