43 | El número 4 de Privet Drive

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Hermione estaba empapada. Llevaba días lloviendo de forma continuada, y, al haber estado toda la mañana a resguardo en el interior de El Refugio, al aparecerse en la entrada de Grimmauld Place se había olvidado por completo de generar un Protego. En los segundos que había tardado en reaccionar, y los edificios de los números once y trece en apartarse, la lluvia la había calado por completo.

Había estado en el hogar de Bill y Fleur en compañía de Oliver Wood. Analizando con él algunos mensajes cifrados de los mortífagos que hablaban de un nuevo asilo que parecía ocultar prisioneros. Sin embargo, la información aun era sesgada, y no podían trabajar con ella. Parecía claro que habían encontrado una nueva cárcel encubierta, pero la localización era imprecisa.

Sentía sus pies chapotear mientras ascendía las viejas escaleras que conducían al primer piso desde el vestíbulo, pero no se molestó en secarse todavía. Había una reunión convocada en media hora, y antes tenía que hacer un par de cosas. Intentó no mirar la hilera de cabezas de elfos disecadas que decoraba la pared de la escalera, y se dedicó a palpar el bolsillo interior de su túnica para comprobar que los documentos que traía no se habían estropeado.

Llegó al primer rellano, y se apartó a un lado para dejar pasar a tres personas con las que se cruzó. Un parlanchín Kingsley, que se limitó a saludarla con una cabezada sin dejar de hablar, acompañado de su vieja compañera de Casa, Alicia Spinnet, y otra mujer que Hermione no conocía. Alicia sonrió a Hermione a modo de saludo mientras seguía a Kingsley escaleras abajo. Hermione supuso que estarían hablando de finanzas. Ese era el cometido de Alicia, y posiblemente también el de la otra mujer. La joven había estado trabajando en el Banco Mágico Gringotts durante los dos años siguientes a graduarse en el colegio, antes de que estallase la guerra. Entonces abandonó su puesto y se unió a la Orden a petición de su íntima amiga Angelina Johnson, para encargarse de todo lo relativo a la economía de la organización: préstamos, recolectas, donativos, encargos de víveres, facturas de prendas de ropa, equipos protectores, suministros de los hospitales, ingredientes de pociones...

Hermione intuyó que, a juzgar por el tono apremiante del normalmente relajado Shacklebolt, los balances de la Orden no eran los esperados.

Atravesó finalmente el rellano y llamó con los nudillos a la primera puerta que había a su izquierda. Sin esperar respuesta, la abrió un resquicio y asomó la cabeza. El cabello rojo fuego de su amiga fue lo primero que atrajo su atención. Ginny se encontraba en pie en el centro del salón, junto a la butaca, la cual tenía sobre uno de sus reposabrazos algunos pergaminos precariamente colocados. Se había recogido su larga melena pelirroja en un desenfadado moño, con su propia varita a modo de sujeción. Se encontraba colocada en posición de ataque, realizando complicados movimientos con la mano como si empuñase una varita imaginaria. Y ya estaba mirando en dirección a la puerta, alertada por la llamada de Hermione. Sonreía, entre resuellos.

—Has vuelto temprano —saludó Ginny. Apartó los pergaminos del reposabrazos y se sentó allí, descansando, de cara a su amiga. Su frente brillaba de sudor—. ¿Qué tal con Oliver?

—De momento nada —admitió Hermione, adentrándose con pasos perezosos en la habitación. Un olor picante cuyo origen no supo localizar invadió su nariz. Y también notó que hacía algo de calor allí dentro—. Cree que podrá tener la localización de la prisión dentro de tres semanas, a juzgar por la frecuencia con la que los mortífagos están emitiendo mensajes y la rapidez con que los decodificamos. Pero admite que puede alargarse hasta cuatro semanas.

Ginny arqueó las cejas en un movimiento fugaz.

—Eso es mucho tiempo... —Expresó en voz alta lo que su amiga ya pensaba. Hermione respiró con profundidad, corroborando esa apreciación, y sacó el fajo de pergaminos que guardaba en el bolsillo interior.

Rosa y EspadaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora