Capítulo 35

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Era un sueño curioso.

Me encontraba en el baño del antiguo cuarto de mis papás, asomada por la ventana de celosía. A través de las rendijas entró una luz cegadora, y cuando miré bien enfoqué las casas distribuidas de mi colonia. Era un lindo día. Al menos parecía serlo, pero a lo lejos comenzó a dejarse ver un par de grandes caballos. El de la derecha era completamente fuego, brillaba y ardía a lo lejos, con un arco de llamas bailando a su alrededor, y junto a él un caballo igual de grande, pero era agua, y sobre de él danzaban ríos, igual en forma de arco. Ambos caballos tenían ojos blancos. Lucían como torbellinos con enormes auras danzando en ellos. Se acercaban a gran velocidad. Devoraban todo a su paso. Me inquietó ligeramente pensar que arrasarían con mi casa. Me despegué de la ventana y corrí fuera del cuarto, para observar el gran domo de la antigua casa. Calculé la velocidad de los caballos que estaban a nada de pasar por encima.

Sin embargo transcurrieron los segundos.

Y no aparecían.

Me volví velozmente al baño y toda la colonia se encontraba igual que antes de que los caballos cruzaran. No parecía que ninguna potestad hubiera pasado por allí. Pero yo los había visto.

Y desperté. El sol todavía no salía, pero no tardaría en hacerlo.

Conforme me preparé para ir a la escuela el sueño no me abandonó, sino que incrementó con preguntas. No entendía lo que había pasado en él. No le encontraba sentido.

Aunque, hay sueños que definitivamente no tienen sentido.

No obstante, sí habían cruzado los caballos por encima de la colonia, ¿no? ¿Entonces por qué no se destruyó nada? ¿Por qué no los vi pasar por sobre el domo? Eran caballos imponentes. Se veían poderosos, ¿y no habían causado nada? A menos que no lo hubiera podido ver. Porque sí se sintió que hicieron algo. ¿Pero por qué no los vi cruzar sobre mi casa? ¿Siquiera cruzaron sobre de ella?

Llegué a pensar en Jayim, el caballo de Jabér. Se parecía un poco al de mi sueño, pero el que mi mente me mostró mientras dormía era mucho más poderoso. Pareció ser de lava misma. Y el segundo era tan azul blanquecino que ahora mismo dudé si era de agua o de hielo.

Caminamos por las calles hasta llegar a la escuela. Mamá se despidió de Kanya y de mí con un beso y cada quien entró a su edificio.

Algunos de mis amigos estaban en el patio, y David iba llegando. Habíamos comenzando una linda amistad tras nuestros primeros talleres de música. Él tocaba muy bien el bajo. Al menos me gustaba cómo lo hacía. No es como que me juntara con muchos que tocaran ese instrumento. Pero me gustaba la forma en que tocaba las gruesas cuerdas. Pensaba en Jacques cuando los alumnos de guitarra tomaban las suyas y tocaban. En la primer clase me lo imaginé sosteniendo su guitarra, que ideaba de color vino, tocando Cliffs of Dover, la cual me dijo que era de sus canciones favoritas. Tras pensarlo me había obligado a prestar atención a las partituras y olvidarme un rato de él. Tan solo un rato.

Sentada al fondo, al lado de Leo, cerré oídos a lo que decía la profesora y me centré en el cristal de la ventana. Observé a un par de mariposas amarillas revoloteando cerca. Me gustaría ser una de ellas; quizá como la hebomoia de Rakia que se había posado en mi dedo. El ciclo de vida de ellas es corto, solo vuelan durante un par de días y después mueren; si no es que algo malo les pasa antes, como que una gota de lluvia les truene un ala, o sean aplastadas por la velocidad de un auto. Contraje mi rostro por pensar en que, si fuese una mariposa, tendría que ser primero una oruga. No son feas, me gustan mucho; pero qué gran trabajo buscar un lugar perfecto para formar el capullo, haber comido suficiente para crecer fuerte y después sufrir durante treinta días la metamorfosis; aunque el final fuera ser una linda y delicada mariposa.

Una DecisiónDonde viven las historias. Descúbrelo ahora