10 | La lechucería

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La boca de Draco se abrió en un enorme y descarado bostezo mientras subía sin ninguna prisa por los helados escalones de piedra que conducían a la Torre de la Lechucería. Se dirigía allí con la idea de enviar un paquete a su casa. Era ya 25 de diciembre, el día de Navidad, y por ello su intención era enviar regalos tanto para Nott como para su madre. Theodore se encontraba en la Mansión Malfoy pasando las fiestas navideñas, a diferencia de Draco, que se había visto obligado a quedarse en el castillo por intervención de su madre.

Apenas dos días antes de comenzar las vacaciones de Navidad, cuando ya tenía el equipaje preparado, y el corazón mentalizado de que volvería a Hogwarts convertido en mortífago, el joven Malfoy había recibido una inesperada carta de su madre, ordenándole que se quedase en el castillo y que no volviese a casa. La carta estaba escrita en una clave que solo él entendió, por seguridad, pero le decía que había convencido a los mortífagos de que debía quedarse en Hogwarts por sus labores de Prefecto, enseñándoles una carta falsa que Draco nunca había enviado. Su madre lo había planeado todo por su cuenta, sin contar con él para nada, cosa que lo descolocó y enfadó a partes iguales. Ahora no podría presentarse en su casa aunque quisiera, no podía dejar a su madre de mentirosa ante el Señor Oscuro. Algo así sería catastrófico.

Draco se hundió al leer las palabras de su madre. Lo más probable era que Narcisa quisiese aplazar el momento en el cual su hijo se uniese definitivamente a las filas de Lord Voldemort. La mujer estaba en contra, al menos por el momento; le parecía demasiado pronto, demasiado peligroso, y no parecía saber cómo retrasar lo inevitable. Oponerse a las órdenes del Señor Oscuro era impensable. Pero Narcisa parecía considerar que convertirse en mortífago, siendo todavía estudiante en Hogwarts, era un riesgo demasiado elevado; si Albus Dumbledore llegase a enterarse de ello, Draco estaría perdido para siempre.

Pero tarde o temprano sucedería. Draco no podía, ni quería, ignorar su destino. Apenas podía creer que su madre de verdad estuviese dispuesta a pasar las Navidades sola en su mansión, sin su marido y su hijo, rodeada de mortífagos en su mayoría fríos y desconocidos... Todo con tal de aplazar el ineludible momento en que su único hijo fuese ya un miembro activo para Voldemort.

En la carta, también le recomendaba a Nott que se quedase en Hogwarts, pero admitía que no podía prohibirle ir a la Mansión Malfoy si de verdad quería hacerlo. Después de todo, se había convertido en su hogar desde que el padre de Theodore fue encarcelado. Y los Malfoy se habían convertido en su familia. El joven Nott, tras una breve discusión con Draco, decidió volver, para así poder mantener informado a su amigo sobre si Narcisa se encontraba bien. Y, además, intentaría hacerle compañía. Draco se sintió tremendamente agradecido con él, más aún teniendo en cuenta los sentimientos de aversión de Nott hacia el Señor Oscuro. Theodore iba a ir a pasar las Navidades precisamente al que, en la actualidad, se había convertido en el cuartel general de preferencia para los mortífagos. No serían unas fiestas navideñas especialmente halagüeñas.

Draco bostezó de nuevo a los pocos segundos. Estaba muerto de sueño, y los párpados le pesaban. Era muy temprano, apenas estaba amaneciendo lentamente a su alrededor. Aunque no le había costado mucho madrugar, a decir verdad, pues había pasado la noche en vela sentado en un sillón de la fría y desierta Sala Común, incapaz de conciliar el sueño. Últimamente no hacía nada lo suficientemente agotador como para tener sueño por la noche. Estaban siendo unas vacaciones tremendamente aburridas. Como una interminable lección de Historia de la Magia, o Cuidado de Criaturas Mágicas.

Privado de ningún otro entretenimiento, su cerebro había decidido que rememorar y analizar todos los sucesos de las últimas semanas de clases sería entretenido. Y ello le había llevado a darse cuenta de que, recientemente, tenía más recuerdos con Hermione Granger de los que había tenido en seis años. Y eso era bastante alarmante, a la par que sorprendente. Cuando se ponía a reflexionar sobre ella se daba cuenta de que, a pesar de todo, seguía sin entender del todo la actitud de la joven. Su afirmación de que no lo denunciaba ante Dumbledore para ahorrarle problemas, dándole la oportunidad de cambiar de actitud sin castigo de por medio. Draco no lo asimilaba. No entendía que hubiera querido... ayudarle. Porque sí, después de darle vueltas y vueltas, esa era la conclusión a la que llegaba sin poder remediarlo. Y mira que lo había intentado. Granger quería impedir que se metiese en un nuevo lío, aún más gordo. Draco admitía que era probable que los profesores le expulsasen si llegaran a enterarse de lo que ocurría en Runas Antiguas; más teniendo en cuenta que estaba teniendo más castigos de la cuenta ese año.

Rosa y EspadaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora