Capítulo 44

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Tuvimos que irnos porque había comenzado a llover, y pese a estar en Rakia la lluvia había humedecido nuestra piel y ropa lentamente.
Nos despedimos en la banqueta.

—Espero todo salga bien con Kanya —me deseó Najim. Le agradecí y cada quien corrió a su casa.

Tras cerrar la puerta, subí para quitarme los zapatos y bañarme antes de que pudiera enfermarme.

Mi mamá estaba en mi habitación.

—Una buena razón, porque ya olías mal —bromeó en cuanto me vio.

—Me baño todos los días.

—Hoy no lo hiciste.

—Lo haré ahora —sonreí mostrándole todos los dientes.

Tomé ropa limpia y la metí al baño.

—¿Todo bien con Najim? —preguntó distante, mientras abría la llave para que se fuera calentando el agua.

—Sí, él está bien. —Comencé a desenredar mi cabello—. Fuimos a ver a Jabér y accidentalmente caímos en una habitación. Vi una especie de...

Abrí la puerta del baño para hablarle mejor, y la encontré contemplando el retrato de Jabér. Su mirada, melancólica, estaba fija en aquellos ojos que se me dificultaron dibujar.

—¿Estás bien? —pregunté, observando sus lágrimas todavía sin derramar.

—Solo me gustaría hablar con él. —Me quedé callada. Limpió sus ojos con los dedos y volteó a verme, sin el rastro de melancolía—. ¿Cayeron en una habitación?

—Sí... —Dejé el cepillo sobre el lavabo y me acerqué a ella—. Leí en el Sefer que hubo personas que hablaban con el padre de Jabér, El, o mejor dicho, Hashem, sin verlo; tenían conversaciones como tú y yo, e incluso Hashem les contaba cómo se sentía con respecto a algo, como si fueran amigos. Si ellos pudieron, no veo por qué tú no. Sé que podrás hacerlo.

La idea de que El y Jabér tuvieran tantos nombres me era curiosa, pero entendí completamente por qué Jabér se presentó así mismo y a El con esos nombres.

Mi mamá sonrió cálidamente.

—Quítate ya la ropa y báñate, sale vapor —me avisó con el dedo. Y sí, al darme la vuelta lo confirmé.

—Te amo –le dije, cerrando la puerta.

—Te amo —respondió, seguido de un aumento de fuerza de la lluvia que golpeaba en la ventana.

Fue un baño rápido. Me vestí y me contemplé en el espejo mientras cepillaba mi cabello. Desde la conversación con Jabér estuve inquieta. Clavé mis ojos en mis manos y las observé detalladamente, dejando el cepillo en su lugar. Mis dedos me parecían diferentes ahora que ya no tenían las manchitas.

Cada día supe que no eran normales, en el fondo mi consciencia me lo dijo. «Y dejé que el sheda lo siguiera haciendo» me recriminé. ¿Era esa su marca?, ¿ese es el rastro que dejan en una persona? ¿Cómo fue que me tocó y no lo sentí? Bueno, tampoco lo sentí tocarme la primera vez antes de aparecer la gran roncha. Quizá sea solo con estar cerca del sheda.

Mi cabello comenzó a humedecer mi espalda, traspasando la blusa de manga larga; lo sequé y peiné y después salí de mi cuarto en pantuflas. Me acerqué al de Kanya. Había una sensación rara en mi pecho. ¿Inseguridad?

Toqué su puerta.

Esperaba que no la abriera y no obstante deseaba que sí, que me mirara. Y eso hizo. Creí que me la azotaría en la cara, pero me miró a los ojos, bufando con los suyos.

Una DecisiónDonde viven las historias. Descúbrelo ahora