Capítulo 41

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No hubo día en que no leyera el Sefer. Ya era parte de mí, porque Jabér era parte de él. Y eso estaba leyendo ahora mientras Kanya entrenaba.

Fue así hasta que Jacques cruzó la entrada y desde lejos me contempló con la mirada.

Se sentó junto a mí y hablamos de todo y nada, con algunos roces de manos; que más bien era jugar con nuestros dedos; como si los suyos quisieran memorizar cada área de los míos. Era grato hablar con él; muy pocos hombres me hacen sentir escuchada y él sabía abrirse y comunicarse conmigo, sin guardarse ni ocultar nada, y me escuchaba y prestaba atención a lo que decía. Ya me había sorprendido varias veces con cosas que según él yo dije en algún momento y guardó en sus recuerdos.

Sacó su teléfono y reprodujo una playlist que hizo con canciones que creyó me podrían gustar. Claro que me gustaron; todas. Cuando el entrenamiento terminó se despidió de mi familia; a mí me besó la mejilla; esto sí era saludar y despedirse de beso. Su no tan evidente barba, raspó suavemente mi piel cuando se despidió.

Éste chico me hacía estremecer.

Cuando volví a casa pedí ir al bosque; y ahí, cerca del pozo, fui a Rakia y seguí leyendo. Seguí enamorándome de Jabér. Pero por momentos el rostro de Jacques se dibujaba en mi mente y me complicó la lectura. Que se apareciera ya era recurrente. ¿Significaba que me estaba enamorando de él también?





Llegó el viernes y su sol mañanero mandó asomarse. Kanya se levantó aún más temprano de lo usual; hoy era el día. Me bañé rápido, salí a vestirme y abrí mi clóset. Contemplé la chamarra verde que siempre uso, la que mi papá le regaló a mi mamá. Ahora era ligera, pero suponía que en sus inicios tuvo relleno de algodón. Deslicé mis brazos dentro de las mangas y sonreí imaginando a mi mamá de joven usándola; siempre me dicen que me parezco a ella.

¿Si mi papá me viera hoy, la vería a ella...?

Sacudí la cabeza horrorizada, sacándome la imagen de él.

Marlon se ofreció para hacernos de chofer y nos llevó a la escuela. Fui adelante, pese a que Lucas se resistió un poco, y mi hermana pudo sentarse cerca de él. La forma en que sus mejillas se inflaban y sus dedos jugueteaban era muy tierna.

—¿Tú hiciste tu disfraz? —le preguntó Marlon.

A juzgar por el sonido que escuché, puedo deducir que Kanya sujetó firmemente la bolsa que lo contenía.

—Sí. Bueno, mi mamá me ayudó recortando porque a mí se me van chuecas las tijeras; pero yo lo cosí todo.

—¿No dejaste gotas de sangre? —preguntó Lucas.

—Para eso existen los dedales.

—Yo nunca pude aprender a coser —dijo Marlon con media sonrisa—, ni tejer; nunca se me dio.

—Yo tampoco sé tejer —agregó Kanya.

—Yo menos —dijo Lucas.

—Ni me miren —dije con las manos levantadas.

Doblamos en la esquina.

—¿Vendrás al concurso, Marlon? —le preguntó mi hermana.

Tardó en contestarle.

—Es viernes, saldré con mi mamá a bailar. —Lo dijo suavemente, y agregó para evitar que su hermano hablara—: Y papá y Lucas se echarán un maratón de su serie de peleas. Lamento no poderte ver ganar, porque seguro lo harás. —Frenó en el estacionamiento y se giró para verla—. ¿Me mostrarás las fotos que te tome Aisha?

Mi hermana ensanchó su sonrisa y agitó la cabeza varias veces.

Bajamos del auto, agradecí a Marlon y nos despedimos. Kanya se fue a su edificio, y Lucas y yo entramos al nuestro.

Una DecisiónDonde viven las historias. Descúbrelo ahora