50 | La Batalla de los Colegios (2º parte)

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—Los hechizos de la zona sur están colocados, Ojoloco —informó Lupin, acercándose al lugar donde se encontraba el ex-auror, ascendiendo para ello unas delicadas escaleras blancas, situadas en el centro del amplio vestíbulo del Palacio de Beauxbatons. Moody, en pie frente a una ventana, no se movió. Pero su brillante ojo azul sí se giró sobre la cuenca para enfocar a su compañero.

—Bien —gruñó, simplemente, sin demostrar demasiado ánimo. Su ojo real clavado en las lejanas montañas del Pirineo francés. Se podía ver nieve en las cumbres, incluso en esa época del año.

—Los muros exteriores deberían estar asegurados en pocos minutos —añadió Lupin, situándose ahora a su lado—. Todas las alarmas colocadas.

—¿Y las torres? ¿Cómo van?

—Estamos todavía consiguiendo detalles sobre la estructura del castillo. Con tan poco tiempo apenas hemos podido diseñar una estrategia inteligente...

—Y aquí están los últimos planos —dijo George Weasley, acercándose a ellos, con un fajo de pergaminos en las manos que dejó con un teatral movimiento en las manos de Lupin—. Los de las torres superiores. Ya han colocado escudos básicos. Debería ser suficiente para una entrada por aire, véase escoba o criatura alada.

—Las chimeneas están bloqueadas —corroboró Ojoloco, entre dientes. Mirando de reojo los planos que Lupin estaba analizando a toda prisa.

—Bien, no parece que haya nada que nos vaya a dar una sorpresa... —murmuró Remus, enrollando los planos de nuevo.

—Dormitorios asegurados —dijo entonces la voz de Ron, jadeante, bajando unas escaleras laterales y llegando a su lado—. Hemos hecho todo lo que se nos ha ocurrido. Fred está cubriéndolos, por si las moscas. Y el resto de nuestro escuadrón está en la entrada oeste, la de los arcos dobles.

—Buen trabajo, Ronnie —lo felicitó George, con voz aflautada, revolviéndole el pelirrojo cabello. A Lupin se le escapó una velada sonrisa al verlo. Fred y George tenían la habilidad de controlar muy bien la presión. De relajar con humor a sus compañeros en los momentos previos a cualquier batalla. Aunque fuera molestándolos. Distrayéndolos.

—¿Se sabe algo de Harry? —preguntó Ron, dando un manotazo a su hermano para que no le tocase el pelo—. ¿Cómo va la puerta principal?

—Harry ha asegurado la puerta principal —dijo una voz resignada al pie de las escaleras. El propio Harry subiendo por ellas, dirigiendo una sonrisa su amigo. Simpática y agotada. La luz de los plateados candelabros creaba suaves ondulaciones en sus gafas redondas—. Solo falta el Encantamiento Maullido. Mundungus está abajo, hablando con los profesores. El resto de mis hombres están en posición.

—Todos a vuestros puestos, entonces —dijo Ojoloco, impaciente. Su corta y nudosa varita se agitó en su mano, y, en un abrir y cerrar de ojos, Lupin desapareció de su lado. Víctima de un Encantamiento Desilusionador—. Ocultaos unos a otros. No reveléis vuestra posición hasta que sea indispensable —mientras hablaba, fue camuflándose con la textura de lo que lo rodeaba, hasta desaparecer del todo. Y todos intuyeron que Lupin lo había Desilusionado igualmente. Pero su voz siguió resonando—: Estad atentos a las señales de ayuda de vuestros compañeros. Que nadie se haga el héroe. Las comunicaciones estarán abiertas en el comedor para avisar a los siguientes destacamentos de ser necesarios. Ronald estará allí. Estad bien atentos y no os dejéis engañar. ¡ALERTA PERMANENTE!

Harry no pudo evitar sobresaltarse al escuchar el golpe que Alastor dio en el suelo de baldosas blancas con su bastón. Estaba acostumbrado a sus gritos de advertencia, pero no sin verlo.

Se mordió los labios por dentro y asintió, indicando que lo había entendido. Ron también agitó una mano, con la misma finalidad. Ambos amigos echaron a andar escaleras abajo, no sin antes corresponder a regañadientes a la exagerada inclinación de George a modo de despedida.

Rosa y EspadaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora