Capítulo 15

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Corrí y corrí. Me sentía libre. Me sentía viva. Y el campo se movía junto conmigo. Yo no era la que corría sobre el campo: ambos corríamos al mismo ritmo. No sabía cómo, pero el bello suelo estaba vivo y seguía mis pasos.

Más tardé en girar cuatro veces sobre mí misma para llenar mis pulmones de la exquisita fragancia del aire, que en ver a alguien correr al lado mío. Jabér.

Él reía y agitaba sus brazos como si fuera un ave. Pero no los agitaba ridículamente como cuando se juega mímica y a alguien le toca interpretar un pájaro. Se movía como si él fuera un ave. Danzaba sobre la hierba y sus pasos y brazos se coordinaron en perfectos y constantes movimientos que lo hacían lucir como parte de la naturaleza. No como si fuera un hombre en la naturaleza, sino como si la naturaleza fuera él.

Intenté seguirlo en los pasos, pero fui mediocre en ello y comencé a carcajearme de mí. Jabér se detuvo, igual de perfecto que como había danzado, y comenzó a reír conmigo. O de mí. Cual hubiera sido de las dos, me gustó. Reímos y mi estómago poco a poco me fue avisando que ya no era capaz de dar más. Mi garganta la sentí hinchada ante tremendas risotadas que salían de ella y de mis ojos brotaban gotas de alegría. Jamás me había reído así en mi vida.

Jabér comenzó a apaciguar su risa y yo me forcé a hacerlo también. Nos miramos y, a pesar de que amaba sus ojos, desvié los míos por pena; y al hacerlo me encontré con algo entre los árboles a unos metros de nosotros. Había un pozo.

Era el mismo pozo del claro en el que había estado. No se veía igual de viejo que el otro. Pero sin duda era el mismo.

Quise acercarme pero nuevamente me detuve. Me giré para mirar a Jabér y él ya se encontraba mirándome. Asintió con la cabeza y ambos avanzamos.

—¿Por qué éste está mejor cuidado que el otro? —le pregunté conforme nos íbamos acercando.

—Porque se encuentra aquí —respondió armoniosamente. Me mordí la mejilla interna.

Llegamos frente al pozo y me asomé dentro.

Había agua.

—¿Por qué el otro está seco?

—Porque el agua que yo doy es agua de vida eterna —respondió y su voz se llenó de una potestad que no había apreciado antes.

Con una mano jaló de la cuerda y subió hasta el borde la cubeta de madera. La cual estaba llena de agua que se me antojó como chocolates a un niño.

Jabér metió la mano y se la llevó a los labios. Me miró e instó a hacer lo mismo. Repetí sus movimientos y probé lo más refrescante y dulce de toda mi vida. Las casas tienen aguas diferentes, no tienen el mismo sabor que en casa propia. Pero ni siquiera la de mi hogar se me antojaba tanto como la de aquel pozo. Podría vivir el resto de mis días bebiendo de aquella agua. Era deliciosa. Y esa palabra se quedaba corta, de nuevo.

Quise volver a meter mi mano y tomar más. Pero Jabér no lo hizo y decidí seguirlo en ello.

No obstante después de algunos minutos de silencio Jabér metió ambas manos y las sacó con más agua.

La cual lanzó a mi rostro.

Comenzó a carcajear y yo me quedé estupefacta por su acción. Aunque no tardé en hacer lo mismo que él y comenzó una guerra de agua.

Hasta que lamentablemente Jabér arrebató la cubeta que contenía ya poca agua y me la arrojó toda.

—¡Oiga! —demandé divertida.

—Fue gracioso —se excusó risueño.

Negué y volví a reír.

Comencé a perseguirlo y él corrió más rápido de lo que pensé. Ni siquiera Najim podía correr así. Y de todas formas no me rendí en intentar alcanzar al hombre que llevaba mi corazón entre sus manos.

Una DecisiónDonde viven las historias. Descúbrelo ahora