59 | Epílogo

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La entrada de Cabeza de Puerco no tenía campanilla. Tampoco era necesaria. Reinaba tal silencio en el lugar que el chirrío de la gruesa puerta de madera era suficiente para alertar al tabernero de la presencia de un nuevo cliente.

Hermione había tomado una honda bocanada de aire fresco antes de entrar, pero eso no hizo que el olor a cabra del interior fuese menos intenso. Hasta el punto de que el picor de nariz le humedeció los ojos. Parpadeando con urgencia, echó un distraído vistazo a su alrededor, mientras se quitaba la gruesa bufanda y los guantes.

No había demasiados clientes a esas horas. Había un par de duendes en un rincón, hablando en apresurados susurros. Posiblemente en duendigonza a juzgar por las palabras ásperas que llegaron a oídos de la chica. Había un par de personas más repartidas en mesas, casi todas en soledad. La barra estaba desierta.

La taberna lucía prácticamente igual, a simple vista, a cómo había lucido antes de la destrucción de la guerra. Incluso el olor era el mismo.

Hermione, con la bufanda y los guantes en la mano, avanzó en dirección a la barra. Aberforth estaba al otro lado, colocando una serie de botellas de licor en los estantes inferiores. Pero se había girado al oír el sonido de la puerta. Y ahora contemplaba a la joven con fijeza, sin proseguir con su tarea.

Hermione se colocó delante, sin sentarse en ninguno de los taburetes que tenía cerca. Sosteniéndole la mirada.

—Señorita Granger —fue el seco saludo del anciano. Su poblada barba apenas moviéndose. Sus azules ojos refulgían frialdad. Hermione tragó saliva. No la había llamado por su apellido ni una sola vez durante el tiempo que combatieron juntos en la guerra, codo con codo.

—Señor Dumbledore —correspondió a su vez, de forma correcta. Cauta. El hombre bufó con fuerza.

—No seas insolente, niña —espetó a su vez. Como si él pudiera hablarle con deferencia, pero le sentase mal si ella lo hacía. Volvió a girarse para seguir colocando botellas—. ¿A qué has venido? —espetó de malas maneras.

Siempre tan directo. Tan poco parecido a su hermano.

Hermione sabía tratarlo. Habían hablado muchísimo durante la guerra.

—He venido a pedirle trabajo —admitió la chica, con serenidad. Igualmente directa. El hombre ralentizó sus movimientos, pero no se detuvo del todo.

—Creía que estabas trabajando para el Ministerio, en el único Departamento que merece mínimamente la pena...

—El trabajo no es para mí —aclaró Hermione, sin alterarse—. Es para Draco. Draco Malfoy.

Aberforth colocó las últimas dos botellas en el estante y se giró. Escrutándola con atención. Impávido. Aunque casi sorprendido del atrevimiento de la chica, al parecer.

—¿Por qué debería, en el nombre de Merlín, hacer nada por un criminal de guerra y un ex convicto? —siseó. Hermione no se inmutó.

—No debería. Se lo estoy pidiendo. Sería un... favor hacia mí, si es que está dispuesto a...

—¿Por qué? —repitió el hombre. Con mayor énfasis.

—Porque necesita trabajo —expuso ahora Hermione. Con vehemencia—. Está buscando, pero... nadie quiere contratar a un criminal de guerra y un ex convicto —citó, ahora con abierta frialdad e ironía—. Ha intentado entrar en el Consejo Escolar, y no lo ha conseguido. Necesita dinero. Quiere trabajar para conseguirlo. Solo necesita una oportunidad.

—¿Y qué te ha hecho pensar que yo se la daría, niña?

—Puede ayudarle con la taberna —insistió la chica. Apoyando los codos en la barra. Más cerca de él—. Está acostumbrado a tratar y adular a personas influyentes, puede atender a los clientes y conseguir que deseen volver. Puede limpiar. Lo que sea. Es inteligente, aprenderá deprisa...

Rosa y EspadaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora