Draco abrió de golpe sus grises ojos, y trató de aspirar al mismo tiempo una profunda bocanada de aire. La habitación estaba totalmente silenciosa, y la luz brillaba por su ausencia. Solo la iluminación verdosa proveniente del lago, que penetraba por las estrechas ventanas acristaladas, impedía la total oscuridad. Lo primero que vio cuando sus ojos se acostumbraron a la negrura fue el dosel de su cama, con una gran "S" plateada bordada. El corazón le martilleaba en el pecho como un caballo al galope.
Se incorporó torpemente hasta quedar sentado y sintió un escalofrío recorrerle el cuerpo; las sábanas estaban empapadas en sudor frío y se le pegaban al cuerpo, al igual que el pijama. Sentía cómo algo le obstruía la garganta, provocándole desagradables náuseas. Cerró los ojos con fuerza, sin dejar de respirar agitadamente. Había sufrido una pesadilla. Ni siquiera recordaba lo que sucedía en el sueño, pero había sido aterrador. Y escalofriantemente real. Había escuchado gritos desgarradores que le retumbaron duramente en la cabeza, había visto sombras negras vaporosas envolverlo, unos barrotes, y unos ojos grises que lo miraban sin vida...
Seguía sin poder apenas respirar. El agobio creció en su interior, y eso provocó que la náusea ascendiera por su garganta casi sin control, obligándole a apretar las mandíbulas hasta que le dolieron. Apartó las sábanas y la colcha con manos temblorosas y bajó de la cama. Se puso en pie, recorrió la habitación con pasos rápidos, descalzos, y abrió la puerta del baño de un tirón, encendiendo la luz al mismo tiempo con la otra mano. Apenas alcanzó a cerrar la puerta tras él cuando se vio obligado a caer de rodillas y a vomitar en el retrete. Tras varios angustiosos y desagradables segundos, logró apaciguarse medianamente. Aún con los ojos cerrados, extendió una mano fría y temblorosa y tiró de la cadena. Sintiéndose más relajado con el sonido del agua corriendo, apoyó ambos brazos sobre el borde del retrete, y enterró el rostro en ellos. Las arcadas aún lo hacían convulsionarse, pero ya no tenía nada para devolver. No había cenado mucho.
No era la primera vez que le pasaba. Desde hacía más de un año, desde que condenaron a su padre a Azkaban, Draco sufría pesadillas con relativa frecuencia. Casi cada mes, vivía una horrible pesadilla relacionada con cosas que no podía recordar, y se despertaba de madrugada atemorizado, angustiado y con las náuseas a flor de piel. Lo único que recordaba de sus sueños eran los ojos grises de su padre, vacíos y sin vida. Se había dado cuenta de que esas pesadillas eran más recurrentes cuando estaba enfermo o estresado. O ambas cosas.
Al igual que las demás noches en las que esto sucedía, trató de respirar lento y profundo para controlar las ganas de vomitar, e intentó dejar de pensar. Dejar la mente en blanco. Aunque solo fuese durante unos segundos. Cuando notó que el corazón comenzaba a recuperar sus pulsaciones normales, se apartó del retrete y se sentó en el suelo con la espalda apoyada en la gélida pared del baño. Las manos seguían temblándole, y tenía mucho frío, pero ya no se sentía tan mal. El estómago comenzaba a asentársele poco a poco. Se palpó la frente y la sintió arder intensamente contra el congelado dorso de su mano. Un dolor palpitante se instaló en sus sienes.
Llevados por un impulso repentino, los dedos de su mano derecha levantaron la manga izquierda de su pijama con torpeza, agarrotados por el frío que sentía. La sensible y blanca piel de su antebrazo quedó expuesta, y sus dedos se crisparon sobre ella. Echó la cabeza hacia atrás, apoyando la nuca en la fría pared, y cerró los ojos. Su padre estaba en Azkaban. Encerrado indefinidamente. Los mortífagos tenían una vacante, que él debía cubrir muy pronto. Así había sido decidido, según su madre le había dicho a finales de verano. Él debía continuar los pasos de su padre. Quería continuar los pasos de su padre. Y había llegado el momento, no faltaba mucho para ocupar su lugar. La próxima vez que volviese a casa, entraría a formar parte de sus filas oficialmente, a pesar de no haber terminado sus estudios todavía. O, al menos, eso le habían dicho. Al parecer, el Señor Tenebroso tenía especial prisa en que él se incorporase a sus filas. Lo necesitaban por algún motivo que aún escapaba a su conocimiento, lo cual, desde luego, no lo tranquilizaba precisamente.
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Rosa y Espada
RomantiekDraco Malfoy, ante la prolongada ausencia de la profesora de Runas Antiguas, se dedica a revolucionar la clase a sus anchas con ayuda de sus colegas, impidiendo estudiar. Hermione Granger, alumna responsable y aplicada, no piensa quedarse de brazos...