Capítulo 23

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Me llevó al bosque. Una sección donde había bancas. Nos sentamos para hablar. Ella no me lo dijo como tal, pero supe que nos llevó ahí para darme con qué respirar, espacio para no sentirme amenazada y hablarle sin que Joan o Kanya nos interrumpieran. Sentadas ahí, mis costillas volvieron a apretarse, como si quisieran fundirse y hacerse un solo hueso. Ella me miraba tiernamente. Y no habló. Porque tenía que ser yo la que diera el paso esta vez.

—Pued... —mi garganta cortó la palabra, porque dentro, en el esófago, en el centro de mi pecho, sentía un mar alterado con olas golpeando cada pared que cubría mi tráquea—. Puedo ver cosas.

Esas tres palabras lo solucionaban todo, ¿no?

—¿Como fantasmas? —aventuró juntando las cejas.

El mar dentro de mí se calmó un poco.

—¿Si te dijera que veo fantasmas, me creerías? —tanteé el terreno.

—Siempre te voy a creer.

Esa respuesta no me gustó. La escuché hueca. O eso al menos me pareció. Por eso guardé silencio y ella prosiguió.

—¿Ves fantasmas?

—Supongo que sí —divagué—. Pero lo que veo no es gente muerta. —El mar agitado bajó hasta mi vientre e, incluso parece que lanzó un rayo que vibró por toda mi columna—. Veo seres... —¿Qué podía decir, seres malos?—... que habitan este mundo.

Sus pupilas se encogieron y sus cejas parecían pelarse arriba de sus ojos café verdosos.

—¿Seres cómo? —dijo dudosa.

Pfff. Mi cabeza no acomodaba las ideas para explicarlo. Era más fácil ceder a que sí veía fantasmas, porque, ¿cómo explicas que ves criaturas malas que reinan la tierra y que antes eran criaturas buenas en el reino de Jabér, ser que mi mamá tampoco puede ver y que obvio no es un fantasma? Todo es tan complicado.

Me iba rendir. No encontraba cómo explicárselo y que entendiera. Hasta que un programa iluminó mi mente opaca.

—¿Recuerdas Supernatural?

—Ajá... —dudó— ¿Es eso lo que ves? ¿Lo que ellos cazan?

—Pues, sí.

Las aguas revoltosas en mi estómago cesaron. Ya no sentía las olas golpear por dentro. La serie que había visto, serie que no me había molestado mirar pese a que no me gustaba ver la televisión, llegó y fue como un encendedor que me alumbró la conversación. Me había sentido atraída a esa serie porque era el único programa que pintaba las cosas como las veía yo, que hablara de esas criaturas como las encontraba yo en la calle. Agradecí internamente que existiera dicho programa.

—¿Esas cosas te robaron el libro?

—Pues, sí.

—¿Cómo entraron?

Suspiré.

—Hay un par que viven ahí.

Amplió sus ojos de golpe.

—¿La casa está embrujada? —dijo con la voz ligeramente agitada.

—No. —Su mirada se volvió curiosa, ansiando que siguiera hablando. Y lo hice—. Los que viven en la casa nos siguieron desde la ciudad.

—¿Ya vivían con nosotros? —Asentí con los labios apretados—. ¿Desde cuándo?

—No lo sé, solo un día comencé a verlos.

Guardamos silencio. Ella desvió sus ojos y miró los oscuros árboles a nuestro alrededor. Sabía que estaba pensando, que estaba analizando lo que le había contado.

Una DecisiónDonde viven las historias. Descúbrelo ahora