𝟷𝟼. 𝙻𝚘𝚜 𝚙𝚊𝚜𝚘𝚜 𝚍𝚎 𝚕𝚊 𝚎𝚗𝚜𝚎ñ𝚊𝚗𝚣𝚊

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A las ocho menos veinte de la mañana me puse en pie, para meterme directamente en la ducha y dejar que el agua caliente arrastrara de mi mente los restos del sueño de anoche. A duras penas conseguía recordarlo. Sólo alcanzaba a vislumbrar, entre destellos de distintos colores, diferentes aromas entremezclándose a mi alrededor y cuatro manos invadiendo todo mi cuerpo para sacarme del núcleo del aroma.

Nada más.

Tras la ducha, la cual me ayudó mucho a empezar el día con optimismo, me vestí con lo primero que encontré en el armario. 

Cuando salí de la casa de madera prefabricada, los primeros Betas que solían intercambiar posiciones con los que custodiaban la puerta durante la noche, se desperezaban con tan poca energía que parecía que no habían dormido lo suficiente. Ni siquiera se percataron de mi presencia hasta que me vieron subir los primeros escalones de piedra blanca, y su respuesta fue un leve gruñido cansado.

Adentro, esperaba encontrarme al Sr. Khan ya sentado en la mesa del comedor grande, pero para mi sorpresa el lugar se encontraba vacío. 

―Tanto joderme con planificar el día de hoy, ¿y ni siquiera te has levantado, Khan? ―suspiré. Sabía lo que eso quería decir, y no era un buen comienzo de día―. Está bien. Vamos a tomarnos esto con una buena actitud, pues hoy veré a mis padres después de mucho tiempo. Además de que el maldito collar Omega me lo quitará y podré vivir unas horas de libertad.

Di unos brincos en lo que entraba a la parte central de la mansión, y sin ningún problema giré hacia la derecha para meterme en el territorio de Khan. Esa parte de la mansión siempre olía a él; desde las paredes con papel, pasando por los cuadros de óleo, hasta los propios picaportes. 

A diferencia de nuestros ancestros, todo lobo aceptaba que su vida debía de tener una armonía olfativa. Antiguamente si tu hogar literalmente apestaba a ti, de manera automática los extraños salían huyendo si no eran lo bastante fuertes y los conocidos dudaban de si podrían ingresar. La mayoría no lo hacían. Muchos pensaban que, de hacerlo, estaban invadiendo el territorio de la persona a la que olía todo a él y podrían considerarlo una invasión. Sin embargo, en los tiempos modernos muchas cosas habían cambiado, y por ello los caseros u Omegas se encargaban de que dicha armonía tuvieran un buen equilibrio para la sana convivencia entre el señor del hogar y sus invitados. 

Khan tenía un hedor bastante potente que se te pegaba hasta en el pelo sin siquiera que te tocara con sus manos. Intenso y penetrante, como un ácido que no le importaba el material si con ello ingresaba su presencia olorosa. A diferencia de él, su hijo Kent no alcanzaba aquel nivel salvo en su Celo.

No era fácil equilibrarlo, pues ni el ambientador más potente del mercado conseguía arrancar la mitad de todo el potencial. Para Khan no era un problema, pero sí para mí y los Betas. El olor de Alfa ejercía presión entre el placer de la tentación y aroma del terror; por eso la mayoría de sus Betas sólo entraban cuando a su jefe le daba un ataque de ira y no en otras ocasiones. 

Cuando llegué a las escaleras que dirigían al piso superior, las subí sin esforzarme demasiado, y al abrir la puerta de la habitación la obscuridad invadió mi campo de visión. Este maldito hombre ni siquiera estaba despierto.

Como si la molestia de él hubiera invadido mi cuerpo, atravesé la penumbra del habitáculo hacia donde estaba las cortinas, aunque no vi venir que algo me haría caerme de morros, general un sonido que rompería la respiración ronca de Khan.

―Joder... ―le escuché decir―. Quiero desayunar más tarde hoy.

Ni de puta coña.

Me puse de pie, sobándome el mentón que se había golpeado contra la madera, y antes de decirle algo no me temblaron las manos para abrir las cortinas de par en par. Independientemente del quejido enfadado de Khan, la luz de esa mañana me resultó bastante agradable, e incluso abrí las ventanas para que el frío le molestaran mucho más.

𝕰𝚕 𝚑𝚘𝚖𝚋𝚛𝚎 𝕰𝚚𝚞𝚒𝚟𝚘𝚌𝚊𝚍𝚘 [También en Inkitt]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora