16: Hermoso y verdades 1

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—Maldita sea, ¡Maldita sea! —repetía Ta una y otra vez mientras caminaba con la velocidad digna de una persona que no está corriendo pero se nota que esta apurada.

Después de recibir aquel mensaje había salido corriendo como alma que lleva el diablo hacia el departamento, pero dos cuadras antes de llegar sintió nuevamente vibrar su teléfono y como bien dicen que la curiosidad mato al gato, no pudo evitar revisarlo, y por supuesto era un mensaje de aquel número desconocido.

Después de recibir aquel mensaje había salido corriendo como alma que lleva el diablo hacia el departamento, pero dos cuadras antes de llegar sintió nuevamente vibrar su teléfono y como bien dicen que la curiosidad mato al gato, no pudo evitar rev...

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—Maldita sea...

Se había detenido en seco al leer aquello, casi chocando con un poste de la luz al no ver hacia donde corría, solo para cruzarse la calle y empezar a correr sin dirección. Joder, ni siquiera estaba seguro de si sabía realmente donde vivía, pero no le iba a dar la satisfacción de enterarse tan rápido aunque tal vez solo estuviera jugando con él.

—¡No lo sé! —se contestó a sí mismo ganándose la atención de los demás peatones, quedando como un perfecto universitario amante de las drogas.

—¿Puedes ser menos brusco? —su pregunta le hizo sonreír, estaba sobre el cuerpo ajeno asegurándose de que no pudiera escapar de él, ignorando aquello que había dicho mientras sus manos tocaban su piel con fuerza dejándola ligeramente rosada

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—¿Puedes ser menos brusco? —su pregunta le hizo sonreír, estaba sobre el cuerpo ajeno asegurándose de que no pudiera escapar de él, ignorando aquello que había dicho mientras sus manos tocaban su piel con fuerza dejándola ligeramente rosada.

—Pero se nota que te gusta —le contestó juguetón al mismo tiempo que le mordía en el cuello, sujetando sus muñecas cuando quiso apartarlo.

Le apretaba con fuerza exagerada aunque el más pequeño era demasiado débil como para poder quitarlo realmente, pero quería dejarle marcado, que supiera quien era el que mandaba.

—¡Ah, suéltame! —gritó intentando patalear pero sus piernas estaban atrapadas entre las del mayor.

—Calla, que los vecinos pueden venir —dijo sentándose sobre su vientre, poniendo un dedo sobre sus labios sonriéndole con la boca llena de sangre, el pequeño le veía suplicante con los ojos llorosos—. Eres hermoso.

"Pero no tanto" pensó acariciando su cabello rubio.

—Déjame ir por favor —suplicó entre lágrimas y sollozos—. Solo déjame ir...

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