Nott esquivó hábilmente, en el último segundo, a un par de niñas que corrían en dirección contraria a la suya por el pasillo. Echó un vistazo hacia atrás, por encima del hombro, siguiéndolas con la mirada mientras se alejaban. Los niños de primer año cada vez le parecían más bajos pero más hiperactivos. Por no hablar de sus modales. A él, cuando tenía su edad, ni se le pasaría por la cabeza faltarle al respeto a un mayor, pero a ellos no parecía importarles.
Miró por la ventana que había a su derecha mientras caminaba, distraído. Estaban a mediados de Marzo, un Marzo que ese año había resultado frío y lluvioso. Pequeñas gotitas se habían fijado en las vidrieras de las ventanas, distorsionando levemente el paisaje. A Nott le gustaba la lluvia, casi más que el sol. La lluvia era fresca, revitalizante, acompañada normalmente de imprevisible viento que te hacía sentir que estabas vivo. El sol le parecía cegador, ardiente e incómodo.
Dobló una última esquina, mientras saludaba con una cabezada a un par de conocidos de su Casa con los que se cruzó, y entró por fin en la clase de Aritmancia. Tal y como había esperado, la profesora Vector aún no estaba ahí; ni ninguno de sus compañeros, de hecho. Aún era demasiado temprano. Faltaban unos veinte minutos para que sonara la campana, pero había terminado pronto de comer, así que había decidido subir. Había comido solo, de modo que no había tenido con quién tener una charla de sobremesa después de devorar una empanada de carne que le había parecido especialmente deliciosa.
Sin embargo, cuando se adentró un par de pasos en la silenciosa estancia, se asombró al comprobar que no había sido el único en adelantarse.
« Justo con quien yo quería hablar... »
—Hola, Granger —saludó con cautela, cuando reconoció la espesa e inconfundible cabellera castaña de su compañera—. Qué pronto has subido.
La chica, ya sentada en su sitio obedientemente, se giró al oír su voz y le regaló una sonrisa. Pero su aspecto, para sorpresa de Nott, no acompañó a su amable expresión. La piel de la joven lucía apagada, y tenía unas marcadas y pronunciadas ojeras bajo sus ojos, como si no hubiese dormido en toda la noche. Incluso su cabello estaba más enmarañado de lo normal, como si hubiera dado vueltas en la cama hasta muy tarde y no hubiera logrado desenredar todos los nudos esa mañana.
—Hola, Nott —correspondió ella, con tono simpático a pesar de su aspecto—. He terminado pronto de comer...
—Yo también —admitió el moreno, acercándose a ella. Dejó la mochila en una mesa cualquiera, y se sentó al revés en la silla que correspondía al pupitre situado frente a la chica, para quedar de cara a ella. Al contemplarla de cerca, el cansancio de su rostro volvió a sorprenderlo—. Oye, no... No te ofendas, pero no tienes muy buena cara. ¿Has dormido mal? —cuestionó, intentando sonar educado.
La sonrisa de Hermione se volvió resignada. Bajó la mirada a su regazo.
—Un poco mal, sí —admitió, en voz más baja. Se acomodó el cabello tras la oreja, sintiéndose algo violenta ante la perspectiva de tener mal aspecto.
—¿Ha pasado algo? —insistió él, al ver su expresión. Ella sacudió la cabeza.
—No, nada especial —aseguró, con voz más firme—. Me encontraba algo mal, eso es todo. Me... dolía el estómago. He dormido poco. Pero ya estoy mejor.
Era mentira, pero no pensaba contarle la verdad. No pensaba contarle que no había pegado ojo ni esa noche, ni la anterior, por culpa de Draco Malfoy. Por culpa de su inesperado abrazo en esa misma aula, días atrás. Por culpa de aquel beso salvaje que le había dado en uno de los pupitres cercanos a la puerta, el cual se había obligado a no mirar al entrar ese día en clase. Por culpa del recuerdo de su voz, pegada a su cuello, a su oído, suplicándole roncamente que lo apartase. Por culpa del recuerdo del sabor de su boca.

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Rosa y Espada
RomanceDraco Malfoy, ante la prolongada ausencia de la profesora de Runas Antiguas, se dedica a revolucionar la clase a sus anchas con ayuda de sus colegas, impidiendo estudiar. Hermione Granger, alumna responsable y aplicada, no piensa quedarse de brazos...