Capítulo 25

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Era Martes por la tarde. Acompañé a mis papás para venir al entrenamiento de Kanya. Me senté apartada para poder terminar el libro de El mundo de Sofía; creía que iba a decir más cosas que me hicieran entender a Jabér o a Rakia, pero el resto del libro no me generó nada más que insatisfacción. Terminó mencionando cosas muy raras que no fueron de mi agrado. Aunque en sí el libro fue bueno; aprendí más de filósofos y su forma de dar su verdad y perspectiva pese a lo que el público pudiera decir. Tal vez si volviera a leer el libro en un futuro entendería más cosas que no comprendí en este tiempo. Puede que se vuelva mi libro favorito, o puede que yo no esté hecha para comprender la filosofía. La filosofía de la vida.

Me senté apartada de las personas, debajo de varios árboles porque el parque era muy grande —grande para lo que se considera un parque, porque aquí ya nada "grande" me lo parecía realmente después de haber estado en Rakia—, y gracias a ello me sentía como un gigante aquí, cuando con Jabér me sentía como una pulga. Por eso me refugié estrujándome entre los árboles, para no parecer tan enorme.

Cerré el libro, pensando que pude haberme traído otro el cual empezar, porque lo terminé bastante rápido y al entrenamiento todavía le faltaba media hora. Acaricié la tapa del libro, pasando mis dedos sobre el título blanco, y alguien se sentó a mi lado.

—¿Sí lo terminaste comprando? —me preguntó una voz masculina y me giré rápidamente.

Tenía frente a mi cara el atractivo rostro de Jacques. Me desconcerté al principio, y después le sonreí como bienvenida.

—Sí. Y mi mamá me compró aparte La Bailarina de Auschwitz —dije orgullosa. Luego agregué—: No me despedí de ti ayer.

—No hacía falta despedirnos si nos volveríamos a ver —declaró confiado.

—¿Y si no nos hubiéramos vuelto a ver?

—Sé que habría pasado.

—Entonces si no te gusta despedirte, ¿tampoco saludarás? —enarqué una ceja.

Ah, sí —sonrió y sus hoyuelos aparecieron—; hola.

—Hola.

—¿Te gustó el libro? —Estaba por contestar, pero me interrumpió—. Espera, ¿¡lo leíste en un día!?

Llevé mis ojos al libro y los regresé risueña a Jacques.

—No, no, es que ya lo había leído. Bueno, no completo. Es decir; lo tenía, lo leí hasta poco más de la mitad, y desapareció de mi casa; lo buscamos, pero mi urgencia por terminarlo era mayor, así que lo compré otra vez.

Sus cejas se curvearon raro igual que su sonrisa.

—En una semana tendrás dos libros iguales —rio.

—Si es que aparece el otro —contradije.

—Aparecerá.

—Tengo la intuición de que no —hice una mueca.

—¿Y por qué compraste otro y no buscaste el pdf?

—Lo hice, pero la mugre página no cargaba. Ni siquiera en otra computadora. Y mi urgencia era mayor.

—Tendrás dos libros —repitió entonado y sonriente, mientras sacudía la cabeza. Su largo cabello se meneó a la par de ella, y desvié mi vista de él, recorriendo el amplio parque con los ojos, para centrarme en otra cosa. No esperaba volver a verlo realmente, y su presencia y cercanía (porque no se había sentado lejos) me ponían nerviosa; al punto en que mis dedos comenzaron a arrancar pasto inconscientemente; por eso los entretuve mejor apretando el libro con fuerza. Tal vez si no miraba su cara mi estómago se relajaraía. Tal vez.

Una DecisiónDonde viven las historias. Descúbrelo ahora