Sin escapatoria

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Su inmenso cuerpo la aplastaba contra la pared, la dejaba sin aliento, y ella necesitaba más.

Enredo sus manos alrededor de su cuello. Jakhis sintió las frías cadenas contra su espalda en contraste con la intensa temperatura que su cuerpo emanaba. La levanto por las nalgas e hizo que sus piernas se enredaran en su cintura.

Mordía sus labios con fiereza y su cuello, sus hombros, quería devorarla, sus más bajos instintos estaban en control, y todo era culpa de la Qudo.

Tiro hacia abajo el pantalón de lino desgastado de la Qudo e hizo lo mismo con el suyo de seda negro.

Sin parar de besarla y morderla, sin siquiera avisar a la mujer, entro en ella con una furiosa embestida. La Qudo grito y sus caderas le hicieron saber que era bien recibido. Era húmeda, cálida y le daba la bienvenida con dulces choques contra él.

Las embestidas de Jakhis las hacían golpearse contra la pared pero en ese momento no le importaba, acepto que había estado deseando este momento desde hacia muchas noches y olvido el resto del mundo. Incluso olvido los grilletes.

Después de largos minutos de dulce tormento la Qudo sintió los dientes de Jakhis marcar su cuello al mismo tiempo que el ardiente liquido inundaba su vientre y no pudo contener sus gritos, ni siquiera los escucho ella misma, aunque si lo hizo el emperador para su deleite, solo se dejo arrastrar a la satisfacción como un pez tirado por las turbias aguas de un rio.

Cuando volvió a la realidad sintió el aliento arrítmico de Jakhis sobre su hombro. Continuaban en la misma posición y de a poco el emperador cayó de rodillas con ella aun unida a él.

Permaneció unos minutos mas así, parecía haberse quedado dormido en aquella posición hasta que de pronto se levanto, dejándola aun en el suelo atada a aquella pared.

-Jakhis... ¿Jakhis? No... ¡no me dejes aquí! ¡Jakhis... suéltame! – grito desesperada al verlo marcharse sin siquiera volverse a mirarla.

Después de unos minutos de gritar hasta que su garganta dolió, un trió de mujeres entro en la habitación.

La Qudo las miro sorprendida y trato de dialogar con ellas, pedir ayuda, pero ellas solo la miraron con tristeza y comenzaron a asearla.

Llevaron una tina y la metieron dentro. Las cadenas que atrapaban a Sabina eran largas, podía dar unos quince pasos lejos de la pared pero no podía escapar, era imposible.

Después de descartar la esperanza de que las mujeres la ayudaran simplemente se dejo hacer.

Las mujeres la lavaron con agua de flores y la vistieron con un conjunto de pantalón y blusa lila, lleno de brillos y cadenas. Incluso le colocaron una especie de tiara decorada con piedras brillantes y pintaron sus ojos y sus labios. Pintaron sus manos y sus pies como si fuese a acudir a un baile real.

Cuando terminaron, las tres la miraron con aprobación antes de reverenciarla y retirarse.

Sabina suspiro y se dejo caer sobre un sofá que tuvo que arrastrar para poder ponerse cómoda. Miro a Airlia levantarse por el enorme ventanal mientras se dedicaba a apreciar el dormitorio en el que se encontraba.

Era enorme, y si alguna vez pensó que el palacio era ostentoso esto iba incluso más allá. Había jarrones dorados llenos de flores por doquier, sofás hermosamente estampados, la cama en medio de la habitación era enorme, con sabanas de hilos de oro, enormes espejos de cuerpo entero desde donde su mirada desesperada la observaba. Incluso había un enorme mural en el techo, una guerra era representada majestuosamente, la enorme araña derramaba un montón de hermosas lágrimas de cristal.

Se dio cuenta de que se encontraba en la habitación del emperador y se sintió derrotada. Jamás escaparía de ahí. 

La prisión del emperador Donde viven las historias. Descúbrelo ahora