Capítulo 16

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Lo primero que quise hacer en cuanto desperté fue ir a ver a Jabér. Sin embargo me controlé y desayuné junto a mi familia. Intenté apurarme a la vez que intenté no parecer inquieta pues no quería que hicieran preguntas a las cuales no quería dar respuesta. Fue un desayuno rápido y salí disparada al bosque.

La mañana de ese domingo fue fría. Me llevé puesta una chaqueta y corrí tan rápido como mis piernas me permitieron llegar al claro. Disminuí la velocidad cuando pude vislumbrar el pozo al fondo y me acerqué precavida. Miraba a mi alrededor como si alguien me estuviera viendo. No me sentía observada, pero esperaba que alguien me mirara. Alguien a quien moría por ver y escuchar hablar. Alguien que no estaba ahí.

Jabér había dicho que podría volver, ¿por qué entonces me seguía encontrando en el claro y no en el campo?

Rodeé el pozo, recorrí el terreno en busca de alguna puerta secreta; registré y observé minuciosamente cada parte que conformaba al pozo, pues era el único objeto que se encontraba en ambos lugares. Pasaron dos horas y no hubo señal de que algo fuera a suceder. El tiempo transcurría de diferente forma allá, lo cual me llevó a analizar que si aquí pasaron dos horas, allá pasaron muchas más. Bastantes horas y Jabér no me permitía volver.

No me lo permitía o no podía atenderme.

Es decir: si ese lugar era un reino, y Jabér lo nombró como suyo, él debía ser el rey.

«Pero Jabér tiene padre.»

Cierto.

Entonces Jabér era el príncipe y su padre era el rey... Un príncipe debe de cumplir con muchas obligaciones, era obvio que yo no estaba en el número uno de su lista. Sin embargo, ayer que estuve ahí no vi a ninguna otra persona; ¿qué obligaciones podría tener Jabér si era el único en su reino? ¿No se aburría estando solo? Con mayor razón querría compañía. Pero, ¿querría mi compañía? No estaba segura de ello. Yo no era de presencia grata para alguien como Jabér. Él se merecía mucho más de lo que yo podía brindar.

Esperé otra hora más. Solo por si de casualidad sucedía algo. Pero no. No pasó nada.

Regresé a mi casa, únicamente para tomar de mi cuarto el libro de Jostein Gaarder y volví al claro. Quería estar ahí por si es que Jabér me abría la puerta, pero sin picarme los ojos viendo tanto árbol. Estaría leyendo, y en dado caso que Jabér se presentara: ahí me encontraría yo.

No obstante: no pude leer ni dos simples párrafos.

No podía concentrarme, mi mente no dejaba de pensar en todo y en nada a la vez. Me reí bajo al recordar que Jabér me habló justo de eso.

Suspiré y dejé a un lado el libro. Me acomodé sobre le hierba y me dejé enfrascar por mis pensamientos, nuevamente.

Me estaba relajando a tal grado que, cuando un pitido retumbó por el claro, brinqué.

—¿Hola? —pregunté a quien me había marcado.

—¡Hola, perdida! —exclamó mi mejor amiga— ¿Dónde estás? Te marqué tres veces.

—Pues la tercera es la vencida, ¿no? —respondí bromista.

—Ja, ja.

—Estoy en el bosque, creo la señal no es buena —le expliqué—. ¿Cómo estás?

—Yo bien, lo que quiero saber es cómo estás tú. ¿Volviste a verlos?

Su pregunta me tomó por sorpresa y por más que escruté entre conversaciones que hemos tenido, no recordaba de qué podría estar hablando. ¿Se refería a los shedas?

—¿A quienes? —le pregunté.

—A Leo y... ¿Daniel se llamaba? —inquirió— Ay Isha, no recuerdo los nombres, pero bien que sabes de qué hablo.

Una DecisiónDonde viven las historias. Descúbrelo ahora