Capítulo 26

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Estábamos en mi habitación.

¿Estábamos?

Solo era yo, pero sabía que no era solo yo.

Me encontraba a unos metros de la puerta de mi cuarto. Se hallaba entre abierta con una luz tenue alcanzándose a ver a través de ella. Me acerqué. Sabía de alguna forma que tenía que hacerlo. Quería abrir por completo la puerta, algo me hacía sentir que tenía que ver detrás de ella; sin embargo no fui yo quien la abrió.

El niño entró a la habitación. Ágil, liviano, como si flotara. Entró y me acorraló contra la puerta. Sujetándome del cuello. Me presionaba fuertemente. Sentía cómo el paso del aire desaparecía. Su cabeza estaba a la altura de la mía. Sin embargo no fui capaz de ver su rostro. No podía ver esa mirada hueca con la que me topé hacía no más de cuatro días. Mi mente no era capaz de enfocarlo. Yo seguía mirando de alguna forma hacia la salida de la puerta. Pero sabía que era él.

De pronto el sueño se esfumó con la velocidad de un espasmo.

No me ubicaba en la puerta. Yo no estaba de pie. Me encontraba dentro de mi cama. El niño no me había ahorcado. No se encontraba en la habitación. No obstante si había alguien conmigo.

Mi mamá estaba acostada a mi lado.

Todo pasó tan rápido, que incluso la vi despertarse lentamente.

—¿Estás bien? —me preguntó con la voz entre adormilada y preocupada.

Tragué saliva. Mi pecho subía y bajaba con velocidad.

—Sí —respondí en un susurro. Poco a poco dejé caer mi cuerpo de nuevo sobre el colchón y me recosté sobre mi almohada.

Mi mamá se acercó aún más a mí y me frotó lentamente el pecho con una mano.

—No sé cómo puedo ayudarte —me dijo con voz dolida.

Fijé mi vista en el techo, sobre el ventilador que se encontraba arriba mío. Enfoqué mi vista en un solo punto oscuro y una niebla empezó a cubrir el perímetro de mi visión.

—¿Te llevo con algún especialista? —me preguntó tras mi silencio.

—No servirá de nada —le dije, cerrando los ojos y pegando mi mejilla a su nariz—. Nadie aquí me puede ayudar. Lo espiritual no se batalla con lo terrenal.

Mi respiración se ralentizó, sumiéndome y calentándome para volver a descansar.

—¿Y ex...

Era su voz, pero no logré darle forma a lo que decía.

—¿Cómo? —murmuré, más dormida que despierta.

—¿Que si existe...

Me había esforzado en mantener mis oídos despiertos y escuchar la frase completa. Fracasé. No fui capaz de entenderle y, aún cuando le murmuré algo más, ya no escuché nada.

Me dormí.



Cuando mis párpados por fin se abrieron, mis ojos fueron capaces de ver la colcha arrugada a orillas de la cama. Me di la vuelta para quedar boca arriba, y fue el peor error que pude haber cometido; mi cabeza se contrajo y me dolió como si los muros de mi mente se juntaran para hacer añicos lo que se encontraran enfrente. Me hice un ovillo, apretando los ojos con fuerza. Tal vez así el dolor disminuiría. No aflojé el apretón. Y me volví a dormir.

Una DecisiónDonde viven las historias. Descúbrelo ahora