MIHAEL

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Estaba dormido, últimamente no sueño mucho, y lo que llego a soñar son recuerdos de una vida pasada, una vida mejor. Me desperté porque escuche el ascensor, escuche como se abría y cerraban las puertas metálicas, alguien lo estaba utilizando, sabía que no era Matt porque estaba a mi lado abrazándome como si fuese su peluche, por lo que lo más obvio era que fuese Nate. No solía subir tan temprano, aun no amanecía, eran las cinco de mañana, lo comprobé por el reloj que tenía en la mesita de noche, las cinco y media, marcaba con luz roja. Me levante lo más silencioso que pude para no levantar a Matt, me cambie de ropa por una más casual, sudadera negra con pantalones negros. Salí de la habitación dispuesto a saber qué pasaba, camine hasta el cuarto de Nate y efectivamente estaba abierto, desolado. Subí al elevador, hasta el piso de operaciones del cuartel.

Cuando entre al cuarto estaba únicamente iluminado por los monitores, con aquella luz azul blanquecina que te quema las retinas, el resto del cuarto permanecía en penumbras. En medio de la habitación sentado en el suelo se encontraba Nate, con aquella apariencia podría asustar a cualquiera, siempre parece un fantasma, su cabello se esparcía por el suelo como un rio blanco. Podía escuchar un sonido metálico, el que se forma al tensar un alambre, estaba afinando su violín deduje rápidamente. Me acerque a él, me quede unos segundos parado a su lado, viendo como tensaba las cuerdas, al final me senté con las piernas cruzadas a observar lo que hacía, permanecimos así varios segundos sin decirnos nada, sin cruzar palabras ni miradas.

- ¿Lo trajiste desde Londres? - pregunte, pues el violín que tenía no era un violín común, era de ébano negro intenso con grabados de oro en el diseño, pertenecía a nuestro padre Yuri fue un regalo de nuestro padre Elle en uno de sus cumpleaños, no habíamos podido traer el piano de nuestro padre Elle porque, bueno, es un piano de cola.

Nate asintió lentamente mientras seguía tensando las cuerdas cuidadosamente como un cirujano.

- ¿Qué sucede?, no sueles venir tan temprano al cuartel- dije rompiendo el silencio después de unos segundos.

Nate no levanto la vista del instrumento, parecía absorto en sus pensamientos, cabiz bajo, el cabello le cubría la mirada, aun así podía sentir que estaba ¿triste?, ¿molesto?, una combinación de ambos posiblemente.

- ¿Planeas ignorarme hasta que salga el sol? - pregunte intentando hacerme el gracioso, pero no funciono.

Nate solo negó con la cabeza, no sé si me lo decía a mí, o al instrumento que tenía en las manos, ajustaba y relajaba las cuerdas sin obtener el resultado deseado.

-Entonces... ¿Qué tienes gatito blanco? - pregunte tiernamente, como solían hacer nuestros padres cuando se molestaba o estaba triste, esperando que con eso me prestase atención. En su lugar dejo de tensar las cuerdas en ese instante comenzó a temblar y termino por llorar desconsoladamente, lo cual no era mi intensión.

Carajo pensé, ahora si lo arruine, y no tenía ni idea de cómo solucionarlo, Nate solo lloraba cubriéndose los ojos con las manos mientras aun sostenía el violín, parecía calmarse a ratos, pero miraba el violín y volvía soltarse a llorar, sin previo aviso se lanzó hacia mí, solo me abrazo mientras no paraba de llorar, por unos segundos no supe que hacer ni cómo reaccionar, solo pude abrazarlo, mientras le acariciaba el cabello.

-Todo va a estar bien- dije intentando infundirle algo de seguridad, algo de esperanza en esos momentos, algo de calma.

- ¡eso es mentira!, ¡porque ellos ya no están! - exclamo mientras lloraba en mi pecho.

No supe que contestarle, después de todo, él siempre tenía razón, no podía prometerle algo que era mentira, ¿Qué estaríamos bien?, nunca podríamos estarlo, no por completo, tendríamos que vivir con ello para siempre, teníamos que aceptarlo, estábamos rotos, fracturados, no podíamos más que aceptar la realidad, vivíamos estancados en el pasado, luchando por no olvidarlo, porque alguna parte de ello aun existiese, pero no era así, se había esfumado, se había ido con ellos, y simplemente no podíamos superarlo, como podríamos hacerlo, ninguno de los dos merecía morir, menos de esa forma, a manos de un psicópata asesino serial que no tenía ni un rastro de empatía por sus víctimas ni por nadie, no merecían morir, nosotros no merecíamos vivir con tanto dolor, pero, no nos quedaba otra opción, que más podíamos hacer.

¿ y si?Donde viven las historias. Descúbrelo ahora