El sol se encontraba en lo alto del cielo, bañando los jardines con una agradable y brillante luz otoñal. Las ventanas del castillo emitían destellos que las hacían parecer de diamante, y las nubes blancas que flotaban sobre las torres más altas añadían una belleza especial al paisaje.
Se encontraban a mediados de otoño, y la caída de la hoja parecía acelerarse por momentos. Los jardines de Hogwarts presentaban colores anaranjados y cobrizos, y pocos eran los árboles que aún conservaban alguna hoja. Hojas que, por consiguiente, adornaban el suelo a modo de crujiente manto.
—Te digo con sinceridad que estás entrenando al equipo de Quidditch de Gryffindor maravillosamente, Harry —comentaba Hagrid, muy entretenido en apartar con un rastrillo las hojas que cubrían el suelo de su huerto de calabazas casi vacío. La fiesta de Halloween había obligado al guardabosque a utilizar la mayor parte de sus adoradas hortalizas para decorar el Gran Comedor.
—Gracias, Hagrid —sonrió el joven moreno, apoyado junto a Ron en el muro de la cabaña del semi-gigante, mientras lo observaban trabajar—. Si mis entrenamientos sirven para que mañana derrotemos a Slytherin, por mi parte todo perfecto. Además, hoy había excursión a Hogsmeade, y todos los del equipo hemos decidido no ir para poder entrenar. Están muy concienciados...
—Vais a ganar seguro. Os estáis esforzando mucho —aseguró Hagrid, volviéndose y sonriéndole bajo su enmarañada barba—. Que te lo diga Hermione, ¿verdad que juegan genial?
—Desde luego que sí —coincidió la chica noblemente, sentada en las escaleras del porche del guardabosques, mientras jugueteaba con una hoja seca y amarilla entre los dedos—. Vuestra técnica es casi impecable, y todos los jugadores son muy buenos en su posición. Has hecho buenas elecciones.
—No todos somos buenos —murmuró una voz deprimida. Harry, Hagrid y Hermione observaron con impaciencia a un abatido Ron, que se miraba los grandes zapatos, alicaído.
—Sí que lo eres —protestó Hermione, cubriéndose la boca con la bufanda que llevaba alrededor del cuello para protegerse del viento seco—. Tu único problema son los nervios. Si controlas eso, tenéis el partido en el bote.
—¡No sé controlar los nervios! ¡Ese es el problema! —protestó el joven pelirrojo, desesperado—. Y encima esos estúpidos Slytherins se empeñan en ponerme más nervioso aún...
—Lo hacen a posta, y lo sabes, no deberías darle ninguna importancia. No les tomes en serio —resolvió Hermione, encogiéndose de hombros—. Ignórales. Como si oyeses llover.
—Claro, como si fuera tan fácil —Ron resopló con impaciencia—. Seguro que el estúpido hurón de Malfoy ya tiene alguna jugarreta preparada para hundirme...
—¿Malfoy va a jugar mañana? —inquirió Hagrid, dejando el rastrillo a un lado, apoyado en la valla, y cogiendo el pequeño saco lleno de semillas de calabaza que Harry le estaba sujetando.
—Sí, claro —se asombró Harry—. Bueno, eso creo, al menos. No he oído lo contrario. ¿Por qué lo dices?
—No, no, por nada en concreto. Pero creí que lo habrían sancionado o algo. Últimamente ha tenido varios castigos con distintos profesores, y eso que el curso acaba de empezar —reveló Hagrid, comenzando a plantar las semillas.
—¿Malfoy castigado? —repitió Ron, intercambiando una mirada emocionada con Harry—. ¿Y eso por qué?
—Creo que porque no hace los deberes que os mandan. Alguna redacción que no ha entregado, y también alguna pelea fuerte... Pero nada del otro mundo —comentó Hagrid sin darle mucha importancia. Tanto Ron como Harry se deshincharon. Parecían esperar una razón más grave e interesante proveniente de su némesis—. Desde luego ese muchacho no tiene pinta de ser nada tonto, pero si no se esfuerza en las asignaturas, y además se mete en líos, no me extraña que lo castiguen.
ESTÁS LEYENDO
Rosa y Espada
RomanceDraco Malfoy, ante la prolongada ausencia de la profesora de Runas Antiguas, se dedica a revolucionar la clase a sus anchas con ayuda de sus colegas, impidiendo estudiar. Hermione Granger, alumna responsable y aplicada, no piensa quedarse de brazos...