29. 𝙻𝚘𝚜 𝙷𝚘𝚖𝚖𝚎𝚜 𝚝𝚒𝚎𝚗𝚎𝚗 𝚞𝚗 𝚍𝚘𝚗 𝚎𝚗 𝚌𝚘𝚖ú𝚗

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Mayo pasó volando, y junio golpeó con la fuerza de un huracán cuando las alertas de olas de calor aparecían en la pantalla de la televisión o las noticas del teléfono. En casa, el aire acondicionado estaba activado desde la primer ahora ―cuando me levantaba―, Boston llamaba a la puerta para recordarme que estaba preparado para ayudarme y Khan ya estaba sentado en su silla. 

El problema no era cocinar aunque me dolieran los pies, tuviera un poco de acidez por las mañanas, o siquiera que tuviera que pensar un menú para Khan. El problema era el calor que se acumulaba en la cocina justo en el momento que tenía que usarlo, ya que Khan necesitaba una dieta muy concreta cuando iba a correr y otra para cuando quería tomarse la mañana bastante en calma. 

Ese desayuno del primer viernes de junio fue bastante bien, o al menos dentro de lo esperado. Khan se mantuvo extrañamente conversador, hablándome de cómo iba la empresa y que "mi zona" estaba esforzándose mucho mientras me deseaba una pronta mejoría. Al parecer, Khan les dijo que había tenido un accidente donde me fracturé la pierna y pasaría un tiempo alejado del trabajo, pero que él iría personalmente en la última hora para recoger los papeles e informes para atacar la pereza o los malos resultados. Admitiré que eso me pareció sorprendente, ya que Khan sólo aparecía ahí una vez al mes y porque tenía que ver con su rutina.

En todo este lapso de tiempo, Khan no mostró ningún rastro de incomodidad pese a que yo sabía que él tenía que ser el tal "Tiger" de aquella aplicación de mi teléfono. Lo que al principio era una constante línea de nervios para mí, terminó relajándose por la "normalidad". Sin embargo, lo que me causaba curiosidad era ese cambio de actitud que había tomado conmigo. Claro que después de casi dos años viviendo en la misma casa, algo tendría que haber sido evolucionado desde el desastroso inicio.

¿Y Kent? Se lo tragó la tierra. 

Boston me dijo una vez que intentó ingresar a casa, pero Khan cambió todas las cerraduras y literalmente le pegó una patada para alejarlo de su territorio. Yo no me había ni enterado. El repudio que intentaba evitar para él, ahora era un hecho, aunque bien conocía a su hijo para saber que él era lo bastante terco para seguir intentarlo sin importar el tiempo. Tarde o temprano él y yo coincidiríamos.

El segundo y tercer viernes también siguió la misma rutina: Khan hablando de trabajo, a veces me preguntándome sobre palabras que él no conocía de los crucigramas, cocinarle aunque él me ordenara sentarme porque Boston llevaría las bandejas a la mesa... Por supuesto eso no quería decir que todo fuera "bueno" y "soportable". Lexie ―esa tipa del hospital que me caía como una patada en el culo―, se pasaba una vez al mes a la casa de Khan con el material necesario para la supervisión mensual que ordenó Eriel que tuviera. 

Lexie y yo NO nos llevábamos bien, y eso no era ningún secreto. Aun así, ella era lo bastante profesional para hablar y actuar acorde a su profesión, por lo que sólo tenía que sufrir con ella una media de veinte minutos como mínimo, responder algunas preguntas rápidas y cada uno irse por su lado. 


Pero entonces ocurrió algo a primera hora del lunes. Lo supe justo en el momento que bajé por las escaleras solo, ya que Boston estaba sacando la comida que preparé el día anterior, y la respuesta fue resuelta por Khan y Eriel que estaban en la mesa. Habían dejado de pelear para mirarme con la intensidad de un cazador apuntando a una presa, callados y atentos, siguiendo todos mis pasos sin siquiera molestarse en desprender feromonas como si enjambres de avispas se tratara sin intención de picarme. 

Quizás una persona desde fuera no podía sentirlo, a lo mejor sólo vería a dos tipos enormes mirándome. Pero yo lo veía muy claro: Mirada atenta, aroma intenso, hormigueo en el pecho, inquietud en el corazón, nerviosismo... Señales de que instintivamente sabían que era "mi mes", pero como estaba encinta en lugar de verse atraídos con una connotación sexual, era más bien dirigida por territorialidad. No dejaban de ser Alfas, posiblemente ambos viudos, y como dije tiempo atrás a los Alfas les encantaba tener familia por ser símbolo de poder y prosperidad.

𝕰𝚕 𝚑𝚘𝚖𝚋𝚛𝚎 𝕰𝚚𝚞𝚒𝚟𝚘𝚌𝚊𝚍𝚘 [También en Inkitt]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora