15 | Soledad

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Las botas de piel de dragón, mojadas por la nieve, le pesaban a Draco como si fuesen de plomo, y hacían que cada escalón hasta su dormitorio le costase un esfuerzo extraordinario. Había cruzado la Sala Común sin hacer contacto visual con nadie, y, aunque le parecía haber escuchado algún saludo por parte de algún compañero, lo había ignorado totalmente. Se sentía curiosamente vacío, incapaz de sentir nada que no fuese un incómodo aturdimiento. Le dolían las sienes por la cantidad de pensamientos que trataba de evitar ordenar y que se amontonaban en su subconsciente. No quería pensar. No quería recordar por qué se sentía así. Recordarlo significaría darle vueltas a lo sucedido hacía apenas quince minutos en el Círculo de Piedra, cuando Granger había desmentido sus acusaciones sobre que ella era la causante de sus inexplicables sentimientos. Ella lo había negado todo. No era posible, no tenía sentido, no podía creerle... Mierda, otra vez estaba pensando en ello.

Y encima él había dicho eso. Amortentia.

Joder.

¿Pero por qué demonios...? ¿Por qué había dicho él algo así?

Mierda, mierda, y mierda.

Abrió la puerta de su dormitorio con su mano enguantada y la luz mortecina de un candil le indicó que no estaba solo. Sintió la fuerte tentación de darse la vuelta y marcharse a buscar la soledad que necesitaba a otro sitio; pero un sollozo ahogado, casi desesperado, lo mantuvo en el marco de la puerta.

A pesar de la neblina que inundaba su mente, reconoció al dueño de la voz, y, aunque no asimiló completamente la situación, abandonó sus pensamientos para volver de una bofetada al mundo terrenal.

Recorrió la habitación de un rápido vistazo hasta descubrir a Nott, sentado en la silla del único escritorio que había en la estancia, y frotándose los ojos con ambas manos apresuradamente. No había nadie más allí. Sobre la mesa había un paquete rectangular, cuyo contenido no alcanzaba a distinguir desde la puerta. Aunque la rana de chocolate mordisqueada que Nott sostenía en la mano, le dio la pista que necesitaba. El candil del escritorio era el que estaba encendido.

Nott miró hacia la puerta de reojo, queriendo comprobar quién había entrado. Una capa de lágrimas frescas cubría sus ojos azules, los cuales estaban enrojecidos. Al igual que su nariz, y sus húmedos labios. Su rostro al completo estaba congestionado, propio de un evidente llanto previo.

—¿Draco? —cuestionó nerviosamente, aunque no hiciera falta.

—¿Qué te pasa? —preguntó éste a su vez, al instante, cerrando la puerta casi por inercia tras él. Se sentía demasiado cansado emocionalmente como para recordar que hacía días que no se dirigían la palabra. Además, lo que veía lo había alarmado demasiado. No podía, a pesar de la fuerte discusión que habían mantenido, ignorar aquello.

Nott nunca lloraba. Era un muchacho fuerte, con una mente serena, y difícilmente perturbable. Mantenía la cabeza fría y sabía gestionar sus emociones, muchas veces mejor que el propio Draco. No solían afectarle cosas que sí lo hacían al resto de los jóvenes de su edad. Draco siempre había pensado que la muerte de su madre fue un punto de inflexión para él, para la gestión de sus sentimientos. Después de aquella pérdida, pocas cosas podían alterarlo. Su umbral de dolor estaba sorprendentemente alto. Y por ello, Draco, al ser consciente de que el muchacho había estado llorando desconsoladamente hasta segundos atrás, sintió que el agobio y la incertidumbre le dificultaban la respiración.

Nott se apresuró a sacudir la cabeza, intentando ocultar su rostro de la penetrante mirada gris del joven Malfoy.

—Nada. No... no es nada. De verdad. Nada —logró decir, intentando imprimir un tono sereno a su voz. Hubo un ligero tono más firme en la última palabra que casi convenció a Draco de que realmente no había pasado nada grave. Pero solo casi.

Rosa y EspadaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora