18 | Brasas

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La oscura y fría mazmorra en la cual se impartía la clase de Pociones estaba atestada de vapores aromáticos de diferentes opacidades y colores. El sonido de una docena de calderos burbujeantes, y diversos instrumentos de metal, se confundía con el fuerte ruido de las voces de los alumnos. La gran mayoría trataban de discernir con ayuda de sus compañeros cuál había sido su error y por qué su preciada poción, que tantos sudores les había provocado, no poseía el color violeta que debería, si no un azul marino, morado, granate, o un verde que dañaba a la vista.

—Si habéis seguido mis instrucciones correctamente —decía el profesor Slughorn, sonriente, bamboleando su prominente barriga de una mesa a otra, mientras examinaba los escasos progresos de sus alumnos—, ahora deberíais remover tres veces en el sentido de las agujas del reloj y vuestra poción se volverá de un rosa palo muy agraciado, con su debido brillo nacarado. Venga, probad.

La clase entera hizo lo que les indicó pero, en la mayoría de los casos, la poción no varió en lo más mínimo, hundiendo aún más en la miseria a su correspondiente creador. En otros casos, lo que ocurrió fue que comenzó a burbujear más intensamente, amenazando con chamuscar las cejas del alumno que hubiese más cerca.

—¡Mierda! —exclamó Ron alarmado, dando un paso atrás cuando su poción comenzó a lanzar chispas azules por doquier.

—¿A ti tampoco te ha salido? —inquirió Harry con voz ronca, tratando de no respirar los apestosos vapores que emanaban de su poción de color morado.

—¿Mi flequillo chamuscado no responde por mí? —se quejó Ron con una mueca, tratando de que, efectivamente, dejase de salir humo de su pelo—. ¿Cómo lo has conseguido, Hermione?

—Pues no lo sé, siguiendo las instrucciones, supongo —dijo la chica, con tono de disculpa, removiendo alegremente su caldero, el cual contenía una poción de color rosa claro con brillo nacarado—. Cosa que vosotros no habéis hecho...

—¡Claro que sí! —protestó Ron, desviando la vista a la pizarra y entrecerrando los ojos para releer las instrucciones a través de los vapores de diversas tonalidades. Guardó silencio durante un instante, sus amigos expectantes—. ¿Eran tres ojos de escarabajo? —terminó preguntando, con un hilo de voz.

—Exacto. Y después dos granos de sopófero —recalcó Hermione, con una débil sonrisa—. ¿Los has echado?

Ron no contestó, y se limitó a mirar su poción chisporroteante con desilusión.

—Mierda —repitió por segunda vez en menos de dos minutos.

—Yo no sé qué he hecho mal ni me interesa —farfulló Harry, cubriéndose la boca con una mano para repeler el hedor—. Solo quiero que deje de oler así...

—Te ayudo —se ofreció Ron, dedicándole una última mirada a su incorregible creación, y agitando la varita para apagar el fuego situado bajo el caldero.

Hermione les sonrió para darles ánimos y continuó atendiendo su exigente poción. Ahora que parecía estar consiguiendo realizarla, se permitió relajarse ligeramente. Era muy agradable ver cómo los vapores ascendían del caldero formando lentas espirales de diferentes formas, pero todas igualmente cautivadoras. De pronto se sintió en paz consigo misma, olvidando por un instante que se encontraba en un aula, solo maravillándose de las siluetas que adoptaban los tenues vapores. Pero algo que vio a través de los efluvios atrajo su mirada.

Los grises ojos de Malfoy dejaron de mirar a Zabini, situado de espaldas a Hermione, y se fijaron en la joven Granger inesperadamente, seguramente como un acto reflejo por haber sentido la mirada de la chica fija en él. Pero solo fue un instante. Apenas un rápido vistazo que Hermione tuvo la gran fortuna de apreciar. Pero después apartó su vista bruscamente, como si no desease en absoluto atraer su atención, y se concentró más de lo que hubiera sido razonable en arreglar su poción, que presentaba un vistoso color púrpura.

Rosa y EspadaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora