Capítulo 13

12 2 0
                                    

Estaba soñando algo que de verdad me iba gustando, pero mis párpados demandaron abrirse y mi subconsciente intentó batallar contra ellos porque quería aferrarse a continuar con el bello sueño. Al final los párpados ganaron y mis ojos se abrieron.

Ya no estaba oscuro, ese cielo azul de Prusia ya no se extendía sobre de mí; tampoco los árboles estaban encima mío. Arriba, donde se suponía debía de estar el cielo, había un techo. Era de distintos colores cafés y tenía un acabado que me recordaba a los muebles de madera de mi abuela.

El hecho de que arriba no se encontrara un cielo sino un techo, me hizo poner alerta todos mis sentidos. Yo ya no estaba en el bosque, eso era obvio. Me encontraba sobre una cama.

Antes de moverme y hacer algo tonto —pues impulsiva yo no era— observé mi entorno. Me encontraba en un cuarto, sobre una cama, en alguna casa en la cual no había estado antes.

Al pensar en la palabra casa, me di cuenta que mi observación había sido errónea, yo no me encontraba en una casa. Al menos no una casa como tal; el lugar era mucho más grande que cualquier habitación de casa que hubiera visitado antes. Y, si me atrevía a pensarlo, diría que parecía un castillo. Podría decir que el lugar más parecido al que yo hubiera entrado había sido la casa que los presidentes habían tenido en mi país y que ahora era museo. Sin embargo, incluso esa casa se quedaba corta en comparación al lugar en el que me encontraba.

La habitación constaba de cuatro muros, construidos con más piedras de las que había visto en mi vida; todas de un color rojo pardo. A mi lateral izquierda se encontraba una puerta de madera, y del lado contrario había una ventana la cual no tenía cortina ni cristal; a través de ella entraba una luz bastante potente y abarcadora.

«¿Ya es de día?» me pregunté.

Cuando había perdido conciencia en el bosque, era de noche, y ahora era de día y me encontraba en un lugar desconocido.

«El piquete.»

Ese había sido la causante de mi desfallecimiento, sin embargo no quise mirar mi hombro por temor a que algo fuera a ocurrir en aquella habitación.

No se en qué momento dejé de respirar inconscientemente y empecé a controlar mi respiración a voluntad propia; no obstante seguí observando la habitación sin mover siquiera el dedo meñique. La cama era grande, tenía un marco de madera y me causó gracia porque lucía como una cama en Antiguo Victoriano; toda la habitación me recordaba a las imágenes que mi mente creaba sobre las habitaciones de los castillos que leía en los libros.

Sonreí ante tal pensamiento, pero mi corazón se detuvo cuando escuché el crujir de la puerta: acción que me hizo saber que alguien estaba por entrar.

No sabía qué esperarme. ¿Mis papás? ¿Un sheda? ¿Un doctor?; contuve la respiración para que quien sea que fuera a entrar al cuarto no se percatara de mi presencia. Pero fue en vano, quien asomó de la puerta fue un hombre, el cual sonrió al verme despierta.

—Me alegro de que ya te encuentres con nosotros —dijo.

Su voz. Sus ojos. Simplemente su rostro; ese hombre reflejaba un amor profundo, y mi cuerpo se destensó ante su mirada increíblemente cálida.

No obstante, no abrí la boca. A ese hombre no lo conocía y no sabía siquiera en dónde me encontraba.

—¿Cómo sientes el hombro? —me preguntó y cerró la puerta tras de sí para avanzar hacia la ventana.

Una DecisiónDonde viven las historias. Descúbrelo ahora