Me recompuse en parte. Tuve control de mis manos y piernas. Aunque el centro de mi pecho me seguía doliendo ligeramente.
Creí que Mahir me llevaría al castillo, pero desconocía completamente hacia dónde íbamos. Cruzamos por lugares arenosos. La hierba se mezclaba con mucha tierra. O arena. ¿Había mar en Rakia?
La idea me fue arrebatada cuando visualicé al fondo varios velocirráptores. Se me cortó la respiración.
«No vamos para allá» me dijo Mahir, tranquilizándome.
Contemplé cautelosa aquellos dinosaurios. Eran muy diferentes a las películas. Parecían avestruces muy grandes y con muchas menos plumas. Como pavos enormes de larga cola.
Mahir continuó corriendo. No tenía ni idea de nuestra dirección, pero Jabér debía estar donde íbamos. Con más frecuencia fueron apareciendo montañas de arena a izquierda y derecha. Me permití relajarme, abrazando su suave cuello. Olía a vida.
Mi cabeza recargada hacía que mi visión corriera de arriba a abajo, como carrete de cine antiguo; árboles extraños aparecían y desaparecían, igual que animales pequeños, y después surgió... ¿Una casa?
Me erguí, alzando el cuello y la espalda todo lo que pude para alcanzar a ver lo que ya no estaba ahí. Pero estaba segura de haber visto algo parecido a una casa. Intuí que la velocidad de Mahir hizo quedar atrás la vivienda tan rápido como la vi. Si es que sí la vi.
Fruncí el ceño, pensando por qué había una casa ahí, a la mitad de la nada. Bueno, no era la mitad de la nada. Algo debía de ser.
Mi mente recreaba imágenes del fugaz vistazo de la vivienda y sobre quién viviría ahí, cuando Mahir ralentizó el paso. Sus pequeños trotes me hicieron rebotar y casi sonreí. Casi. No me creía capaz de hacerlo tal y como me seguía sintiendo.
Entonces vi a Jabér.
Se encontraba de espaldas, viendo las olas del mar romper en la orilla.
Anhelé estrecharlo, que me sujetara entre sus brazos y me consolara. Instantes antes creí que al verlo me desplomaría de nuevo en llanto, pero ahora que lo tenía cerca no sentí nada que no fuera enojo.
Mahir se agachó, permitiéndome bajar con facilidad. La arena abrazó mis tenis con cada paso al caminar.
Me senté lentamente. Me atravesaban pequeñas corrientes eléctricas por los talones. Sea por rabia o por la simple reacción de mi cuerpo siempre que veía a Jabér. Su rostro estaba igual de sereno que siempre. El color de sus ojos brillaba como el atardecer. Eran hermosos. ¿Por qué estaba tan tranquilo?
No me sentí capaz de reclamarle nada. Yo no era nadie para exigirle ni demandarle. Él era Jabér, hijo de Hashem. Del gran Hashem, y él era el Jabér. No cualquiera.
Aún así le pregunté rota:
—¿Por qué no me dijo?
Ese bombeo instantáneo apareció en el centro de mi pecho de nuevo. Como un golpe.
Sus cejas bajaron ligeramente, como si le hubiera herido la pregunta.
—¿No te lo hice saber?
Bufé en mi interior. Qué pregunta más tonta. ¿En serio dijo eso?
—Si me hubiera avisado jamás me hubiera acercado a él.
Su respiración era pacífica. Qué ironía dado que estábamos cerca del mar.
ESTÁS LEYENDO
Una Decisión
Fantasía-¿Qué está escrito? -pregunté en voz baja, observando atentamente aquello exótico. -El nombre de mi padre y el mío. Hasta ahí me atreví a tocar mi frente. No sentí diferencia, mis dedos palparon mi piel de siempre. Y las letras siguieron allí. -¿...