La última vez que Draco se había sentido tan nervioso fue el día que Lord Voldemort le grabó la Marca Tenebrosa en su antebrazo. La situación en ese momento no se podía ni comparar, pero estaba casi igual de taquicárdico.
Su rostro asomaba de forma imperceptible por detrás de la columna del Vestíbulo. Los últimos rezagados del desayuno subían en ese momento, corriendo, la Gran Escalera. El Vestíbulo quedó vacío, por fin, dejándole vía libre. Todos los alumnos ya estarían en las diferentes clases. Aun así, Draco no se movió todavía. Su pesada respiración era lo único que oía en medio del silencio, y amenazaba con enloquecerlo. La adrenalina le cosquilleaba por las venas, confundiéndose con la sangre. Aguardó unos segundos más, asegurándose de que no se oía el más mínimo paso, y entonces cerró los ojos. Tomó aire por la nariz y lo expulsó por la boca, frunciendo los labios. Lo hizo lentamente, tres veces, luchando por tranquilizarse. No podía fallar. No podía cometer ningún error. Tenía que mantener la cabeza fría y concentrada. Se jugaba mucho.
Respiró hondo una última vez, con lentitud, y después se obligó a cambiar su respiración. Comenzó a jadear a propósito, tomando aire y expulsándolo rápidamente por la boca. Practicó una expresión de desesperación que creyó que sería convincente, y solo entonces salió a toda velocidad de la columna tras la que se ocultaba. Corrió, raudo como una flecha, hacia el despacho de Filch, situado al otro lado del Vestíbulo. Sin dejar de jadear exageradamente, abrió la puerta de un tirón, sin llamar.
—¡Señor Filch! —gritó, resoplando, tratando de parecer angustiado.
El delgado y enclenque hombre apartó la mirada, sobresaltado, de un casco de armadura oxidado que estaba frotando con un paño, sentado en su escritorio. Un bote de Quitamanchas Mágico Multiusos de la Señora Skower estaba sobre la mesa, abierto, dejando escapar un fuerte olor acre.
—¿Cómo te atreves a entrar así, maldito niñato maleducado? —balbuceó el conserje, con su cascada voz. Un maullido le indicó a Draco que la Señora Norris no podía andar muy lejos, aunque a simple vista no la vio.
—Soy Draco Malfoy, Prefecto de la Casa Slytherin, señor. Se trata de Peeves, señor. Está ensuciando las vitrinas de la Sala de Trofeos, señor —se justificó Draco, resoplando, intentando lucir exageradamente respetuoso. Y añadió, con énfasis y gravedad—: Con tinta indeleble, señor.
Tal y como Draco esperaba, los saltones ojos del conserje amenazaron con abandonar sus órbitas.
—¡Maldito poltergeist! —exclamó, poniéndose en pie y dejando el casco de armadura sobre la mesa, con un golpe seco—. ¡Llevo años diciéndole a Dumbledore que lo eche de aquí! ¡Pero esta vez me las pagará, ya lo creo que sí! ¡No se me escapará!
Sin darle las gracias a Draco, salió renqueando de la habitación, mientras el chico le aguantaba la puerta servicialmente, con su expresión más humilde. Su gata salió entonces de una esquina oscura del cuarto y fue tras él, maullando suavemente. Draco fingió seguirlo durante unos metros, pero, en cuanto comprendió que el conserje ni siquiera se daba cuenta de que iba tras él, y no lo echaría de menos, volvió sobre sus pasos para meterse dentro del despacho. Cerró la puerta tras él con rapidez y discreción, y recargó la espalda contra ella. Se permitió dar un hondo suspiro, intentando después relajar su falsamente acelerada respiración. Aguardó unos segundos, sin moverse, con el corazón retumbando en los oídos. Fuera no se oía nada. Filch y su gata ya debían estar en el primer piso. Tardarían un rato considerable en subir y bajar desde el tercer piso, donde se encontraba la Sala de los Trofeos. Aun así, tenía que ser rápido. No sabía cuánto tiempo podía tardar Filch en limpiar la tinta que él mismo había arrojado contra las vitrinas de trofeos minutos atrás. Había sido una treta pobremente elaborada, pero le daría el tiempo suficiente para cumplir su cometido. O eso esperaba.

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Rosa y Espada
RomanceDraco Malfoy, ante la prolongada ausencia de la profesora de Runas Antiguas, se dedica a revolucionar la clase a sus anchas con ayuda de sus colegas, impidiendo estudiar. Hermione Granger, alumna responsable y aplicada, no piensa quedarse de brazos...