El desayuno siempre era agradable en el claro, todos se reunían y ayudaban en lo que podían, unos iban por agua, otros cuidaban las enormes hoyas humeantes, otros picaban las verduras o la carne. Los niños iban de aquí para allá corriendo entre risas y gritos. Se sentía muy parecido a los desayunos con los Qudo.
Todos se sentían seguros ahí. Tamed le había dicho que aquel lugar estaba rodeado por magia:
"El claro tiene fronteras mágicas" había dicho, "aquí dentro no pueden encontrarnos, pero si te alejas, no podre evitar que te vean"
Esto la confinaba nuevamente. Al menos ya no estaba en una torre pero seguía sintiéndose prisionera... una punzada de remordimiento la hizo tensar la mandíbula. Estas personas la estaban protegiendo, vistiendo y alimentando. Nada le costaba ser más agradecida.
Vio a Tamed llegar caminando con la chica con quien lo había visto el día anterior.
Ambos sonreian aunque solo en los ojos de la chica existía esa luz... El amor que sentía por el hombre se reflejaba en su mirada y en su rostro entero.
Celia llevaba el cabello negro y lacio hasta la barbilla. Vestía pantalones cafés y blusa blanca con mangas holgadas, cinturón y botas de piel. Y cuando su mirada se cruzo con la Qudo, una chispa roja se encendió.
-Sabina... - saludo Tamed.
-Hola - respondió la Qudo desviando la mirada. Parecía que Celia quisiera arrancarle la cabeza.
-¿Falta mucho para el desayuno? Me gustaría mostrarte algo.
Sabina asintió sin estar muy segura de cuanto tiempo faltaba en realidad para que estuviera listo el desayuno.
-Bien, vamos... te veré después Celia.
La chica se quedó de piedra mientras daba un paso. Al parecer había pensado en acompañarlos.
-Pero...
-Practica lo que vimos hoy- respondió Tamed sin volverse.
Sabina lo siguio hasta mucho más allá de las carpas.
-¿A dónde vamos? – pregunto cuando comenzó a faltarle el aliento.
-Casi llegamos. -Tamed se había comenzado a dejar la barba, lucia un poco mayor pero también un poco más humano. Sobretodo cuando no estaba bajo los rayos del sol que lo hacían brillar como si tuviera escamas.
Sabina no podía más cuando llegaron hasta unas enormes piedras que daban sombra. Se sentó en sus faldas tomando bocanadas de aire caliente.
A Tamed el ardiente sol del desierto parecía no moléstale en lo absoluto, parecía pasearse en una playa, con unos pantalones y camisa de lino, su cabello verde brillante suelto al viento y sus líneas brillantes en la piel.
-¿Cómo es que soportas este calor?
El hombre la miro y sonrió, sabina se había acostumbrado ya a los dientes afilados y en forma de picos de Tamed y cuando sonreía, incluso le parecían curiosos.
-Provengo de un clima incluso más caluroso, así que aquí, me sentó reconfortado.
-¿A caso provienes del infierno? – soltó Sabina sorprendida.
Tamed soltó una carcajada.
-Casi.
Sabina sonrió, realmente por su aspecto... no le sorprendería en absoluto. Miro hacia las dunas, Detrás de ellas estaba el enorme palacio del emperador. Ella no quería admitir que extrañaba aquel lugar porque era una locura, ¿Cómo podría extrañar una prisión? Pero en realidad no extrañaba su encierro, lo extrañaba a él, con su penetrante mirada, sus labios gruesos exigiendo que deshiciera una maldición que ella jamás había lanzado. Sus manos, tomando su rostro, acariciándola por todas partes, acariciando su cabello...
Volvió a la realidad cuando Tamed se sentó a su lado.
-¿Has estado en este clima toda tu vida? – le pregunto para alejar sus pensamientos de los negros ojos del emperador.
-Sí.
-¿Jamás has visto el mar, la nieve, el bosque?
Tamed negó.
-Solo la arena del desierto.
Sabina suspiro con tristeza.
-La nieve, es realmente hermosa, el mundo parece estar recubierto con diamantes, las calles brillan en plateado. El bosque, Tamed, ni siquiera tu cabello es más verde que un bosque en abril, y en otoño, los arboles se tiñen de dorado y carmesí. El mar... el mar del norte es rosado como las dalias y el del sur, verde como las esmeraldas... el del este, es purpura y el del oeste...
-Has visitado muchos lugares. Visto muchos paisajes hermosos. ¿Es eso lo que quieres? ¿Seguir viendo diferentes países aunque en ninguno te sientas en casa?
Sabina soltó una carcajada.
-El mundo es mi hogar, no necesito anclarme a ningún sitio. Puedo estar en todos.
-Rodar por ahí como una hoja al viento- susurro Tamed para si mismo, sin raíces que te lleven a ningún lado.
En lugar de ofenderse Sabina sonrió. Una hoja al viento, era exactamente como ella se sentía, y le encantaba.
-Para mí en cambio – dijo Tamed tomando su mano – es importante tener un lugar al cual volver.
-¿Por que luchas contra Jakhis? Digo... además de su oposición a la magia... esque... tengo la sensación de que contigo... es algo personal. Entre tú y él hay una historia ¿no es cierto?
Tamed frunció el ceño.
-Los antepasados de Jakhis llegaron aquí hace cientos de años, a este lugar... puramente mágico y comenzaron su "imperio", arrasando con cualquier criatura que encontraran, esta tierra... les pertenecía a los dragones por derecho, quienes fueron masacrados sin piedad para lograr sus objetivos... Su abuelo, fue quien inicio lo de la quema de brujas y seres mágicos una vez que pensó que había logrado extinguir a los dragones. Desde entonces, cualquier ser que presente signos de... ser... de tener magia en sus venas, es asesinado. Hace poco descubrieron que es mejor para ellos si son pequeños, porque así no oponen mucha resistencia.
-No es él - dijo Sabina, completamente segura - son esos ancianos. Jakhis ni siquiera es quien toma las decisiones... estoy segura que son ellos.
No podía pensar en Jakhis permitiendo que se masacraran niños. Estaba segura que ese anciano Morde tenía mucho que ver con esa nueva ley. Sabina había encontrado un libro en la torre, que hablaba de todas las hazañas que había hecho Jakhis por su pueblo y el magnífico emperador que era. Se mostraban ilustraciones de Jakhis sonriendo, cargando huérfanos y ayudando ancianos y él siempre le hablaba de cuanto amaba a su pueblo, que haría todo por mantenerlo a salvo... ¿sería a caso que no consideraba a las personas magicas, su pueblo?
-Son solo niños... inocentes... Jakhis no puede... permitir...
Tamed se levanto.
-Pero lo hace... y es lo que nosotros tratamos de evitar, perder más seres inocentes. Como ves Sabina, nosotros somos los buenos aquí. Tenemos razones para revelarnos contra Kumora.
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La prisión del emperador
FantasyJakhis gobernaba el desierto infinito de Kumora. Era un emperador. Un gran emperador. Podía tener a cualquier mujer que él quisiera. Todas y cada una de ellas estarían a su merced y disposición y no se revelarían como esta. ¿Por qué no podía tomar a...