Estaba atenta a otra aparición de Gadol, pero no se presentó. En mi interior lo agradecí, y me permití dormir después de cerciorarme que Kanya estuviera bien.
La madrugada del sábado soñé que estaba en un concierto; había demasiadas personas que grababan con sus teléfonos al artista en el escenario; Jacques estaba conmigo y cantábamos a todo pulmón, podía palpar la excitación como si fuera real; me abrazó por detrás y su boca quedó muy cerca de mi oído; y, escuchando su respiración, cuando menos se esperaba, comenzó a temblar y el suelo se abrió dejando debajo mío un gran agujero que me tragó completa. Desperté de golpe por lo real que se sintió; no era la primera vez que sentía que me caía en un sueño, pero sí era la primera vez que sabía la razón de mi caída. Unos instantes después me volví a dormir; o intenté hacerlo al menos. Me levanté temprano, no porque yo hubiera querido; el saber que Jacques venía me impidió seguir en la cama. Desayuné rápido y subí a mi cuarto. Busqué en mi clóset unas veinte veces y nada de lo que veía me gustaba; me desvestí, vestí, desvestí, y volví a vestir más de lo que me hubiera gustado. ¿Por qué era tan difícil escoger ropa? Gruñí y opté por la vieja confiable: lo que siempre me pongo. Deslicé mi cuerpo dentro de mis acampanados y mi blusa gris manchada, me coloqué mis tennis apretando las agujetas, ricé mis pestañas, me eché perfume y ¡tadá!
Mejor tomé mi teléfono y le mandé foto a Abigail. Quería su opinión. Pero la méndiga no contestó. Miré la hora y me incomodé conmigo misma; era muy temprano. No me importó realmente después de cinco minutos de pensarlo; ella me había despertado una vez a las dos de la mañana porque había terminado de ver una clásica romántica y necesitaba desahogarse porque en ningún momento de la película los protagonistas se besaron.
Me contestó después de siete intentos.
—¿Qué? —refunfuñó soñolienta.
—Jacques.
No faltó más para que despertara.
Cambiamos a videollamada y lo único que modificó fue mi blusa. Escogió una color "verde suculenta", que tantas veces usó cuando iba a mi casa. Nos quedamos hablando bastante tiempo y la puse al corriente de lo que había pasado en la última semana. Me disculpé por haberla despertado y me dijo que con justa razón lo hice; supongo que sí. Habría pensado que el tiempo se iría rapidísimo —así esperaba porque entonces no tardaría nada en llegar Jacques—, pero cuando creí que llevábamos hablando un rato apenas habían transcurrido diez minutos. Ansiaba que ya fuera la hora, más sin embargo otra parte no quería que llegara.
Finalmente colgamos porque me ocupaban en la cocina. Le hice el desayuno a Kanya mientras mi mamá picaba vegetales. Ignoré la llamada de un número desconocido mientras echaba la jícama en un bol. Saqué salsas y aderezos y los llevé a la sala. Por segunda vez fui interrumpida por el mismo número desconocido. Ahora sí contesté.
—¿Bueno?
—Creí que tendría que llamarte una tercera vez.
—¿Jacques? —Salí al jardín para que mi familia no escuchara—. ¿Cómo tienes mi número?
—¿Te molesta?
Mi vientre revoloteó.
—No... ¿Cómo es que lo tienes?
—Lo tomé cuando pintaste en el parque.
—Achis.
Rio divertido.
—Cuando te dije: "¿puedo tomar tu teléfono?"
—Creí que te referías a agarrarlo para ver algo; creí que buscabas la letra de la canción que escuchábamos.
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Una Decisión
Fantasy-¿Qué está escrito? -pregunté en voz baja, observando atentamente aquello exótico. -El nombre de mi padre y el mío. Hasta ahí me atreví a tocar mi frente. No sentí diferencia, mis dedos palparon mi piel de siempre. Y las letras siguieron allí. -¿...