32. 𝙴𝚕 𝚑𝚘𝚖𝚋𝚛𝚎 𝚚𝚞𝚎 𝚙𝚞𝚎𝚍𝚎 𝚜𝚎𝚛 𝚜𝚞𝚊𝚟𝚎

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Julio llegó con altas temperaturas y un silencio generalizado en la casa. Esto era debido a que Khan iba a pasar por su Celo suave, el cual automáticamente imposibilitaba que Boston pudiera pasar a duras penas tiempo dentro de la casa. Las dificultades de cocinar junto a él pasaban más rápido de lo que me gustaría admitir, ya que tras terminar de adelantarlo todo él me daba suerte y me recordaba que NO me acercara a Khan bajo ninguna circunstancia. Tenía que seguir las normas de siempre: Dejarle la comida en la puerta y largarme, sino él no me soltaría.

Todavía no sabía cuándo era el día exacto.

El inicio de mes tuve a un Khan que me perseguía todo el rato con la mirada, asegurándose tenerme en la mira durante las mañanas, en la tarde se obligaba a sí mismo a meterse en su estudio y por las noches lo dejaba cenando a solas en la mesa.

Era incómodo hacerlo de este modo, especialmente si tenía que recordar lo que pasó la última vez que un apagón por las nevadas, donde tuve a Khan en todo su esplendor siendo un auténtico salido que no podía contenerse. Claro que ahora las cosas no serían iguales, pero el miedo estaba ahí. Palpitante. Acentuándose cada vez que rozábamos una mirada en la distancia y me hacía preguntarme si él me terminaría atrapando.

Los primeros días funcionaron adecuadamente ―dentro de lo posible―, pero en cuanto llegamos a la segunda semana Khan ya mostraba rastros de ansiedad y necesidad. Me lo demostraba cada vez que él bajaba de las escaleras con un pantalón corto que se le marcaba todo y la mayoría de veces sin camiseta, mostrándome un torso lleno de músculos cincelados con pelo negro en el pecho para atraerme de forma indirecta. Lo veías ahí, orgulloso de su físico, paseándose de vez en cuando cuando sabía que estaba en alguno de los salones, y por desgracia su presencia captaba mi atención a causa de su olor.

Ahí me levantaba lo más calmado que podía, alejándome, como modo de rechazo aunque eso le hiciera gruñir de enfado por no acercarme directamente.

No es que Khan no pudiera hacerlo por sí mismo, pero como sabía que había vida en mi interior, eso significaba que de alguna no podía ser tosco. Los lobos en su pre-Celo eran bastante asfixiantes hasta que te encerraban el paso, procediendo a embobarte con su fuerte aroma hasta que te atrapaban y controlaban a placer según sus pasos. Sin embargo, ahora las normas del juego eran distintas.

El problema llegó al final de la segunda semana, cuando yo estaba diseñando un juego de mesa en la tablet de Khan para pasar el día aburrido que estaba viviendo nuevamente. El hombre apareció por la puerta llevando sólo un bóxer apretado que, de manera literal, le marcaba todo y ni siquiera le importó mostrarse así delante de mí. El pecho y la frente tenía algunas gotas de sudor por el calor, independientemente de que el aire acondicionado estaba a una buena temperatura; pero lo que no vi venir era que, cuando decidí marcharme, él me tomó del brazo en el momento que pasé por su lado forzándome a no mirarlo.

―No me gusta que me rechaces, Chase... ―gruñó en un tono bronco. Su agarre no hacía daño, era bastante ligero de lo que estaba acostumbrado.

―Suéltame, Khan ―le dije sin mirarle―. Estás en tus días, y lo mejor que puedes hacer es irte a tu habitación para desfogarte.

El hombre exhaló su aliento caliente, golpeándome en el hombro, y después le siguió un gruñido.

―Acompáñame.

―No.

―Estás en mi casa ―me recordó―, y quiero tenerte a la vista para...

―Khan ―le interrumpí en un tono duro, obligándole a que me quitara la mano de encima―, no seas caprichoso con un hombre gestando o me harás daño. Vete a tu habitación. 

𝕰𝚕 𝚑𝚘𝚖𝚋𝚛𝚎 𝕰𝚚𝚞𝚒𝚟𝚘𝚌𝚊𝚍𝚘 [También en Inkitt]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora