35 | La Casa de los Botes

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La Casa de los Botes era un cobertizo situado en uno de los rincones menos transitados del castillo, en una apartada orilla del enorme lago que rodeaba Hogwarts. Se llegaba a ella descendiendo gran cantidad de escalones, construidos en la ladera. Era una alta construcción de tres paredes, con una amplia abertura desde la cual salía un breve muelle hacia el Lago Negro. Un puñado de barcas, con espacio para cuatro pasajeros cada una, estaban amarradas en el interior y alrededor del edificio, balanceándose suavemente. El cristal de las ventanas, sucias y casi opacas por el paso de los años, apenas dejaba ver el exterior, pero la vista desde el muelle era magnífica, apreciándose una gran superficie del oscuro lago y las lejanas montañas. Aunque Draco Malfoy y Hermione Granger no disfrutaban de ella, ocultos como estaban dentro del cobertizo. Lejos de miradas indiscretas.

Él había acomodado su largo cuerpo en una de las barcas que flotaban en el interior de la caseta, apoyando la espalda en la proa y colocando las piernas por encima de los asientos. Tenía un ejemplar de El Profeta abierto en sus manos, y estaba disfrutando de algunos rayos de sol que se colaban en el cobertizo por entre las grises nubes. La chica, a su vez, estaba sentada en el borde del muelle que quedaba a su lado, con un libro en las manos. Sus pies estaban descalzos y sumergidos en las negras aguas. Se había recogido el bajo de sus pantalones para que no se le mojasen.

Solo la voz de Draco rompía el apacible silencio del apartado lugar.

—"... el nuevo estatuto, con la aprobación de la Confederación Internacional de Magos, ofrece asesoría, sindicatos y seguridad a los duendes de la región Este de Jordania" —estaba leyendo en voz alta, sus ojos claros volando por la página. Hermione lo escuchaba, sin apartar la mirada de su propio libro—. "La región Oeste aún se encuentra en negociaciones respecto a la creación del polémico Ministerio del Duende, con sede en el pueblo de Tinworth..." —enmudeció un instante, pensativo—. ¿De qué me suena ese pueblo? —cuestionó para sí mismo, en voz alta.

Hermione elevó la mirada del libro Jeroglíficos mágicos y logogramas que tenía sobre las piernas.

—Ahí vivió Bridget Wenlock, ¿quizá de eso? —propuso, mirándolo con duda—. Ya sabes, la que...

—Sí, la bruja que descubrió las propiedades del número siete —corroboró Draco, finalizando su explicación. Compuso una mueca de conformidad—. Pues sí, será eso.

—Entiendo la postura de Jordania. ¿Qué beneficios le puede aportar tener la sede de un ministerio en un pueblo situado al otro lado del planeta? —cuestionó Hermione, interesada y ofuscada.

—Es útil a nivel internacional —explicó Draco con voz monótona, sin levantar la vista del periódico—. Crearía lazos entre Jordania e Inglaterra. Podría derivar a más acuerdos en el futuro. El Departamento de Cooperación Mágica Internacional estará encantado, hace años que va detrás de Jordania... Con la magia, la distancia es lo de menos. Por ejemplo, el Comité de Exterminación de Criaturas Peligrosas de nuestro ministerio tiene sede en quince países europeos. Crea buena imagen de cara a la Confederación Internacional de Magos. Jordania está teniendo muy poca visión de futuro al poner tantas pegas.

Cuando el chico terminó de hablar, fue cuando Hermione se sorprendió a sí misma con una sonrisa en los labios que no recordaba haber esbozado. Fascinada.

—¿Cómo puedes saber tanto de política y relaciones internacionales? —cuestionó, con suavidad, sin disimular su admiración. Con cierta envidia ante sus numerosos conocimientos del mundo mágico. Draco alzó entonces la mirada y su expresión se volvió descaradamente petulante en cuanto sus ojos se clavaron en la sonrisa que ella le dedicaba.

—Los Malfoy somos una familia de alta alcurnia, Granger. Mis antepasados se han codeado con todo tipo de figuras influyentes. Y mis padres también. No soy ningún inculto. He hablado con personas importantes, y sé escuchar.

Rosa y EspadaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora