No temblaría.
Me lo repetí y repetí, hasta que el telón del escenario cayó y...
Grité eufórica.
—¡Wooh! —exclamó Jacques. Solo yo lo oí, el montón de voces de la gente llenó el lugar, sin mencionar a quien cantaba sobre el escenario.
Dio apertura con una de sus canciones más conocidas. No podía expresar todo lo que sentí al escucharlo cantar en vivo. Ahí estaba él. Y aquí estaba yo.
Grité más.
Era del tamaño de mi meñique. Si quería verlo bien tenía que mirar las pantallas que lo enfocaban. Agradecí ser alta; las personas de enfrente apenas me tapaban la nariz, aunque sí había varios altos que cubrían un poco mi visión.
No dejaba de mirar a Jacques, sonriendo como tonta por lo feliz que me encontraba. Estaba ahí por él, porque soy lo suficientemente especial para él como para que piense en mí y gaste sabiendo que será el mejor regalo que me pudieran hacer. Solo por ser quien soy. Porque me quiere.
La felicidad me rebasaba. No supe si estaba llorando por la canción o porque quería a Jacques.
Las primeras canciones fueron explosivas, y después se puso sentimental, tocando sus canciones dolidas. Aquellas que le costaba cantar por toda la historia que había detrás. Y como si el cielo le acompañara, nos avisó con sus relámpagos a lo lejos que comenzaría a llover.
Todavía no me pondría el impermeable.
Jacques me rodeó por detrás, con su barbilla al costado de mi cabeza. Es verdad que la ciudad olía horrible, pero en ese momento mi nariz solo pudo centrarse en el aroma de Jacques.
Igual que en mi sueño.
Miré el suelo. «No va a temblar» me tranquilicé. Pues no, quizá no. Pero sí que iba a llover.
—¿Ya viste al tecladista? —gritó Jacques, para que lo pudiera escuchar. Asentí con la cabeza—. Te verías bien sobre el escenario.
Con sus manos fingió tocar las teclas imaginarias. Reí y seguimos cantando. O mejor dicho, yo canté. Jacques se dedicó a observarme como si yo fuera una escultura digna de apreciar.
Cuando lo miré, sabiendo lo que estaba haciendo, se acercó más a mí. Tragué saliva.
«¿Me besará?» pensé ilusionada. Yo quería que mi primer beso fuera especial, ¿qué más especial que en un concierto? Me fallaban las piernas.
Jacques me contempló con sus ojos marrones, que ahora mismo tenían un reflejo morado gracias a las luces del escenario. Tomó mi cara con sus cálidas manos y sonrió con ternura.
Me iba a besar, lo iba hacer. No me lo podía creer. Montones de chispas me recorrieron toda la columna.
No cerró el pequeño espacio que nos separaba, sino que siguió contemplándome. Su mirada cambió, bajando de mi frente a mis ojos. Ahora parecía que era él el que quería ver más allá de mis pupilas, igual que yo hacía con mi mamá. Cada mirada tenía un sentimiento e historia detrás, y al ver más allá te encontrabas con esa historia. De todas las que he visto, la de Jabér era mi favorita. Sus ojos eran mis favoritos.
Titubeé un instante. Quizá no quería que me besara ahora. Jabér es como un padre para mí, y si él tiene mi corazón en sus manos, ¿no debe Jacques conocerlo para ganarse el mío?
Fue ahí cuando lo vi. Y un bombeo azotó en el centro de mi pecho.
Esos cariñosos ojos cafés que me gustaban tanto, se convirtieron en aquellos aborrecibles ojos grises. Esos ojos que me impidieron dormir, que me provocaron pesadillas, y que me habían bisbiseado que Kanya era suya.
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Una Decisión
Fantasy-¿Qué está escrito? -pregunté en voz baja, observando atentamente aquello exótico. -El nombre de mi padre y el mío. Hasta ahí me atreví a tocar mi frente. No sentí diferencia, mis dedos palparon mi piel de siempre. Y las letras siguieron allí. -¿...