44 | La Mansión de los Ryddle

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Hermione se dio cuenta de que se estaba despertando cuando algo de luz comenzó a colarse entre sus párpados. Intentó elevarlos, pero las pestañas le pesaban. Sus ojos se empeñaban en mantenerse cerrados. Su cerebro iba despacio. Instándola a volver a dormirse. Recordándole que no había sido suficiente descanso. No quería moverse. Estaba cómoda. Estaba tumbada de costado. Lo que la rodeaba estaba tibio. Había un colchón bajo su cuerpo. Una barrera no identificada a su espalda. Algo sólido pero suave bajo su mejilla.

Se obligó a abrir los ojos, con esfuerzo, necesitando varios intentos. Estaba a la altura del suelo. Podía ver la sobria pared y la puerta de entrada al otro lado de la desvencijada habitación. Tímidos rayos de sol se colaban por entre las rendijas de la persiana y de los tablones que cegaban la ventana, restando melancolía a la vacía estancia. Ya no estaba lloviendo, al parecer. Podía notar que el lugar estaba frío, pero ella se sentía bien.

Estaba apoyada sobre piel tersa. Un brazo. La zona del bíceps estaba bajo su mejilla. Veía un codo doblado ante sus ojos. Un antebrazo bordeándola.

No estaba sola.

Se quedó quieta un poco más. Mirando aquella pálida extremidad. Podía ver el rubio vello que lo recubría. Los surcos que delineaban su musculatura. Era real. No había sido ningún sueño. Él estaba ahí.

Estaba desnuda, pero podía sentir capas de tela sobre ella. La lanuda textura de su jersey solo cubriendo su torso, y su túnica por encima de todo su cuerpo. Recordó que se habían tapado una vez que sus ropas se secaron, para resguardarse lo máximo posible del frío de la madrugada.

Sin pensar que quizá despertase a su acompañante al moverse, se giró sobre sí misma. Intentando no destaparse. Pero sí tumbarse sobre su otro hombro. Buscándolo.

Draco estaba acostado boca arriba en el estrecho colchón. Había colocado su brazo izquierdo bajo ella, a modo de almohada, y el derecho lo tenía elevado y flexionado, sosteniendo su propia cabeza. Él también se había puesto por encima su ropa a modo de mantas. Estaba despierto. Sus ojos claros vagaban por el sucio techo. Ensimismado.

Sintió a la chica removerse junto a él y bajó la cabeza en su busca. Sus ojos se encontraron cuando ella logró girarse en su dirección. Y, durante dos lentos ciclos respiratorios, no dijeron nada.

—¿He dormido mucho rato? —quiso saber Hermione, ofuscada, con voz pastosa. Somnolienta. Por suerte, no necesitaba elevar la voz. Tenía la cabeza apoyada en su hombro. Estaba pegada a su tibio cuerpo. Su rostro elevado en su dirección, a menos de un palmo de distancia.

Draco negó con la cabeza de forma casi apática. Volvió a girar el rostro para seguir mirando al techo.

—No más de dos horas —murmuró, con tono neutro. Ella bufó de forma tenue. Y él pareció notar su frustración, porque añadió, casi disculpándola—: Tienes que estar cansada.

No le pareció que lo dijo con burla, pero aun así Hermione no pudo evitar sonreír para sí misma. Azorada. No estaba segura si se refería a la dura batalla en Privet Drive, o a los actos que ambos habían realizado horas atrás sobre ese colchón.

Y qué actos. Se sentía como si no hubiera respirado en todo el proceso. Todavía podía notar su vientre zumbar. Su pulso entre sus piernas. En sus dedos. Su cerebro trabajando más lento que su cuerpo. Sus extremidades endebles. Su cuerpo entero pesado como el plomo.

Definitivamente estaba cansada.

—¿Qué hora es? —cuestionó entonces la chica, sintiendo su corazón acelerarse. Tensando el cuerpo. Si el sol ya había salido...

—Pasadas las siete —contestó él, sin tener que comprobarlo. Al parecer estaba controlando la hora. Ella se relajó contra él, tragando saliva. Menos mal. Era temprano. Pero debería volver pronto. Si podía evitarlo, prefería que nadie notase que había salido esa noche. Sabía que Ginny, con la cual compartía habitación, lo haría; pero no era inusual que una de las dos pasase la noche fuera por un motivo u otro. A veces sus tareas se alargaban y se quedaban a dormir en alguno de los otros refugios. No tenía por qué sospechar la verdad, de ninguna manera.

Rosa y EspadaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora